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Crítica republicana a la II República
Las torturas de Octubre (IV).
Informe de Félix Gordón Ordás (2ª parte).

La represión de la Revolución de Octubre

Informe de Félix Gordón Ordás, ex ministro
de la República y diputado en Cortes por León.

(Continuación)

Por la salud del Régimen.
La represión en las provincias de Asturias, León y Palencia.
El Diputado a Cortes por León, don Félix Gordón Ordás,
se dirige oficialmente al
Excmo. Sr. Presidente de la República

 

Con reiteración estéril me he dirigido en uso del derecho que me confiere el cargo de elección popular que orgullosamente ostento, al Excelentísimo señor Presidente del Consejo de Ministros en solicitud de una interpelación urgente sobre la represión en las provincias de Asturias, León y Palencia. Asimilándose hasta en eso las malas costumbres de los Gobiernos monárquicos, don Alejandro Lerroux no ha permitido que mi voz pidiendo justicia sonara en el Parlamento. Suspendió las sesiones de Cortes sin concederme la interpelación reclamada y prolongó después la clausura con pretextos inadmisibles. ¿No ha visto o no ha querido ver el tremendo peligro que amenaza a la República con este forzado silencio en torno al crimen? La prolongación desmesurada del mutismo impuesto por decisión gubernativa a las diversas tribunas populares permite que se sigan cometiendo impunemente por autoridades indignas toda clase de crueles vejámenes contra el proletariado: detenciones arbitrarias, apaleamientos furiosos, desahucios ilegales, expulsiones bárbaras… Contra tamaña bestialidad erigida ya en sistema, que arroja a la clandestinidad a las organizaciones obreras y está incubando odios terribles en muchos espíritus, tenemos el deber inexcusable de reaccionar los republicanos auténticos para evitar que esos odios dañen a la República en sus mismas esencias. Yo he reaccionado con ímpetu y emoción desde el primer momento y no cesaré en mi campaña hasta conseguir que terminen las persecuciones inicuas y se enjuicie a los responsables de ellas.

Obediente al imperativo de este propósito inquebrantable, al cerrárseme las vías usuales y lógicas en un régimen democrático, me he visto precisado a enviar ayer una exposición detallada y reflexiva al Excelentísimo señor Presidente de la República, como autoridad suprema del régimen. El escrito que ayer dirigí a S. E. lo hago público hoy de este modo para que la nación lo conozca. Me repugna apelar a un procedimiento que choca contra mis ideas sobre el ejercicio ciudadano de los derechos; pero no es mía la culpa de que el Gobierno actual tenga obstruidos los otros, y ningún político debe ocultar al país lo que le diga al Jefe del Estado.
Madrid, 12 de enero de 1935.-F. Gordón Ordás.- Rubricado.

Excmo. Sr.
Las siguientes palabras pertenecen al discurso pronunciado por S. E. e! día 15 del pasado mes de diciembre en el Casal Catalá de Madrid: “En la vida se resuelven los problemas abordándolos, recordándolos y teniéndolos presentes; no con la ilusión de que no existen porque los arrojemos de nuestros labios o pretendamos borrarlos de nuestra memoria.” En ellas me amparo para dirigir a S. E. el presente documento. Yo bien quisiera haber usado la tribuna parlamentaria que de derecho me pertenece para exponer estos hechos y articular estas reflexiones. No he podido hacerlo. El Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros, a quien solicité una interpelación urgente el día doce de diciembre último, ha declarado por sí y ante sí con su conducta que la urgencia no existía, sin molestarse siquiera en oír la opinión de la Cámara. He pasado resignadamente por esta infracción reglamentaria. Pero al cumplirse hoy el plazo máximo señalado por el apartado 4) del artículo 96 del vigente Reglamento de 29 de noviembre de 1934 para explanar las interpelaciones no declaradas urgentes y encontrarme con el Parlamento incomprensible y, a mi juicio, anticonstitucionalmente cerrado, acudo a S. E. con mi interpelación escrita por no ver ahora en la República otra autoridad ante quien poder realizarlo. La enorme gravedad de la situación creada por la represión en las provincias de Asturias, León y Palencia, no me permite esperar más tiempo silencioso sin incurrir en tácita complicidad con el crimen. S. E. personifica a la Nación, según el artículo 67 de nuestra Carta constitucional, y al dirigirme a S. E. con todos los respetos es a la Nación entera a quien me dirijo.
Nadie ha puesto, Excmo. Sr., más voluntad que yo para procurar que se disipara la ilusión revolucionaria del proletariado, ni nadie ha sentido más en lo hondo de su alma que lo he sentido yo el dolor de la revolución. A pesar de ello, no me he sumado ni me sumo al coro plañidero de los que más culpa tienen en la catástrofe padecida por España. Hipócritas y fariseos han llorado sobre el daño acarreado por el vendaval, sin perjuicio de confesar después que hicieron lo posible “por provocar la revolución” (son palabras textuales del Sr. Salazar Alonso en su conferencia del día 18 del mes anterior en el Círculo Mercantil) y que en realidad la provocaron a sabiendas con sus actos, según declaró el Sr. Gil Robles en su discurso del día 16 del mismo mes ante los gestores electorales de Acción Popular. Por otra parte, protestar de las revoluciones me parece tan inocuo como protestar de los eclipses solares o de las convulsiones geológicas. Lo adecuado sería estudiar las causas que las engendran y procurar anticiparse a los efectos de ellas con sabias medidas de gobierno. Balmes, en sus Escritos Políticos, dijo esto, tan sencillo y tan exacto: “¿Queréis acabar con el carlismo? Gobernad bien.” Algo semejante vino a decir el Sr. Cambó en la última parte de su discurso del día 5 de noviembre —y que a mi juicio es lo único ponderado y ecuánime que en aquella sesión y las dos siguientes se dijo— al pedir que se defina la política de la República, tanto en el orden exterior como en el interior, para poder salvar así la grave crisis que sufre la Nación española, creando a este fin lo que gráficamente llamó el clima espiritual que se precisa “para destruir el germen de todos los elementos de disociación que vienen actuando en España” y crear el patriotismo positivo. La desorbitada reacción que se produjo al principio ante el hecho revolucionario de Asturias se debe exclusivamente a que por primera vez surgía en España una verdadera revolución. Como siempre, más desorientados que el pueblo estuvieron los políticos. Basta examinar la gradación sucesiva de los calificativos y comparaciones que se le atribuyeron en las tres “sesiones patrióticas” para convencerse de ello. El Sr. Gil Robles, en su discurso del 5 de noviembre, tildó el movimiento revolucionario de ser “el más grave que ha padecido España” y uno “de los más graves, de los más temibles que han tenido que ser vencidos en toda Europa en estos tiempos”. El mismo día afirmó el señor Cambó en su discurso que el suceso revolucionario fue probablemente “el más grave de cuantos se han producido en Europa en lo que va de siglo”. El Sr. Calvo Sotelo habló el día 6 y dijo que “desde principio del siglo XIX acá en país alguno se ha producido una conmoción tan violenta, tan grave por toda clase de motivos”. Pero el Sr. Fernández Ladreda, en su discurso del día 7, fue todavía mucho más lejos, y para encontrar en la Historia universal algo comparable a la revolución de Asturias, tuvo que remontarse “al incendio de Roma por Nerón o a la invasión de España por los bárbaros del Norte”. Pero la verdad es que el alzamiento rebelde ocurrido en España durante el mes de octubre fue sencillamente el estallido de una revolución de gran ímpetu inicial y de menguado alcance, con los heroísmos y las ruindades propios de todas, que fracasó y que por haber fracasado les llaman traidores a los vencidos muchos de los que les llamarían leales si hubieran quedado vencedores, según el atisbo genial de uno de nuestros grandes clásicos del Siglo de Oro.

