La
represión de la Revolución de Octubre
Informe
de Félix Gordón Ordás, ex ministro
de la República y diputado en Cortes por León.
(Continuación)
Por la salud del Régimen.
La represión en las provincias de Asturias, León
y Palencia.
El Diputado a Cortes por León, don Félix
Gordón Ordás,
se
dirige oficialmente al
Excmo. Sr. Presidente de la República
Con
reiteración estéril me he dirigido en uso
del derecho que me confiere el cargo de elección
popular que orgullosamente ostento, al Excelentísimo
señor Presidente del Consejo de Ministros en solicitud
de una interpelación urgente sobre la represión
en las provincias de Asturias, León y Palencia.
Asimilándose hasta en eso las malas costumbres
de los Gobiernos monárquicos, don Alejandro
Lerroux no ha permitido que mi voz pidiendo justicia sonara
en el Parlamento. Suspendió las sesiones de Cortes
sin concederme la interpelación reclamada y prolongó
después la clausura con pretextos inadmisibles.
¿No ha visto o no ha querido ver el tremendo peligro
que amenaza a la República con este forzado silencio
en torno al crimen? La prolongación desmesurada
del mutismo impuesto por decisión gubernativa a
las diversas tribunas populares permite que se
sigan cometiendo impunemente por autoridades indignas
toda clase de crueles vejámenes contra el proletariado:
detenciones arbitrarias, apaleamientos furiosos, desahucios
ilegales, expulsiones bárbaras…
Contra tamaña bestialidad erigida ya en sistema,
que arroja a la clandestinidad a las organizaciones obreras
y está incubando odios terribles en muchos
espíritus, tenemos el deber inexcusable
de reaccionar los republicanos auténticos para
evitar que esos odios dañen a la República
en sus mismas esencias. Yo he reaccionado con ímpetu
y emoción desde el primer momento y no cesaré
en mi campaña hasta conseguir que terminen las
persecuciones inicuas y se enjuicie a los responsables
de ellas.
Obediente al imperativo de este propósito inquebrantable,
al cerrárseme las vías usuales y
lógicas en un régimen democrático,
me he visto precisado a enviar ayer una exposición
detallada y reflexiva al Excelentísimo señor
Presidente de la República, como autoridad suprema
del régimen. El escrito que ayer dirigí
a S. E. lo hago público hoy de este modo para que
la nación lo conozca. Me repugna apelar a un procedimiento
que choca contra mis ideas sobre el ejercicio ciudadano
de los derechos; pero no es mía la culpa de que
el Gobierno actual tenga obstruidos los otros, y ningún
político debe ocultar al país lo que le
diga al Jefe del Estado.
Madrid, 12 de enero de 1935.-F. Gordón Ordás.-
Rubricado.
Excmo.
Sr.
Las siguientes palabras pertenecen al discurso pronunciado
por S. E. e! día 15 del pasado mes de diciembre
en el Casal Catalá de Madrid: “En la vida
se resuelven los problemas abordándolos, recordándolos
y teniéndolos presentes; no con la ilusión
de que no existen porque los arrojemos de nuestros labios
o pretendamos borrarlos de nuestra memoria.” En
ellas me amparo para dirigir a S. E. el presente documento.
Yo bien quisiera haber usado la tribuna parlamentaria
que de derecho me pertenece para exponer estos hechos
y articular estas reflexiones. No he podido hacerlo. El
Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros, a quien
solicité una interpelación urgente el día
doce de diciembre último, ha declarado por sí
y ante sí con su conducta que la urgencia no existía,
sin molestarse siquiera en oír la opinión
de la Cámara. He pasado resignadamente por esta
infracción reglamentaria. Pero al cumplirse hoy
el plazo máximo señalado por el apartado
4) del artículo 96 del vigente Reglamento de 29
de noviembre de 1934 para explanar las interpelaciones
no declaradas urgentes y encontrarme con el Parlamento
incomprensible y, a mi juicio, anticonstitucionalmente
cerrado, acudo a S. E. con mi interpelación escrita
por no ver ahora en la República otra autoridad
ante quien poder realizarlo. La enorme gravedad
de la situación creada por la represión
en las provincias de Asturias, León y Palencia,
no me permite esperar más tiempo silencioso sin
incurrir en tácita complicidad con el crimen.
S. E. personifica a la Nación, según el
artículo 67 de nuestra Carta constitucional, y
al dirigirme a S. E. con todos los respetos es a la Nación
entera a quien me dirijo.
Nadie ha puesto, Excmo. Sr., más voluntad que yo
para procurar que se disipara la ilusión revolucionaria
del proletariado, ni nadie ha sentido más en lo
hondo de su alma que lo he sentido yo el dolor de la revolución.
A pesar de ello, no me he sumado ni me sumo al coro plañidero
de los que más culpa tienen en la catástrofe
padecida por España. Hipócritas
y fariseos han llorado sobre el daño acarreado
por el vendaval, sin perjuicio de confesar después
que hicieron lo posible “por provocar la revolución”
(son palabras textuales del Sr. Salazar Alonso
en su conferencia del día 18 del mes anterior en
el Círculo Mercantil) y que en realidad la provocaron
a sabiendas con sus actos, según declaró
el Sr. Gil Robles en su discurso del día 16 del
mismo mes ante los gestores electorales de Acción
Popular. Por otra parte, protestar de las revoluciones
me parece tan inocuo como protestar de los eclipses solares
o de las convulsiones geológicas. Lo adecuado sería
estudiar las causas que las engendran y procurar anticiparse
a los efectos de ellas con sabias medidas de gobierno.