En toda revolución hay que distinguir la guerra y el crimen; también hay que distinguir el crimen y la guerra en toda represión. Como es de razón estricta, el Estado puede y debe castigar en la revolución la guerra y el crimen, aunque sin confundirlos. Pero también es de razón estricta que el Estado castigue el crimen en la represión. Justicia se ha pedido en el Parlamento por todos los oradores que intervinieron en la discusión de los sucesos de Asturias. Yo la pido igualmente. ¿Qué justicia? Diré qué entiendo por justicia en ambos casos, en la represión como en la revolución, la corrección de los delitos cometidos contra la ley por medio de las penas que la ley señala; ni más ni menos. Aquellos mismos oradores condenaron severamente los crímenes cometidos por la revolución. Con la misma severidad que ellos los condeno yo. Pero yo condeno también, y con más severidad aún —a mayor autoridad la responsabilidad ha de ser mayor— los crímenes cometidos por la represión. El pueblo ve que mientras se enjuicia y se castiga a los delincuentes de la primera, ni siquiera se permite hablar de los delincuentes de la segunda, y de ello saca conclusiones que a la República le interesa desvanecer pronto para marcar bien la línea divisoria entre su criterio de responsabilidad para todos y el criterio de impunidad para las autoridades que deshonró a la Monarquía desaparecida.

Y que existen delincuentes de la represión, desgraciadamente en proporción bastante elevada, es una verdad incuestionable. Me parece inconcebible que el Gobierno no se haya enterado de ello —tanto el excelentísimo señor Ministro de Estado y de Guerra y Marina como el excelentísimo señor Presidente del Consejo lo han negado con reiteración—, y sólo por esta sin igual negligencia han incurrido ya en una extraordinaria responsabilidad política, independientemente de otras que no creo oportuno señalar aquí. Según el texto del telegrama urgentísimo que dirigió el general López Ochoa al jefe de la columna Sur-Norte, que estaba en Vega del Rey, leído por el Sr. Calvo Sotelo en la sesión del 6 de noviembre, sin que haya sido desmentido por nadie, se ordena que “respétense edificios y familias”, y también se dice en ese telegrama que “se respeten las Casas del Pueblo”. Sus razones tendría dicho general para dar órdenes tan terminantes y expresivas. Estas razones, que un viaje rápido y comprometido me permitió alcanzar a mí, ¿cómo es posible que se le hayan escapado al Gobierno, dotado como está de poderosísimos medios informativos?

Fruto de mi viaje y de mis indagaciones es el relato que elevo a la alta consideración de S. E. en las líneas siguientes. Lo hubiera expuesto ante la Cámara legislativa para pedir el inmediato nombramiento de una Comisión parlamentaria que averiguase toda la verdad y depurara todas las responsabilidades. No me lo ha permitido el Gobierno, vulnerando así la práctica de libre publicidad, que fue orgullo de la República en sus primeros años.
Siempre resultaría esto censurable dentro de un régimen democrático. Lo es doblemente bajo un Gobierno presidido por el hombre que realizó las memorables campañas contra los tormentos de Montjuich y contra el fusilamiento de Ferrer y constituido precisamente por todos los partidos políticos que agitaron, hasta el abuso escandaloso, el banderín de los sucesos trágicos de Casas Viejas. Y como el Gobierno no me lo ha permitido, expongo ante S. E. los hechos más salientes que conozco, sin renunciar por ello a pedir cuantas veces sea necesario que se investiguen, se enjuicien y se sancionen todos los que hayan ocurrido.

Martirios
En las cárceles más importantes de Asturias, León y Palencia estuvieron ingresando durante mucho tiempo, y todavía gotea, presos bestialmente machacados a golpes, unos por la Guardia Civil en el momento de la detención, otros dentro de los cuarteles de dicho Instituto o de los guardias de Asalto, y bastantes en las Comisarías de Inspección y Vigilancia. Muchos de ellos, hasta de los no maltratados, han tenido que firmar declaraciones que desconocen, las cuales se les presentaron redactadas de antemano, sin que se les permitiera ni leerlas: por pretenderlo, algunos recibieron palizas suplementarias. Tengo un caso documentadísimo: el de José María Suárez-Valgrande, que más adelante referiré minuciosamente, demostrativo de la invención de declaraciones. Vale ese caso práctico por todas las negativas que oficialmente se pretenda oponerme.

En Mieres, en Turón, en Sama, en San Martín del Rey Aurelio, en Trubia, en Pola de Lena, en Laciana, en Sabero, en Pola de Gordón, en Santa Lucía, en Bembibre, en Matarrosa, en Veneros, en Guardo, en Barruelo de Santullán, en Aguilar de Campóo y en otros lugares de las provincias de Asturias, León y Palencia se ha golpeado inhumanamente a los detenidos para arrancarles declaraciones o por el sádico goce de atormentarlos. Para algunos de estos reclusos no ha habido ni siquiera un remanso de paz en las cárceles. Dentro de ellas —al menos dentro de las de Oviedo y Astorga— han seguido sintiendo el contacto del vergajo. Más aún, no se respeta ya ni el recinto de la cárcel. Un ejemplo: Teófilo Rodríguez, presidente de la Juventud socialista de Santa Lucía (León), después de estar preso en la cárcel de dicha capital fue extraído de ella el día 7 de noviembre, a las ocho de la noche, llevado en automóvil al cuartel de la Guardia Civil de Santa Lucía, apaleado allí a conciencia y devuelto otra vez a la cárcel de León la misma noche, a las doce.

Y han sido siempre, o casi siempre, los simples obreros de la masa —no conozco más casos de intelectuales martirizados que el de don Javier Bueno, que contaré más adelante, y el del maestro de Sabero (León), don Baudilio Riesco, a quien dejaron medio muerto a palos— los que han tenido que soportar tamaño ultraje a su dignidad ciudadana. En ningún Código actual está escrita la pena de apaleamiento. Jamás habrá figurado como medida preventiva contra supuestos delincuentes. Pero la realidad nos dice que, después de los últimos sucesos revolucionarios, se ha aplicado con una extensión y una intensidad, que han de alarmar agudamente a toda conciencia democrática. Los casos que en apoyo de mis afirmaciones ofrezco a S. E. a continuación lo prueban superabundantemente. Y a este desbordamiento de las pasiones más torpes la República tiene la obligación ineludible de ponerle un pronto y eficaz remedio. Va en ello algo más estimable que su propia existencia: su decoro.