Balmes, en sus Escritos Políticos, dijo esto, tan
sencillo y tan exacto: “¿Queréis acabar
con el carlismo? Gobernad bien.” Algo semejante
vino a decir el Sr. Cambó en la última parte
de su discurso del día 5 de noviembre —y
que a mi juicio es lo único ponderado y ecuánime
que en aquella sesión y las dos siguientes se dijo—
al pedir que se defina la política de la República,
tanto en el orden exterior como en el interior, para poder
salvar así la grave crisis que sufre la Nación
española, creando a este fin lo que gráficamente
llamó el clima espiritual que se precisa “para
destruir el germen de todos los elementos de disociación
que vienen actuando en España” y crear el
patriotismo positivo. La desorbitada reacción que
se produjo al principio ante el hecho revolucionario de
Asturias se debe exclusivamente a que por primera vez
surgía en España una verdadera revolución.
Como siempre, más desorientados que el pueblo estuvieron
los políticos. Basta examinar la gradación
sucesiva de los calificativos y comparaciones que se le
atribuyeron en las tres “sesiones patrióticas”
para convencerse de ello. El Sr. Gil Robles, en su discurso
del 5 de noviembre, tildó el movimiento revolucionario
de ser “el más grave que ha padecido España”
y uno “de los más graves, de los más
temibles que han tenido que ser vencidos en toda Europa
en estos tiempos”. El mismo día afirmó
el señor Cambó en su discurso que el suceso
revolucionario fue probablemente “el más
grave de cuantos se han producido en Europa en lo que
va de siglo”. El Sr. Calvo Sotelo habló el
día 6 y dijo que “desde principio del siglo
XIX acá en país alguno se ha producido una
conmoción tan violenta, tan grave por toda clase
de motivos”. Pero el Sr. Fernández Ladreda,
en su discurso del día 7, fue todavía mucho
más lejos, y para encontrar en la Historia universal
algo comparable a la revolución de Asturias, tuvo
que remontarse “al incendio de Roma por Nerón
o a la invasión de España por los bárbaros
del Norte”. Pero la verdad es que el alzamiento
rebelde ocurrido en España durante el mes de octubre
fue sencillamente el estallido de una revolución
de gran ímpetu inicial y de menguado alcance, con
los heroísmos y las ruindades propios de todas,
que fracasó y que por haber fracasado les llaman
traidores a los vencidos muchos de los que les llamarían
leales si hubieran quedado vencedores, según el
atisbo genial de uno de nuestros grandes clásicos
del Siglo de Oro.
En toda revolución hay que distinguir la
guerra y el crimen; también hay que distinguir
el crimen y la guerra en toda represión.
Como es de razón estricta, el Estado puede y debe
castigar en la revolución la guerra y el crimen,
aunque sin confundirlos. Pero también es de razón
estricta que el Estado castigue el crimen en la represión.
Justicia se ha pedido en el Parlamento por todos los oradores
que intervinieron en la discusión de los sucesos
de Asturias. Yo la pido igualmente. ¿Qué
justicia? Diré qué entiendo por justicia
en ambos casos, en la represión como en la revolución,
la corrección de los delitos cometidos contra la
ley por medio de las penas que la ley señala; ni
más ni menos. Aquellos mismos oradores condenaron
severamente los crímenes cometidos por la revolución.
Con la misma severidad que ellos los condeno yo. Pero
yo condeno también, y con más severidad
aún —a mayor autoridad la responsabilidad
ha de ser mayor— los crímenes cometidos por
la represión. El pueblo ve que mientras
se enjuicia y se castiga a los delincuentes de la primera,
ni siquiera se permite hablar de los delincuentes de la
segunda, y de ello saca conclusiones que a la República
le interesa desvanecer pronto para marcar bien la línea
divisoria entre su criterio de responsabilidad para todos
y el criterio de impunidad para las autoridades que deshonró
a la Monarquía desaparecida.
Y que existen delincuentes de la represión,
desgraciadamente en proporción bastante elevada,
es una verdad incuestionable. Me parece inconcebible
que el Gobierno no se haya enterado de ello —tanto
el excelentísimo señor Ministro de Estado
y de Guerra y Marina como el excelentísimo señor
Presidente del Consejo lo han negado con reiteración—,
y sólo por esta sin igual negligencia han incurrido
ya en una extraordinaria responsabilidad política,
independientemente de otras que no creo oportuno señalar
aquí. Según el texto del telegrama
urgentísimo que dirigió el general López
Ochoa al jefe de la columna Sur-Norte, que estaba
en Vega del Rey, leído por el Sr. Calvo Sotelo
en la sesión del 6 de noviembre, sin que haya sido
desmentido por nadie, se ordena que “respétense
edificios y familias”, y también se dice
en ese telegrama que “se respeten las Casas del
Pueblo”. Sus razones tendría dicho
general para dar órdenes tan terminantes y expresivas.
Estas razones, que un viaje rápido y comprometido
me permitió alcanzar a mí, ¿cómo
es posible que se le hayan escapado al Gobierno, dotado
como está de poderosísimos medios informativos?