Pravia-San Esteban
En un camión se llevaron veintitantos presos procedentes de Pravia (Asturias) a San Esteban para embarcarlos en el “Churruca” con destino a Gijón. Desde que estos individuos salieron de la cárcel de Pravia iban atados de dos en dos con cuerdas en ambos brazos y espalda con espalda, y de esa guisa, apareados, se les hacía andar. Atados de tal manera se les tuvo de pie en la plaza de Pravia cuatro horas seguidas, desde que les sacaron de la cárcel a las cinco de la mañana, hasta que se les cargó en el camión, y así se les continuó teniendo dentro de dicho vehículo, y así llegaron a San Esteban, y así se les comenzó a meter como fardos en el “Churruca”, hasta que el comandante del barco ordenó que les soltaran. Iban heridos y magullados; en el barco se les comenzó a curar. Desde que entraron en el “Churruca” experimentaron los efectos de un trato humano, y parece que el comandante de dicha nave advirtió que él se negaría en lo sucesivo a recibir presos en tales condiciones.

Concejo de Mieres
Como prueba de la crueldad de la represión en los pueblos de este Concejo basta decir que una de las torturas que emplean con los detenidos consiste en amarrarles las manos por detrás del cuerpo y después colgarlos, el cuerpo pendiente de las manos así atadas. En esta posición forzada de las articulaciones, ligamentos y músculos, que ha de ocasionar a los colgados dolores insufribles, les golpean con los látigos y otros elementos contundentes. Se les tiene suspendidos y pegándolos por períodos de duración entre dos y nueve horas consecutivas.
Según mis noticias, este procedimiento de martirio se ha empleado en los pueblos siguientes: Vega del Ciego, del Concejo de Pola de Lena, y Valdecuna y Cenera, del Concejo de Mieres. En estos dos últimos pueblos, después de quemar el mobiliario del Centro obrero y hacer pasar por las llamas a varios de los detenidos, los colgaron y apalearon en presencia de numerosos vecinos, a quienes reclutaron en sus casas y en las calles para que presenciaran el edificante espectáculo. También se ha aplicado, y se aplica, este tormento en el propio Mieres, y de la manera de hacerlo en dicha villa tengo referencias bastante completas.

Además de la cárcel de partido hay actualmente en Mieres otra cárcel habilitada. Está en el Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, donde ahora se tiene establecido un cuartel de guardias civiles y de guardias de Asalto. Dos de los antiguos salones-aulas están convertidos en celdas de prisión colectiva, y en cada una de ellas se encuentran próximamente cuarenta detenidos. El escenario de lo que era salón de actos del Colegio es al presente un potro de tortura. A este efecto han montado en él un aparato que esencialmente consiste en una polea con una gruesa cuerda, la cual, por cierto, se ha roto una vez al subir con ella a uno de los martirizados, hombre de mucho peso. Al detenido que van a maltratar lo llevan a dicho escenario, le atan las manos por detrás de la espalda y, después de atadas así, meten por entre ellas la cuerda de la polea y lo suben. Apenas despegados del suelo los pies del detenido sus brazos van girando hacia atrás sobre las articulaciones de los hombros hasta que aquéllos quedan levantados por encima de la cabeza. Si alguno resta encorvado por tener una musculatura fuerte o por habilidad gimnástica, para que se estire completamente le cuelgan de los pies un caldero lleno de agua. Hasta en un caso, en el del martirizado Segundo Gutiérrez, se agarraron al cuerpo de la víctima tres guardias civiles para deshacer el encorvamiento. Me consta que varios de los presos que han sufrido esta tortura se quejan, más aún que de las terribles distensiones ligamentosas, de un dolor insoportable en el pecho.

El humorismo de los detenidos ha bautizado el escenario del Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana con el nombre de Campo de Aviación. Cuando sacan a alguno dicen que lo llevan a montar en el avión. Y hasta tienen nombrado campeón de vuelo a un vecino de Sama de Langreo llamado Dorino Piquero, al que han colgado más de veinte veces. Naturalmente, la suspensión en el aire, con todo y ser por sí misma un tormento brutal, no es más que la preparación para el martirio. Después vienen los golpes sobre el tronco del cuerpo, que en algunas ocasiones se han extendido hasta los testículos, no sé si casual o intencionadamente, y que siempre se prolongan durante horas seguidas.
En el Hospitalillo de Mieres, que es un salón del Instituto de Segunda Enseñanza, capaz para diez y ocho o veinte camas, han ingresado, que yo sepa, los siguientes heridos procedentes de la cárcel establecida en el Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana:
Manuel Peña Iglesias. Entró el 31 de octubre, presentando lesiones por toda la espalda y una fuerte hemotisis. Le habían dado setenta y dos vergajazos. A los seis días pasó al Hospital de Oviedo, llevándosele poco después a la Cárcel Modelo sin estar aún curado.
Segundo Gutiérrez. Entró el 27 de noviembre con una costilla fracturada y con el cuerpo renegrido. Hubo necesidad de sondarle. Para apalearlo le suspendieron en el aparato que utilizan con este fin. Fue alta el 19 de diciembre.
Rufino Martínez ingresó el 27 de noviembre con numerosas contusiones por todo el cuerpo. Quedó privado de la facultad de hablar. El 8 de diciembre pasó al Hospital de Oviedo para aplicarle corrientes eléctricas. Todavía no ha recobrado el habla. Fue también colgado.
Alberto Molina. Entró el 4 de diciembre con parálisis en ambos brazos a consecuencia de haber estado suspendido del aparato por espacio de nueve horas. Se le llevó el día 8 al Hospital de Oviedo para el tratamiento por la electricidad. Continúa la parálisis.
Nicasio Martínez. El 4 de diciembre entró en el Hospitalillo con lesiones en un brazo y en varias partes del cuerpo. Pasó a la cárcel después de varios días de cura. También estuvo suspendido.
Manuel Díaz (a) Pernales. Estuvo colgado durante cuatro horas, y fue asistido en el Hospitalillo de varias lesiones por apaleamiento.
Julio Fernández. Fue asistido de orquitis producida por un puntapié dado en
la región testicular.
Al súbdito norteamericano, chofer de oficio, Andrés Cáceres Morales, residente en Ujo, le detuvieron por suponerle complicado en la revolución, y le colgaron y apalearon de tal manera, que a los quince días (el 9 de diciembre) tenía aún el cuerpo lleno de cardenales. Reclamó por carta certificada ante el cónsul de su país en Madrid.
Fernando González Fernández (a) Moscón, concejal socialista de Mieres, murió después de sufrir por tercera vez el tormento. Tiene este caso especiaIísimas características, que le hacen singularmente grave. De él hablaré con algún detenimiento más adelante.