Fruto de mi viaje y de mis indagaciones es el relato que
elevo a la alta consideración de S. E. en las líneas
siguientes. Lo hubiera expuesto ante la Cámara
legislativa para pedir el inmediato nombramiento de una
Comisión parlamentaria que averiguase toda la verdad
y depurara todas las responsabilidades. No me lo ha permitido
el Gobierno, vulnerando así la práctica
de libre publicidad, que fue orgullo de la República
en sus primeros años. Siempre resultaría
esto censurable dentro de un régimen democrático.
Lo es doblemente bajo un Gobierno presidido por el hombre
que realizó las memorables campañas contra
los tormentos de Montjuich y contra el fusilamiento
de Ferrer y constituido precisamente por todos
los partidos políticos que agitaron, hasta
el abuso escandaloso, el banderín de los sucesos
trágicos de Casas Viejas. Y como el Gobierno
no me lo ha permitido, expongo ante S. E. los hechos más
salientes que conozco, sin renunciar por ello a pedir
cuantas veces sea necesario que se investiguen, se enjuicien
y se sancionen todos los que hayan ocurrido.
Martirios
En las cárceles más importantes de Asturias,
León y Palencia estuvieron ingresando durante mucho
tiempo, y todavía gotea, presos bestialmente
machacados a golpes, unos por la Guardia Civil
en el momento de la detención, otros dentro de
los cuarteles de dicho Instituto o de los guardias de
Asalto, y bastantes en las Comisarías de Inspección
y Vigilancia. Muchos de ellos, hasta de los no maltratados,
han tenido que firmar declaraciones que desconocen, las
cuales se les presentaron redactadas de antemano, sin
que se les permitiera ni leerlas: por pretenderlo, algunos
recibieron palizas suplementarias. Tengo un caso documentadísimo:
el de José María Suárez-Valgrande,
que más adelante referiré minuciosamente,
demostrativo de la invención de declaraciones.
Vale ese caso práctico por todas las negativas
que oficialmente se pretenda oponerme.
En Mieres, en Turón, en Sama, en San Martín
del Rey Aurelio, en Trubia, en Pola de Lena, en Laciana,
en Sabero, en Pola de Gordón, en Santa Lucía,
en Bembibre, en Matarrosa, en Veneros, en Guardo, en Barruelo
de Santullán, en Aguilar de Campóo y en
otros lugares de las provincias de Asturias, León
y Palencia se ha golpeado inhumanamente a los detenidos
para arrancarles declaraciones o por el sádico
goce de atormentarlos. Para algunos de estos reclusos
no ha habido ni siquiera un remanso de paz en las cárceles.
Dentro de ellas —al menos dentro de las de Oviedo
y Astorga— han seguido sintiendo el contacto del
vergajo. Más aún, no se respeta ya ni el
recinto de la cárcel. Un ejemplo: Teófilo
Rodríguez, presidente de la Juventud socialista
de Santa Lucía (León), después de
estar preso en la cárcel de dicha capital fue extraído
de ella el día 7 de noviembre, a las ocho de la
noche, llevado en automóvil al cuartel de la Guardia
Civil de Santa Lucía, apaleado allí a conciencia
y devuelto otra vez a la cárcel de León
la misma noche, a las doce.
Y han sido siempre, o casi siempre, los simples
obreros de la masa —no conozco más casos
de intelectuales martirizados que el de don Javier Bueno,
que contaré más adelante, y el del maestro
de Sabero (León), don Baudilio Riesco, a quien
dejaron medio muerto a palos— los que han tenido
que soportar tamaño ultraje a su dignidad ciudadana.
En ningún Código actual está escrita
la pena de apaleamiento. Jamás habrá figurado
como medida preventiva contra supuestos delincuentes.
Pero la realidad nos dice que, después de los últimos
sucesos revolucionarios, se ha aplicado con una extensión
y una intensidad, que han de alarmar agudamente a toda
conciencia democrática. Los casos que en apoyo
de mis afirmaciones ofrezco a S. E. a continuación
lo prueban superabundantemente. Y a este desbordamiento
de las pasiones más torpes la República
tiene la obligación ineludible de ponerle un pronto
y eficaz remedio. Va en ello algo más estimable
que su propia existencia: su decoro.
Pravia-San
Esteban
En un camión se llevaron veintitantos presos procedentes
de Pravia (Asturias) a San Esteban para embarcarlos en
el “Churruca” con destino a Gijón.
Desde que estos individuos salieron de la cárcel
de Pravia iban atados de dos en dos con cuerdas en ambos
brazos y espalda con espalda, y de esa guisa, apareados,
se les hacía andar. Atados de tal manera se les
tuvo de pie en la plaza de Pravia cuatro horas seguidas,
desde que les sacaron de la cárcel a las cinco
de la mañana, hasta que se les cargó en
el camión, y así se les continuó
teniendo dentro de dicho vehículo, y así
llegaron a San Esteban, y así se les comenzó
a meter como fardos en el “Churruca”, hasta
que el comandante del barco ordenó que les soltaran.
Iban heridos y magullados; en el barco se les comenzó
a curar. Desde que entraron en el “Churruca”
experimentaron los efectos de un trato humano, y parece
que el comandante de dicha nave advirtió que él
se negaría en lo sucesivo a recibir presos en tales
condiciones.