Palencia
En Palencia, para hacer declarar a un tal Llorente que las armas se las había dado un concejal de dicha ciudad, que ni siquiera había hablado una sola vez con aquel preso, ni sabía que perteneciera a la U.G.T., se fingió en el cuartel de la Guardia Civil un fusilamiento en la habitación de al lado a la en que Llorente declaraba, después de haberle dado cada veinte minutos una bárbara paliza, porque se negaba a prestar esta declaración falsa, que, por fin, consiguieron arrancarle así: Al oír Llorente que el sargento decía en la habitación inmediata: “Si no declara, fusilarle”, y oír también la caída pesada de un cuerpo, al mismo tiempo que sonaba un disparo —hecho por un guardia, pero que en realidad salió por la ventana—, se aterró sobre todo porque dijeron: “Ahora que pase otro”, y el otro era él; no es extraño que firmara lo que quisieron.

Barruelo de Santullán
En Barruelo de Santullán (Palencia), al ex diputado provincial don Adrián Fernández le puso la Guardia Civil, en el momento de detenerle, unas esposas, al parecer de nuevo modelo en España, que tienen una serreta que al moverse se clava y va apretando. Después de esposado le dieron una paliza enorme, y como se moviera instintivamente para esquivar los golpes, se le clavaron las esposas y tuvo una hemorragia intensísima, por causa de la cual hubo que trasladarle al Hospital de Reinosa, en donde se dijo durante mucho tiempo que había fallecido. Avergonzados por la gravedad que revistió este hecho, se quiso hacer creer que el Sr. Fernández había intentado suicidarse seccionándose las venas. A mediados del mes de diciembre seguía aún en la enfermería de la cárcel de Burgos por el estado de debilidad en que le dejó la hemorragia, que duró varias horas.
A Juan Alvarez, secretario de la sección de Barruelo, le dieron, como a todos, una paliza enorme, no obstante saberse que logró evitar que un grupo de revoltosos incendiara el Hospital. Como consecuencia de este mal trato ha tenido una pulmonía traumática, que pasó tirado en el suelo de la cuadra del cuartel de Barruelo. Difícilmente ha librado de ella, y por esa causa no le llevaron a la cárcel de Burgos en un principio; pero al mejorar querían llevarle, cosa que se evitó gracias a que intervinieron las monjas ponderando su bondad. El día 18 de diciembre seguía en la cuadra del cuartel de la Guardia Civil de Barruelo, donde le tenían como gancho para hacer confesar a los demás detenidos. Cuando algún preso, a pesar de las palizas, no declaraba lo que querían, lo metían en la cuadra y decían al enfermo: “¿No tienes nada que decir a éste?” Y el pobre muchachón, aterrado por el recuerdo de los sufrimientos pasados y debilitado por su enfermedad, animaba a la víctima para que dijera cualquier cosa, a fin de evitar que lo matasen.
A un joven, cuyo nombre no recuerdo, pero que es conocido de persona de toda solvencia, le han quitado todos los dientes con la culata de un fusil.

Aguilar de Campóo
En Aguilar de Campóo (Palencia), la Guardia Civil detuvo a Eulogio Estévanez Paredes, el 12 de octubre, a causa de haberse denunciado que él y otros habían cortado el hilo del teléfono de dicha villa a su estación. Como Paredes negaba el hecho, fue golpeado brutalmente con fusiles y con vergajos por cinco guardias y el sargento en una sala del cuartel. A causa de los golpes perdió el conocimiento. Le incorporaron y le hicieron firmar una declaración, que ya tenían escrita, llevándole la mano para que lo pudiese hacer. Como en seguida volviera a caerse al suelo, la misma guardia civil, para poderle trasladar desde el cuartel a la cárcel le tuvo que refrescar la cara con agua y, sentándole en una silla, le dio té para que se reanimara. Al salir poco después, andaba derrengado. El sargento se le acercó y le dijo en voz baja: “Si no andas derecho, te paso de un lado a otro con el machete.”
Un abogado de Palencia, cuyo nombre obra en mi poder, vio en la cárcel
a este individuo al día siguiente de ingresar en ella y quedó horrorizado al
apreciar que tenía el pecho y la espalda lo mismo que si le hubieran dado
pinceladas de almazarrón.
La Audiencia a la que Paredes dijo por escrito el mal trato de que había sido objeto, ante el dilema de reconocer que se le había arrancado la declaración por la violencia o afirmar que la prestó voluntariamente, optó por esto último y le condenó a dos años de prisión. Y preso está.

León
Alipio Vélez y Emilio Oricheta, vecinos de Matallana de Torío, y Julio Patán, vecino de León, fueron detenidos durante los primeros días de la huelga revolucionaria en las Ventas de Nava y desde allí conducidos a la Comisaría de Vigilancia de León, que está en el mismo edificio que el Gobierno Civil, donde por espacio de ocho horas les apalearon horriblemente cuatro equipos de guardias de Asalto, que se relevaban por parejas cuando la fatiga les rendía. En estado de inconsciencia causado por los golpes y teniendo que sostenerlos sus propios apaleadores, les obligaron a firmar una declaración que no habían prestado, en la cual se supo después que se acusaba a don Alfredo Nistal como Jefe de la rebelión en aquella provincia; ninguno de estos hombres conocía al Sr. Nistal ni había tenido jamás relación con él. Una vez que hubieron firmado, los arrojaron debajo de la mesa y se pusieron a jugar a las cartas, teniéndolos por alfombra. Después los llevaron a la cárcel, donde orinaron y escupieron sangre.
Hay cinco testigos presenciales de estos hechos, de dos de los cuales tengo los nombres.

Además de los citados, se reunieron en la cárcel de León los siguientes presos que habían sufrido golpeaduras tremendas: Eusebio Ferrero, de Bembibre; Ernesto Miranda, Aníbal Fernández y Gerónimo Guerrero, de Matallana de Torío; Santiago Barrio, José Crespo y Marcelino Diez, de Santa Lucía; Manuel Gutiérrez, Herminio Muñoz, Carlos González y Lucas Díez, de Ciñera; y Juan Monje y Ramón Blanco, de León. Es digno de ser destacado este último caso. Ramón Blanco entró en la cárcel de León a mediados de octubre con el cubito fracturado a consecuencia de la paliza sufrida; el día treinta de dicho mes no había recibido aún la debida asistencia médica y se pasaba en un grito las horas. Seguramente ha habido y hay en esta cárcel más presos que llegaron apaleados; pero yo no conozco otros nombres que los antedichos.