Concejo
de Mieres
Como prueba de la crueldad de la represión en los
pueblos de este Concejo basta decir que una de
las torturas que emplean con los detenidos consiste en
amarrarles las manos por detrás del cuerpo y después
colgarlos, el cuerpo pendiente de las manos así
atadas. En esta posición forzada de las
articulaciones, ligamentos y músculos, que ha de
ocasionar a los colgados dolores insufribles, les
golpean con los látigos y otros elementos
contundentes. Se les tiene suspendidos y pegándolos
por períodos de duración entre dos y nueve
horas consecutivas.
Según mis noticias, este procedimiento de martirio
se ha empleado en los pueblos siguientes: Vega del Ciego,
del Concejo de Pola de Lena, y Valdecuna y Cenera, del
Concejo de Mieres. En estos dos últimos pueblos,
después de quemar el mobiliario del Centro
obrero y hacer pasar por las llamas a varios de los detenidos,
los colgaron y apalearon en presencia de numerosos vecinos,
a quienes reclutaron en sus casas y en las calles para
que presenciaran el edificante espectáculo. También
se ha aplicado, y se aplica, este tormento en el propio
Mieres, y de la manera de hacerlo en dicha villa tengo
referencias bastante completas.
Además de la cárcel de partido hay actualmente
en Mieres otra cárcel habilitada. Está en
el Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, donde
ahora se tiene establecido un cuartel de guardias civiles
y de guardias de Asalto. Dos de los antiguos salones-aulas
están convertidos en celdas de prisión colectiva,
y en cada una de ellas se encuentran próximamente
cuarenta detenidos. El escenario de lo que era salón
de actos del Colegio es al presente un potro de tortura.
A este efecto han montado en él un aparato que
esencialmente consiste en una polea con una gruesa cuerda,
la cual, por cierto, se ha roto una vez al subir con ella
a uno de los martirizados, hombre de mucho peso. Al
detenido que van a maltratar lo llevan a dicho escenario,
le atan las manos por detrás de la espalda y, después
de atadas así, meten por entre ellas la cuerda
de la polea y lo suben. Apenas despegados del
suelo los pies del detenido sus brazos van girando hacia
atrás sobre las articulaciones de los hombros hasta
que aquéllos quedan levantados por encima de la
cabeza. Si alguno resta encorvado por tener una musculatura
fuerte o por habilidad gimnástica, para que se
estire completamente le cuelgan de los pies un caldero
lleno de agua. Hasta en un caso, en el del martirizado
Segundo Gutiérrez, se agarraron al cuerpo de la
víctima tres guardias civiles para deshacer el
encorvamiento. Me consta que varios de los presos que
han sufrido esta tortura se quejan, más aún
que de las terribles distensiones ligamentosas, de un
dolor insoportable en el pecho.
El humorismo de los detenidos ha bautizado el escenario
del Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana con
el nombre de Campo de Aviación. Cuando sacan a
alguno dicen que lo llevan a montar en el avión.
Y hasta tienen nombrado campeón de vuelo a un
vecino de Sama de Langreo llamado Dorino Piquero, al que
han colgado más de veinte veces. Naturalmente,
la suspensión en el aire, con todo y ser por sí
misma un tormento brutal, no es más que la preparación
para el martirio. Después vienen los golpes sobre
el tronco del cuerpo, que en algunas ocasiones se han
extendido hasta los testículos, no sé si
casual o intencionadamente, y que siempre se prolongan
durante horas seguidas.
En el Hospitalillo de Mieres, que es un salón del
Instituto de Segunda Enseñanza, capaz para diez
y ocho o veinte camas, han ingresado, que yo sepa, los
siguientes heridos procedentes de la cárcel establecida
en el Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana:
Manuel Peña Iglesias. Entró
el 31 de octubre, presentando lesiones por toda la espalda
y una fuerte hemotisis. Le habían dado setenta
y dos vergajazos. A los seis días pasó al
Hospital de Oviedo, llevándosele poco después
a la Cárcel Modelo sin estar aún curado.
Segundo Gutiérrez. Entró
el 27 de noviembre con una costilla fracturada y con el
cuerpo renegrido. Hubo necesidad de sondarle. Para apalearlo
le suspendieron en el aparato que utilizan con este fin.
Fue alta el 19 de diciembre.
Rufino Martínez ingresó
el 27 de noviembre con numerosas contusiones por todo
el cuerpo. Quedó privado de la facultad de hablar.
El 8 de diciembre pasó al Hospital de Oviedo para
aplicarle corrientes eléctricas. Todavía
no ha recobrado el habla. Fue también colgado.
Alberto Molina. Entró el 4 de
diciembre con parálisis en ambos brazos a consecuencia
de haber estado suspendido del aparato por espacio de
nueve horas. Se le llevó el día 8 al Hospital
de Oviedo para el tratamiento por la electricidad. Continúa
la parálisis.
Nicasio Martínez. El 4 de diciembre
entró en el Hospitalillo con lesiones en un brazo
y en varias partes del cuerpo. Pasó a la cárcel
después de varios días de cura. También
estuvo suspendido.
Manuel Díaz (a) Pernales. Estuvo
colgado durante cuatro horas, y fue asistido en el Hospitalillo
de varias lesiones por apaleamiento.
Julio Fernández. Fue asistido
de orquitis producida por un puntapié dado en
la región testicular.
Al súbdito norteamericano, chofer de oficio, Andrés
Cáceres Morales, residente en Ujo, le
detuvieron por suponerle complicado en la revolución,
y le colgaron y apalearon de tal manera, que a los quince
días (el 9 de diciembre) tenía aún
el cuerpo lleno de cardenales. Reclamó por carta
certificada ante el cónsul de su país en
Madrid.
Fernando González Fernández (a)
Moscón, concejal socialista de Mieres,
murió después de sufrir por tercera vez
el tormento. Tiene este caso especiaIísimas características,
que le hacen singularmente grave. De él hablaré
con algún detenimiento más adelante.
Palencia
En Palencia, para hacer declarar a un tal Llorente
que las armas se las había dado un concejal de
dicha ciudad, que ni siquiera había hablado una
sola vez con aquel preso, ni sabía que perteneciera
a la U.G.T., se fingió en el cuartel de la Guardia
Civil un fusilamiento en la habitación de al lado
a la en que Llorente declaraba, después de haberle
dado cada veinte minutos una bárbara paliza, porque
se negaba a prestar esta declaración falsa, que,
por fin, consiguieron arrancarle así: Al oír
Llorente que el sargento decía en la habitación
inmediata: “Si no declara, fusilarle”, y oír
también la caída pesada de un cuerpo, al
mismo tiempo que sonaba un disparo —hecho por un
guardia, pero que en realidad salió por la ventana—,
se aterró sobre todo porque dijeron: “Ahora
que pase otro”, y el otro era él; no es extraño
que firmara lo que quisieron.
Barruelo
de Santullán
En Barruelo de Santullán (Palencia), al ex diputado
provincial don Adrián Fernández
le puso la Guardia Civil, en el momento de detenerle,
unas esposas, al parecer de nuevo modelo en España,
que tienen una serreta que al moverse se clava y va apretando.
Después de esposado le dieron una paliza enorme,
y como se moviera instintivamente para esquivar los golpes,
se le clavaron las esposas y tuvo una hemorragia intensísima,
por causa de la cual hubo que trasladarle al Hospital
de Reinosa, en donde se dijo durante mucho tiempo que
había fallecido. Avergonzados por la gravedad que
revistió este hecho, se quiso hacer creer que el
Sr. Fernández había intentado suicidarse
seccionándose las venas. A mediados del mes de
diciembre seguía aún en la enfermería
de la cárcel de Burgos por el estado de debilidad
en que le dejó la hemorragia, que duró varias
horas.
A Juan Alvarez, secretario de la sección
de Barruelo, le dieron, como a todos, una paliza enorme,
no obstante saberse que logró evitar que un grupo
de revoltosos incendiara el Hospital. Como consecuencia
de este mal trato ha tenido una pulmonía traumática,
que pasó tirado en el suelo de la cuadra del cuartel
de Barruelo. Difícilmente ha librado de ella, y
por esa causa no le llevaron a la cárcel de Burgos
en un principio; pero al mejorar querían llevarle,
cosa que se evitó gracias a que intervinieron las
monjas ponderando su bondad. El día 18 de diciembre
seguía en la cuadra del cuartel de la Guardia Civil
de Barruelo, donde le tenían como gancho para hacer
confesar a los demás detenidos. Cuando algún
preso, a pesar de las palizas, no declaraba lo que querían,
lo metían en la cuadra y decían al enfermo:
“¿No tienes nada que decir a éste?”
Y el pobre muchachón, aterrado por el recuerdo
de los sufrimientos pasados y debilitado por su enfermedad,
animaba a la víctima para que dijera cualquier
cosa, a fin de evitar que lo matasen.
A un joven, cuyo nombre no recuerdo, pero que es conocido
de persona de toda solvencia, le han quitado todos los
dientes con la culata de un fusil.
Aguilar
de Campóo
En Aguilar de Campóo (Palencia), la Guardia Civil
detuvo a Eulogio Estévanez Paredes,
el 12 de octubre, a causa de haberse denunciado que él
y otros habían cortado el hilo del teléfono
de dicha villa a su estación. Como Paredes negaba
el hecho, fue golpeado brutalmente con fusiles y con vergajos
por cinco guardias y el sargento en una sala del cuartel.
A causa de los golpes perdió el conocimiento. Le
incorporaron y le hicieron firmar una declaración,
que ya tenían escrita, llevándole la mano
para que lo pudiese hacer. Como en seguida volviera a
caerse al suelo, la misma guardia civil, para poderle
trasladar desde el cuartel a la cárcel le tuvo
que refrescar la cara con agua y, sentándole en
una silla, le dio té para que se reanimara. Al
salir poco después, andaba derrengado. El sargento
se le acercó y le dijo en voz baja: “Si no
andas derecho, te paso de un lado a otro con el machete.”
Un abogado de Palencia, cuyo nombre obra en mi poder,
vio en la cárcel
a este individuo al día siguiente de ingresar en
ella y quedó horrorizado al
apreciar que tenía el pecho y la espalda lo mismo
que si le hubieran dado
pinceladas de almazarrón.
La Audiencia a la que Paredes dijo por escrito el mal
trato de que había sido objeto, ante el dilema
de reconocer que se le había arrancado la declaración
por la violencia o afirmar que la prestó voluntariamente,
optó por esto último y le condenó
a dos años de prisión. Y preso está.