En la Comisaría de Vigilancia de León, para ahogar los gritos de los martirizados, hacían funcionar la radio, instalada en las oficinas del Gobierno Civil. Los monárquicos y fascistas que por aquellas oficinas pululaban para llevar delaciones, se asomaban a las ventanas a saborear los gemidos de los atormentados en los intervalos en que la radio enmudecía. No puede negarse que es un refinamiento.

Cuartel-cárcel de Astorga
Mientras desempeñó la Comandancia militar en este cuartel-cárcel don Baltasar Chinchilla, de vez en cuando subían a las celdas un cabo y varios soldados portadores de una orden de dicho jefe para que les fuera entregado un preso. Cumplida la orden lo bajaban y lo ponían en manos de la Guardia Civil, que apaleaba al recluso durante mucho tiempo. Lo devolvían después de bien golpeado, y los soldados lo tornaban a la celda. Fueron casos salientes de esas palizas Nemesio Pascual y Daniel Huerga Merayo, de que me ocuparé aparte. Pero no fueron los únicos.

Poseo los nombres de testigos de los dos siguientes casos:
José Fernández Galán, vecino de Caboalles de Abajo (León), fue detenido en su casa el día 23 de octubre. Trasladado a dicho cuartel-cárcel, ocupaba, con otros detenidos, la celda número 6. El 15 de noviembre, cuando pasaba por la nave correspondiente a su celda, a la hora en que esto se permitía, por la tarde (de cinco a seis), la Guardia Civil, que hacía centinela en el corredor abierto exterior, penetró en la nave, se apoderó del preso, lo bajó al cuerpo de guardia y lo apaleó durísimamente en un cuarto anejo.

El día 18 de noviembre, a altas horas de la noche, los vecinos de Matarrosa (León) José Pérez y Toribio Fernández, naturales de Villarmeriel, que ocupaban, en unión de otros presos, la celda número 12 de este cuartel-cárcel, fueron sacados de ella por los funcionarios de Prisiones y entregados a la Guardia Civil, que los apaleó sin piedad en una habitación cercana al cuerpo de guardia. A la mañana siguiente se les reintegró a su encierro en el estado consiguiente a la atroz paliza sufrida. No recibieron asistencia médica. Desde que desempeña la mencionada Comandancia militar el Sr. Madroñero esto ha cambiado radicalmente. Me afirman, sin embargo, que aun fue apaleado un preso joven, cuyo nombre desconozco, el día 20 de diciembre. Estoy seguro de que el comandante Madroñero no ha dado la orden ni ha tenido conocimiento del hecho.

La Bañeza
Eusebio Villafáñez Alonso, de veintidós años, soltero, minero y vecino de Ciñera, fue detenido el día 29 de octubre e ingresó en la cárcel de La Bañeza (León) la noche del mismo día. La detención se efectuó en Palacios de Fontecha, donde trabajaba. Antes de ir a la cárcel fue intensamente apaleado por la Guardia Civil con un vergajo, palos, una pala y fusiles, mientras uno de los guardias le encañonaba con la pistola. Al día siguiente de haber entrado en la cárcel, el médico forense de La Bañeza le examinó, apreciando un sinnúmero de contusiones y algunas heridas. Villafáñez se hallaba realmente tundido por la formidable paliza. También presentaba heridas en las muñecas producidas por las esposas. Hace unos quince días aún continuaban curándole. Pues bien, en ese estado se le hizo firmar una declaración. El interesado ha dicho después que no sabe lo que firmó por encontrarse en estado seminconsciente y por no habérsele leído el escrito.

Bautista Tejedor de la Fuente, de veintisiete años, soltero, minero, natural de Ciñera y vecino de Santa Lucía fue detenido el día 29 de octubre en Bercianos del Páramo (León) en casa de su familia. La noche del mismo día ingresó en la cárcel, juntamente con Villafáñez. Le ocurrió exactamente igual que a éste, si bien es verdad que sus heridas y contusiones fueron de menos importancia.
José de la Fuente Rabanal, de veintiún años, soltero, minero, natural de
Carrocera (León) y vecino de Santa Lucía, fue detenido el día 3 de noviembre
en La Bañeza en casa de unos parientes. El mismo día ingresó en la cárcel.
Antes había sido duramente apaleado, como sus compañeros. Este joven, después de recibir una gran paliza, declaró tener escondida una escopeta de caza en los montes de Santa Lucía. Por virtud de aquella declaración fue llevado el
día 29 de dicho mes al pueblo mencionado con objeto de que señalase el lugar
donde la tenía oculta. Conducido a la montaña, el muchacho indicó el sitio;
pero la escopeta no fue encontrada. En vista del fracaso de la diligencia, apalearon de nuevo con gran energía y continuidad a este detenido, el cual, a
pesar de su naturaleza fortísima, quedó muy quebrantado y con las espaldas,
pecho y piernas en viva y sangrante carne. Como preparación del apaleamiento,
y “para que no se cayese al suelo” y recibiera mejor los golpes, sin quitarle
las esposas le amarraron al cuello una cuerda que pendía del techo. Semicolgado,
pues apenas podía tocar el suelo con las puntas de los pies, y expuesto, por lo
tanto, a ahorcarse al menor desfallecimiento, recibió puntapiés, vergajazos, palos
y puñetazos de unos seis guardias. Después de este apaleamiento le tomaron
declaración, y José de la Fuente se confesó en ella autor de los asaltos al cuartel
y al polvorín y de la voladura de puentes. No se declaró autor de otros hechos,
porque no se lo pidieron.
Francisco Escudero Casbán, de cuarenta años, casado, con seis hijos, minero,
natural de Orsonaga y vecino de la Valcueva (León), fue detenido el día 28 de octubre en San Pedro de los Llanos, donde se hallaba trabajando. Ingresó en la cárcel de La Bañeza el mismo día, pasando antes por el cuartel de la Guardia Civil de este pueblo, en el cual los guardias le maltrataron brutalmente. Hace diez días conservaba aún en las manos las huellas de las esposas. Prestó declaración cuando recobró el conocimiento, perdido a consecuencia de la paliza. El interesado ignora el tiempo que permaneció sin sentido. Fácilmente se comprenderá el valor que tiene la declaración firmada por un individuo sin noción ni responsabilidad de sus actos.
Celestino Diez González, de veintiséis años, soltero, minero, natural de Valcueva y vecino del mismo sitio fue detenido en San Pedro de Bercianos el día 28 de octubre y conducido a La Bañeza el mismo día. En el cuartel de la Guardia Civil sufrió el consabido apaleamiento seguido de interrogatorio e ingresó horas después en la cárcel.
Blas Fernández Vega, de veintinueve años, casado, minero, natural de Villasala y vecino de Santa Lucía, fue detenido el día 17 de noviembre en Villasala (León) en casa de su hermana, y después de conducido al cuartel de la Guardia Civil de La Bañeza, donde fue maltratado de obra, ingresó en la cárcel. Este individuo prestó declaración en el cuartel. Los mismos guardias civiles hubieron de reconocer pronto su inocencia, no obstante haberse declarado culpable, cosa que hizo por miedo a recibir más palos. Oídas a continuación de la suya por los guardias las declaraciones de otros compañeros, todas coincidentes en que él nada tuvo que ver con los sucesos, le amenazaron con pegarle de nuevo por haberse declarado culpable de delitos que no cometió. Por fortuna, no pasaron de la amenaza.
Santos Fernández García, de cuarenta y seis años, casado, labrador, natural de San Pedro de Bercianos (León) y vecino del mismo sitio, y su hijo Laurencio Fernández García, de veintiún años, soltero, labrador, natural y vecino del mismo pueblo que su padre, fueron detenidos el día 28 de octubre al presentarse, a instancias de la Guardia Civil, en el cuartel de La Bañeza. Laurencio fue maltratado de obra —puntapiés y vergajazos— en presencia de su padre. El delito que se les imputaba a estos labradores era el de tener trabajando en sus tierras a dos individuos que, al parecer, resultaron huidos de los sucesos. Padre e hijo ignoraban la procedencia de ambos trabajadores.
De manera análoga han sido apaleados en el cuartel de la Guardia Civil de La Bañeza Cayetano González, Salvador Rúa, Isaac González y Antonio Santos; el penúltimo, para que no le pegaran más, declaró, como pretendían, que había ejercido coacciones durante la huelga, y el último fue puesto en libertad después de haber sufrido una tremenda paliza de que le quedaron en el cuerpo señales muy visibles.

Bembibre
Pasaron por Bembibre (León), próximamente doscientos detenidos. A la casi totalidad de ellos les pegaron brutalmente en la Casa Ayuntamiento, que es donde está la cárcel. Las palizas las daban en el salón de sesiones, que fue habilitado para cuartel general. Antes de pegarles les hacían quitarse a los detenidos las chaquetas, diciéndoles que ellas no tenían la culpa —frase que se ha repetido con singular exactitud en casi todos los lugares de apaleamiento en la zona minera de León—, y seguidamente se despachaban sobre ellos a su gusto. En este pueblo demostró la Guardia Civil una marcada preferencia por los culatazos en los pies, que impedían andar a quienes los recibían, ocasionando a muchos inflamaciones y heridas de consideración.

De todos estos malos tratos fueron testigos presenciales el alcalde, el secretario del Ayuntamiento y el secretario del Juzgado municipal, los tres hombres de derechas, que, seguramente, no lo negarían si fueran interrogados. Por otra parte, la inmensa mayoría de los habitantes de Bembibre, por estar tan céntrico el lugar de la tortura, oyeron los gritos desgarradores de los atormentados. Bastantes personas me hablaron de ello durante mi breve estancia en Bembibre. Destacan entre los casos los de Nemesio Pascual, vecino de Matarrosa, y de Daniel Huerga Merayo y Luciano Domínguez, vecinos de Bembibre, que expondré aparte. Estos tres individuos están ahora en el cuartel-cárcel de Astorga, donde se ha seguido golpeando sin compasión a los dos primeros, como ya queda dicho anteriormente. Allí está también otra infeliz víctima, un chiquillo de quince años, que aun parece más niño por su delicada complexión, quien llegó con la piel de las muñecas cortada por las esposas y el cuerpo cubierto por las huellas de una paliza bestial; es el pinche o dependiente de la Cooperativa obrera de Matarrosa.

Pola de Gordón
A dos cuarteles de la Guardia Civil de este Ayuntamiento de la provincia de León, el que está en el casco de Pola y el que está en Santa Lucía, se comenzaron a llevar obreros detenidos desde el día 12 de octubre. Puede calcularse que pasarían por ambos cuarteles unos cien hombres, además de tres mujeres. A todos ellos, antes de instruir los sumarios, se les apaleó despiadadamente, sin exceptuar a las mujeres, que eran tres muchachas de la Juventud socialista de Santa Lucía, llamadas Rosa Rodríguez, Concesa Melón y Juliana Aller.
Estas dos últimas, después de apaleadas, quedaron presas, y en la cárcel continúan. También detuvieron a Rosa Rodríguez; pero ya la han puesto en libertad, aunque fue la que recibió peor trato de las tres. Dicha joven, que tiene diez y nueve años y vive en Ciñera, es hermana del secretario de la Juventud socialista, llamado Teófilo. La condujeron al cuartel de la Guardia Civil de Santa Lucía para que dijese dónde estaba su hermano. Porque no lo sabía o porque no quiso decirlo, se la apaleó de tal modo que hubo de estar en cama seis días con el cuerpo lleno de heridas y contusiones y recibir asistencia facultativa. Antes de proceder a apalearla la ordenaron que se quitara el abrigo, “porque él no tenía la culpa”. La frase estereotipada…

En el cuartel de la Guardia Civil de Pola de Gordón destinaron la cuadra para los apaleamientos. A las víctimas, después de obligarles a quitarse la chaqueta, las mandaban acostarse boca abajo sobre un montón de paja y allí las golpeaban hasta que les parecía. No dejaban que a ninguno de los presos que pegaban y herían se acercasen a curarlos los médicos de la localidad, pues por dos veces pidieron esta asistencia los heridos y se les negó rotundamente. Se prefería, sin duda, que sufrieran sin consuelo y hasta que murieran abandonados.

De entre los casos de atormentados en estos cuarteles destacan cinco, que he de relatar nominalmente: el de José María Suárez Valgrande, porque es la demostración plena de que se ha obligado a firmar declaraciones no prestadas,, y los de Juan Suárez, Eusebio Fernández, Domingo Pellitero y “el Pastor”, muertos los cuatro después de las palizas, que contaré en la parte correspondiente de este escrito. También es digno de ser conocido el caso del quincuagenario de Santa Lucía, Florentino Rodríguez Suárez, a quien, además de apalearlo, le patearon el pecho hasta que vomitó sangre.

Caso de José María Suárez-Valgrande
El día 12 de octubre, provisto del correspondiente salvoconducto, se trasladó José María Suárez de León al alto del Puerto de Pajares para visitar a su familia, propietaria del hotel Valgrande. Al pasar por Busdongo solicitó del Jefe de la fuerza que guarnecía aquella villa autorización para continuar, que le fue concedida, en vista de que el salvoconducto sólo le servía hasta allí.
Pasó la noche del día 12 al 13 en su casa y a la mañana siguiente regresaba a León con el contratista de obras públicas don Valentín Gutiérrez en un automóvil de éste, cruzando Busdongo sin más parada que el tiempo preciso para que unos sargentos les pidiesen por favor que les condujeran el correo, a lo que accedieron de buen grado. Se detuvieron en Villamanín, en casa de don Valentín Gutiérrez, y apenas había transcurrido media hora de su llegada cuando se presentó el teniente don Juan Pérez Martín, del Regimiento de Infantería número 35, diciendo que tenía orden de detener a quienes momentos antes habían pasado en automóvil por Busdongo.