León
Alipio Vélez y Emilio Oricheta,
vecinos de Matallana de Torío, y Julio
Patán, vecino de León, fueron detenidos
durante los primeros días de la huelga revolucionaria
en las Ventas de Nava y desde allí conducidos a
la Comisaría de Vigilancia de León, que
está en el mismo edificio que el Gobierno Civil,
donde por espacio de ocho horas les apalearon horriblemente
cuatro equipos de guardias de Asalto, que se relevaban
por parejas cuando la fatiga les rendía. En estado
de inconsciencia causado por los golpes y teniendo que
sostenerlos sus propios apaleadores, les obligaron a firmar
una declaración que no habían prestado,
en la cual se supo después que se acusaba a don
Alfredo Nistal como Jefe de la rebelión
en aquella provincia; ninguno de estos hombres conocía
al Sr. Nistal ni había tenido jamás relación
con él. Una vez que hubieron firmado, los arrojaron
debajo de la mesa y se pusieron a jugar a las cartas,
teniéndolos por alfombra. Después los llevaron
a la cárcel, donde orinaron y escupieron sangre.
Hay cinco testigos presenciales de estos hechos, de dos
de los cuales tengo los nombres.
Además de los citados, se reunieron en la cárcel
de León los siguientes presos que habían
sufrido golpeaduras tremendas: Eusebio Ferrero,
de Bembibre; Ernesto Miranda, Aníbal Fernández
y Gerónimo Guerrero, de Matallana de Torío;
Santiago Barrio, José Crespo y Marcelino Diez,
de Santa Lucía; Manuel Gutiérrez, Herminio
Muñoz, Carlos González y Lucas Díez,
de Ciñera; y Juan Monje y Ramón Blanco,
de León. Es digno de ser destacado este
último caso. Ramón Blanco entró en
la cárcel de León a mediados de octubre
con el cubito fracturado a consecuencia de la paliza sufrida;
el día treinta de dicho mes no había recibido
aún la debida asistencia médica y se pasaba
en un grito las horas. Seguramente ha habido y hay en
esta cárcel más presos que llegaron apaleados;
pero yo no conozco otros nombres que los antedichos.
En la Comisaría de Vigilancia de León, para
ahogar los gritos de los martirizados, hacían funcionar
la radio, instalada en las oficinas del Gobierno Civil.
Los monárquicos y fascistas que por aquellas oficinas
pululaban para llevar delaciones, se asomaban a las ventanas
a saborear los gemidos de los atormentados en los intervalos
en que la radio enmudecía. No puede negarse que
es un refinamiento.
Cuartel-cárcel
de Astorga
Mientras desempeñó la Comandancia militar
en este cuartel-cárcel don Baltasar Chinchilla,
de vez en cuando subían a las celdas un cabo y
varios soldados portadores de una orden de dicho jefe
para que les fuera entregado un preso. Cumplida la orden
lo bajaban y lo ponían en manos de la Guardia Civil,
que apaleaba al recluso durante mucho tiempo. Lo devolvían
después de bien golpeado, y los soldados lo tornaban
a la celda. Fueron casos salientes de esas palizas
Nemesio Pascual y Daniel Huerga Merayo, de que
me ocuparé aparte. Pero no fueron los únicos.
Poseo los nombres de testigos de los dos siguientes casos:
José Fernández Galán,
vecino de Caboalles de Abajo (León), fue detenido
en su casa el día 23 de octubre. Trasladado a dicho
cuartel-cárcel, ocupaba, con otros detenidos, la
celda número 6. El 15 de noviembre, cuando pasaba
por la nave correspondiente a su celda, a la hora en que
esto se permitía, por la tarde (de cinco a seis),
la Guardia Civil, que hacía centinela en el corredor
abierto exterior, penetró en la nave, se apoderó
del preso, lo bajó al cuerpo de guardia y lo apaleó
durísimamente en un cuarto anejo.
El día 18 de noviembre, a altas horas de la noche,
los vecinos de Matarrosa (León) José
Pérez y Toribio Fernández, naturales
de Villarmeriel, que ocupaban, en unión de otros
presos, la celda número 12 de este cuartel-cárcel,
fueron sacados de ella por los funcionarios de Prisiones
y entregados a la Guardia Civil, que los apaleó
sin piedad en una habitación cercana al cuerpo
de guardia. A la mañana siguiente se les reintegró
a su encierro en el estado consiguiente a la atroz paliza
sufrida. No recibieron asistencia médica. Desde
que desempeña la mencionada Comandancia
militar el Sr. Madroñero esto ha cambiado radicalmente.
Me afirman, sin embargo, que aun fue apaleado un preso
joven, cuyo nombre desconozco, el día 20 de diciembre.
Estoy seguro de que el comandante Madroñero no
ha dado la orden ni ha tenido conocimiento del hecho.
La Bañeza
Eusebio Villafáñez Alonso,
de veintidós años, soltero, minero y vecino
de Ciñera, fue detenido el día 29 de octubre
e ingresó en la cárcel de La Bañeza
(León) la noche del mismo día. La detención
se efectuó en Palacios de Fontecha, donde trabajaba.