Debidamente custodiados en el coche por dos soldados, regresaron inmediatamente a dicho pueblo don Valentín Gutiérrez, su chófer y el señor Suárez. A los pocos momentos, y estando detenidos con centinelas de vista en la sala de estadística de la estación de ferrocarril, llegó el mismo teniente, quien dijo que podían continuar su viaje al Sr. Gutiérrez y a su chófer, y notificó la orden de quedarse al Sr. Suárez. Acto seguido procedió a cachearle, lo que hizo con gran detenimiento, sin encontrar sobre él ningún arma ni ningún documento delictivo. Le notificó después que su detención obedecía a una denuncia de carácter gravísimo formulada contra él y salió diciéndole que iba a adquirir informes suyos y advirtiéndole que podía pedir todo lo que precisase.

Por la tarde habló nuevamente el teniente Sr. Pérez Martín con el Sr. Suárez para comunicarle que si bien los informes que acerca de él había recibido eran magníficos, no podía dar la orden de su libertad interín no resolviera a este respecto el comandante Sr. Balmori, que era el Jefe de la fuerza y que estaba en Pola de Gordón, a donde aconsejó al Sr. Suárez que fuera. Este advirtió que toda vez que continuaba virtualmente detenido era preferible que le mandasen conducido en cualquier convoy debidamente custodiado. Se hizo así en la tarde del domingo día 14, que salió Suárez para Pola de Gordón en una camioneta y custodiado por soldados de Ingenieros.

Al llegar éste a Pola de Gordón se presentó ante el citado Comandante Sr. Balmori, quien se encontraba en el hotel Castilla-Asturias, y desde allí le dio la orden a Suárez, por mediación de un guardia civil, de que fuera al cuartel de dicho cuerpo. Fue dicho señor donde le mandaron, acompañado también por un guardia civil, y se le recluyó en una cocina de aquella casa-cuartel, donde se encontraban detenidos el Jefe de la estación del ferrocarril de Santa Lucía y otro individuo, teniendo ocasión Suárez de presenciar entonces los malos tratos de que estaban siendo víctimas otros detenidos que se encontraban en el patio de la casa-cuartel de referencia. Media hora más tarde entró en la cocina el sargento de la guardia civil de Santa Lucía, que insultó y amenazó gravemente a Suárez. Salió el sargento y al poco rato se llevaron a los otros dos detenidos que había en la cocina y quedó Suárez solo. Serían las nueve de la noche cuando llegaron dos soldados y le dijeron que tenían orden de trasladarlo a la cuadra, junto a los presos de cuyo mal trato había sido testigo momentos antes.

En la cuadra se encontró con diecisiete detenidos, dos de los cuales se quejaban de agudísimos dolores producidos por una paliza que habían recibido y todos los demás aparecían en estado lamentable. A las tres de la mañana aproximadamente se presentó en la cuadra-prisión un guardia civil, el cual le dijo a Suárez: “Usted pensaría ir a León, pero yo le garantizo que nunca más ha de llegar; rece lo que sepa, pues mañana irá a hacerle compañía a éste”, señalándole al decirlo el cuerpo sin vida de uno de los detenidos, del llamado Eusebio Fernández.

A las nueve de la mañana del día 15 entraron en la cuadra-prisión cuatro soldados y un cabo, todos ellos del Regimiento de Caballería número 5, los cuales ordenaron a Suárez que saliese “porque había llegado la hora de su muerte”. Le obligaron a acostarse en el suelo sobre el pecho, y con unos vergajos de que iban provistos comenzaron a darle tremendos golpes, sin que le sirvieran sus súplicas y ruegos de que le dejasen, ya que él no tenía nada que ver en el movimiento planteado, de lo que podrían informarse inmediatamente si lo deseaban. Transcurridos unos veinte minutos cesaron de pegarle, anticipándole ya que por la tarde sería nuevamente maltratado. Así fue, en efecto. A las tres de la tarde recibió orden de colocarse en el suelo en la misma postura y le dieron otra paliza mucho mayor que la primera, hasta el extremo de que por el estado lastimoso en que se encontraba y por la debilidad que le produjo una herida profunda que le habían abierto en la cabeza se desmayó sobre un charco de sangre, cesando entonces la paliza.

Aquel mismo día a las nueve de la noche fue llevado Suárez entre dos guardias, porque su estado era tal que no podía ir solo, a la sala del sargento de la guardia civil, donde se le obligó a firmar, bajo severas amenazas, una declaración que no había prestado, sin que ni siquiera se le autorizase a leerla.

A las cinco de la mañana del otro día, o sea del día 16, se les ordenó a varios detenidos, y entre ellos a Suárez, que se prepararan porque iban a ser conducidos a León. Aproximadamente a las siete llegaron dichos presos, en una camioneta custodiada por soldados, ante el Gobierno Militar de aquella ciudad. Era tan deplorable el estado en que Suárez se encontraba, que don Vicente Zorita, industrial leonés que le conoce sobradamente, no le reconoció cuando se dirigió a él, aprovechando que pasaba por allí, para que avisase a su familia. Algo semejante le ocurrió al contratista de obras don Francisco Fernández, quien únicamente pudo reconocer a Suárez por el tono de la voz. Su propia esposa, que acompañada de un hijo llegó enseguida, tuvo que hacer grandes esfuerzos para reconocerle.

Después de un largo rato de permanencia en el Gobierno Militar, se les trasladó a los detenidos a la cárcel, desde donde se les llevó a las ocho de la noche, esposados y en cuerda, al cuartel del Cid para recluirlos en él. Al día siguiente solicitó Suárez la asistencia de un médico que pudiera certificar de su estado. Fue el médico Sr. Torres Ordás, y a presencia del Teniente de guardia Sr. García Lubén, del Comandante Sr. Arredonda y del Capitán Sr. Araujo, le reconoció y dispuso que fuera inmediatamente hospitalizado. Aquella misma noche le atendieron en el hospital los doctores Hurtado (padre e hijo) y don Deogracias Vicente, quienes ordenaron que se le acostara enseguida en la cama número uno de la Sala de San Antonio. A la otra mañana le reconocieron y le pusieron el tratamiento adecuado el Dr. Acevedo y el Comandante Médico Militar Sr. Delás.

Pasados nueve días se presentó en el hospital el Juez Instructor, teniente Martínez Mantecón, quien tornó declaración amplia a Suárez. No pudo conocer éste oficialmente, por ser secreto del sumario que se le incoaba, en qué consistió la declaración inventada que se le obligó a suscribir en Pola de Cordón; pero se enteró oficiosamente de que había firmado la posesión en el momento de ser cacheado de tres pistolas ametralladoras y de gran cantidad de folletos comunistas y el reconocimiento de haber fomentado la rebelión entre los soldados y de haber impedido que hablasen por teléfono desde el hotel Valgrande fuerzas de la guardia civil la noche que allí pasó.

Inmediatamente de haber adquirido Suárez estos datos comisionó a uno de sus hermanos para que buscase en Oviedo al teniente don Juan Pérez Martín que le había detenido y le pidiera el favor de referir las circunstancias de su detención. Dicho teniente certificó por su honor que Suárez había sido un detenido correctísimo, que no se le encontró documento alguno delictivo ni ninguna arma y que le constaba, por habérselo así manifestado el teniente don Francisco Berlanga, del Regimiento número 21 de guarnición en Cáceres, que el detenido había pasado casi toda la noche en su compañía en el hotel Valgrande y que había dado todo género de facilidades para el alojamiento de la tropa, ofreciendo incluso gustosísimo un garaje para que los soldados no durmieran a la intemperie; decía, además, en su certificado el teniente Sr. Pérez Martín que no concebía como pudieron encontrarse armas en poder de un señor que no las tenía en el momento de ser detenido y que a partir de entonces no estuvo ni un minuto sin custodia hasta su llegada al cuartel de Pola de Gordón. El mismo día que fue dado de alta Suárez en el hospital —alta que dice, no obstante lo relatado, que el enfermo había ingresado allí con bronquitis— el señor Juez Instructor envió un oficio en el que se dice literalmente: “…no habiendo aparecido ningún cargo contra el detenido José María Suárez-Valgrande, procede su inmediata libertad”.
Nada se ha hecho, sin embargo, contra el inventor de la declaración falsa.

Caso de Nemesio Pascual
Detenido en Matarrosa (León) el día 8 de octubre, fue conducido a Bembibre el mismo día. Del 8 al 16 recibió allí diecinueve bárbaras palizas, llevadas hasta hacerle perder el sentido y tener que ser devuelto en brazos de otros presos al calabozo. Hubo día en que fue apaleado hasta cinco veces.
El 11 de octubre se le llamó a careo con uno de sus denunciantes, Mariano Núñez o Muñiz, vecino de Bembibre, viajante de la casa Gatón, de León. Como los careados no se pusieran de acuerdo, Mariano golpeó sañudamente al detenido en el acto del careo y delante de la guardia civil. Al día siguiente declaró Nemesio Pascual ante el Juez Militar, quien le careó con otro delator, José de la Fuente, vecino de Corbón del Sil, llamado “Pepe el Cubano”, no poniéndose tampoco de acuerdo delator y delatado. “Pepe el Cubano”, a presencia del Juez Militar, abofeteó al detenido.

Como queda dicho, después de prestar declaración ante el citado Juez siguió Nemesio Pascual siendo apaleado diariamente por la guardia civil, hasta el 16 de octubre inclusive. El día 17 fue trasladado al cuartel-cárcel de Astorga y encerrado en la celda número 12. El 21 de octubre se le hizo comparecer ante el Juez, quien le notificó el procesamiento. El 4 de noviembre los funcionarios de prisiones lo entregaron al Comandante Militar Sr. Chinchilla que !o había reclamado, y éste se lo entregó a su vez a la guardia civil, que en el cuarto anejo al Cuerpo de Guardia le apaleó por vigésima vez. Devuelto a rastras a la celda sufrió en ella dos colapsos consecutivos. Estuvo varios días sin poderse levantar de la paja en que yacía y todos creyeron que dejaba de existir. No recibió asistencia médica.

Caso de Daniel Huerga Merayo
Detenido en Bembibre el día 18 de octubre recibió su primera paliza en la tarde de ese día. Durante la noche del 18 al 19 fue víctima de dos palizas más y de una cuarta en la tarde del 19. Se le trasladó acto seguido al cuartel-cárcel de Astorga. Allí prestó declaración el día 20 ante el Juez Instructor, teniente don Manuel González Lanchas. Aterrorizado por el trato sufrido en Bembibre, parece ser que confirmó en esta declaración una parte de las falsedades que en dicho pueblo le habían sido arrancadas con tormentos, y entre ellas una acusación contra el vecino de Bembibre Fermín Orallo. El 29 de octubre los funcionarios de prisiones lo entregaron, obedeciendo orden del Comandante Militar, quien lo puso a disposición de la guardia civil del puesto del pueblo mencionado, que se encontraba en Astorga, sufriendo el preso la quinta paliza durante varias horas. El 31, con el mismo procedimiento, fue apaleado por sexta y séptima vez. Y el 4 de noviembre recibió la octava y última paliza. Durante ella, en un rapto de desesperación, hizo frente a los guardias, se escapó y salió al patio del cuartel ensangrentado y gritando. El teniente de Guardia Sr. Alique le detuvo pistola en mano y se lo devolvió a los guardias, quienes lo amarraron y le golpearon hasta quedar extenuados. El 15 de diciembre fue llamado por el teniente Lanchas a careo con Fermín Orallo. Daniel Huerga quiso explicar el motivo de su falsa acusación; pero el Juez creyó que bastaba con consignar únicamente que la acusación falsa había sido hecha por temor a malos tratos. Fermín Orallo fue puesto en libertad.

Caso de Luciano Domínguez
Luciano Domínguez, de Bembibre, ingresó en la cárcel-cuartel de Astorga en uno de los últimos días del mes de octubre. Iba ensangrentado, con todas las ropas desgarradas y revolcadas en barro; tenía una costilla rota, grandes desgarrones en las partes blandas del torso y una pierna encogida, sin duda por efecto de haberle machacado un haz de nervios. Sin asistencia ninguna pasó doce días tumbado sobre un montón de paja. Las heridas se le infectaron y manaban pus a chorros. El médico de la prisión le vio una vez y sin inclinarse siquiera sobre él le dijo que no tenía nada. A un médico socialista de León, don Francisco Rico, también preso, no se le permitió curarle. A los trece días de estar en esta situación, el practicante le dio una pomada en las heridas que no tenían costra. Días después, y a pesar de los buenos deseos de un funcionario de prisiones que pedía se le llevara al hospital, fue metido en una celda sin curarle. Ninguna nueva noticia tengo de él.

Caso de Pedro de la Fuente de Prado
El día 18 de diciembre el vecino de Cistierna (León) Pedro de la Fuente de Prado fue detenido por la guardia civil de aquel puesto, porque tenía un hijo sin bautizar. Se le conminó a que lo bautizara. Como se negase fue apaleado hasta dejarlo medio muerto. Ante este suplicio, hubo de consentir en el bautizo, que se celebró con gran pompa, siendo el padrino el sargento de aquella guardia civil llamado Antonio. Terminada la ceremonia el padre de la criatura, que había sido libertado, fue aprehendido nuevamente y conducido al cuartel-cárcel de Astorga, donde se encuentra.

De este salvaje atentado a la libertad de conciencia, cometido por servidores de un Estado que carece de religión oficial, tengo en mi poder los nombres de cuatro testigos presenciales.