Antes de ir a la cárcel fue intensamente apaleado
por la Guardia Civil con un vergajo, palos, una pala y
fusiles, mientras uno de los guardias le encañonaba
con la pistola. Al día siguiente de haber entrado
en la cárcel, el médico forense de La Bañeza
le examinó, apreciando un sinnúmero de contusiones
y algunas heridas. Villafáñez se hallaba
realmente tundido por la formidable paliza. También
presentaba heridas en las muñecas producidas por
las esposas. Hace unos quince días aún continuaban
curándole. Pues bien, en ese estado se le hizo
firmar una declaración. El interesado ha dicho
después que no sabe lo que firmó por encontrarse
en estado seminconsciente y por no habérsele leído
el escrito.
Bautista Tejedor de la Fuente, de veintisiete
años, soltero, minero, natural de Ciñera
y vecino de Santa Lucía fue detenido el día
29 de octubre en Bercianos del Páramo (León)
en casa de su familia. La noche del mismo día ingresó
en la cárcel, juntamente con Villafáñez.
Le ocurrió exactamente igual que a éste,
si bien es verdad que sus heridas y contusiones fueron
de menos importancia.
José de la Fuente Rabanal, de
veintiún años, soltero, minero, natural
de
Carrocera (León) y vecino de Santa Lucía,
fue detenido el día 3 de noviembre
en La Bañeza en casa de unos parientes. El mismo
día ingresó en la cárcel.
Antes había sido duramente apaleado, como sus compañeros.
Este joven, después de recibir una gran paliza,
declaró tener escondida una escopeta de caza en
los montes de Santa Lucía. Por virtud de aquella
declaración fue llevado el
día 29 de dicho mes al pueblo mencionado con objeto
de que señalase el lugar
donde la tenía oculta. Conducido a la montaña,
el muchacho indicó el sitio;
pero la escopeta no fue encontrada. En vista del fracaso
de la diligencia, apalearon de nuevo con gran energía
y continuidad a este detenido, el cual, a
pesar de su naturaleza fortísima, quedó
muy quebrantado y con las espaldas,
pecho y piernas en viva y sangrante carne. Como preparación
del apaleamiento,
y “para que no se cayese al suelo” y recibiera
mejor los golpes, sin quitarle
las esposas le amarraron al cuello una cuerda que pendía
del techo. Semicolgado,
pues apenas podía tocar el suelo con las puntas
de los pies, y expuesto, por lo
tanto, a ahorcarse al menor desfallecimiento, recibió
puntapiés, vergajazos, palos
y puñetazos de unos seis guardias. Después
de este apaleamiento le tomaron
declaración, y José de la Fuente se confesó
en ella autor de los asaltos al cuartel
y al polvorín y de la voladura de puentes. No se
declaró autor de otros hechos,
porque no se lo pidieron.
Francisco Escudero Casbán, de
cuarenta años, casado, con seis hijos, minero,
natural de Orsonaga y vecino de la Valcueva (León),
fue detenido el día 28 de octubre en San Pedro
de los Llanos, donde se hallaba trabajando. Ingresó
en la cárcel de La Bañeza el mismo día,
pasando antes por el cuartel de la Guardia Civil de este
pueblo, en el cual los guardias le maltrataron brutalmente.
Hace diez días conservaba aún en las manos
las huellas de las esposas. Prestó declaración
cuando recobró el conocimiento, perdido a consecuencia
de la paliza. El interesado ignora el tiempo que permaneció
sin sentido. Fácilmente se comprenderá el
valor que tiene la declaración firmada por un individuo
sin noción ni responsabilidad de sus actos.
Celestino Diez González, de veintiséis
años, soltero, minero, natural de Valcueva y vecino
del mismo sitio fue detenido en San Pedro de Bercianos
el día 28 de octubre y conducido a La Bañeza
el mismo día. En el cuartel de la Guardia Civil
sufrió el consabido apaleamiento seguido de interrogatorio
e ingresó horas después en la cárcel.
Blas Fernández Vega, de veintinueve
años, casado, minero, natural de Villasala y vecino
de Santa Lucía, fue detenido el día 17 de
noviembre en Villasala (León) en casa de su hermana,
y después de conducido al cuartel de la Guardia
Civil de La Bañeza, donde fue maltratado de obra,
ingresó en la cárcel. Este individuo prestó
declaración en el cuartel. Los mismos guardias
civiles hubieron de reconocer pronto su inocencia, no
obstante haberse declarado culpable, cosa que hizo por
miedo a recibir más palos. Oídas a continuación
de la suya por los guardias las declaraciones de otros
compañeros, todas coincidentes en que él
nada tuvo que ver con los sucesos, le amenazaron con pegarle
de nuevo por haberse declarado culpable de delitos que
no cometió. Por fortuna, no pasaron de la amenaza.
Santos Fernández García,
de cuarenta y seis años, casado, labrador, natural
de San Pedro de Bercianos (León) y vecino del mismo
sitio, y su hijo Laurencio Fernández García,
de veintiún años, soltero, labrador, natural
y vecino del mismo pueblo que su padre, fueron detenidos
el día 28 de octubre al presentarse, a instancias
de la Guardia Civil, en el cuartel de La Bañeza.
Laurencio fue maltratado de obra —puntapiés
y vergajazos— en presencia de su padre. El delito
que se les imputaba a estos labradores era el de tener
trabajando en sus tierras a dos individuos que, al parecer,
resultaron huidos de los sucesos. Padre e hijo ignoraban
la procedencia de ambos trabajadores.
De manera análoga han sido apaleados en el cuartel
de la Guardia Civil de La Bañeza Cayetano
González, Salvador Rúa, Isaac González
y Antonio Santos; el penúltimo, para que
no le pegaran más, declaró, como pretendían,
que había ejercido coacciones durante la huelga,
y el último fue puesto en libertad después
de haber sufrido una tremenda paliza de que le quedaron
en el cuerpo señales muy visibles.
Bembibre
Pasaron por Bembibre (León), próximamente
doscientos detenidos. A la casi totalidad de ellos les
pegaron brutalmente en la Casa Ayuntamiento, que es donde
está la cárcel. Las palizas las daban en
el salón de sesiones, que fue habilitado para cuartel
general. Antes de pegarles les hacían quitarse
a los detenidos las chaquetas, diciéndoles que
ellas no tenían la culpa —frase que se ha
repetido con singular exactitud en casi todos los lugares
de apaleamiento en la zona minera de León—,
y seguidamente se despachaban sobre ellos a su gusto.
En este pueblo demostró la Guardia Civil
una marcada preferencia por los culatazos en los pies,
que impedían andar a quienes los recibían,
ocasionando a muchos inflamaciones y heridas de consideración.
De todos estos malos tratos fueron testigos presenciales
el alcalde, el secretario del Ayuntamiento y el secretario
del Juzgado municipal, los tres hombres de derechas, que,
seguramente, no lo negarían si fueran interrogados.
Por otra parte, la inmensa mayoría de los habitantes
de Bembibre, por estar tan céntrico el lugar de
la tortura, oyeron los gritos desgarradores de los atormentados.
Bastantes personas me hablaron de ello durante mi breve
estancia en Bembibre. Destacan entre los casos los de
Nemesio Pascual, vecino de Matarrosa,
y de Daniel Huerga Merayo y Luciano Domínguez,
vecinos de Bembibre, que expondré aparte. Estos
tres individuos están ahora en el cuartel-cárcel
de Astorga, donde se ha seguido golpeando sin compasión
a los dos primeros, como ya queda dicho anteriormente.
Allí está también otra infeliz víctima,
un chiquillo de quince años, que aun parece más
niño por su delicada complexión, quien llegó
con la piel de las muñecas cortada por las esposas
y el cuerpo cubierto por las huellas de una paliza bestial;
es el pinche o dependiente de la Cooperativa obrera de
Matarrosa.
Pola
de Gordón
A dos cuarteles de la Guardia Civil de este Ayuntamiento
de la provincia de León, el que está en
el casco de Pola y el que está en Santa Lucía,
se comenzaron a llevar obreros detenidos desde el día
12 de octubre. Puede calcularse que pasarían por
ambos cuarteles unos cien hombres, además de tres
mujeres. A todos ellos, antes de instruir los sumarios,
se les apaleó despiadadamente, sin exceptuar a
las mujeres, que eran tres muchachas de la Juventud
socialista de Santa Lucía, llamadas Rosa Rodríguez,
Concesa Melón y Juliana Aller.
Estas dos últimas, después de apaleadas,
quedaron presas, y en la cárcel continúan.
También detuvieron a Rosa Rodríguez; pero
ya la han puesto en libertad, aunque fue la que recibió
peor trato de las tres. Dicha joven, que tiene diez y
nueve años y vive en Ciñera, es hermana
del secretario de la Juventud socialista, llamado Teófilo.
La condujeron al cuartel de la Guardia Civil de Santa
Lucía para que dijese dónde estaba su hermano.
Porque no lo sabía o porque no quiso decirlo, se
la apaleó de tal modo que hubo de estar en cama
seis días con el cuerpo lleno de heridas y contusiones
y recibir asistencia facultativa. Antes de proceder a
apalearla la ordenaron que se quitara el abrigo, “porque
él no tenía la culpa”. La frase estereotipada…
En el cuartel de la Guardia Civil de Pola de Gordón
destinaron la cuadra para los apaleamientos. A las víctimas,
después de obligarles a quitarse la chaqueta, las
mandaban acostarse boca abajo sobre un montón de
paja y allí las golpeaban hasta que les parecía.
No dejaban que a ninguno de los presos que pegaban y herían
se acercasen a curarlos los médicos de la localidad,
pues por dos veces pidieron esta asistencia los heridos
y se les negó rotundamente. Se prefería,
sin duda, que sufrieran sin consuelo y hasta que murieran
abandonados.
De entre los casos de atormentados en estos cuarteles
destacan cinco, que he de relatar nominalmente: el de
José María Suárez Valgrande, porque
es la demostración plena de que se ha obligado
a firmar declaraciones no prestadas,, y los de Juan Suárez,
Eusebio Fernández, Domingo Pellitero y “el
Pastor”, muertos los cuatro después de las
palizas, que contaré en la parte correspondiente
de este escrito. También es digno de ser conocido
el caso del quincuagenario de Santa Lucía, Florentino
Rodríguez Suárez, a quien, además
de apalearlo, le patearon el pecho hasta que vomitó
sangre.
Caso
de José María Suárez-Valgrande
El día 12 de octubre, provisto del correspondiente
salvoconducto, se trasladó José
María Suárez de León al alto del
Puerto de Pajares para visitar a su familia, propietaria
del hotel Valgrande. Al pasar por Busdongo solicitó
del Jefe de la fuerza que guarnecía aquella villa
autorización para continuar, que le fue concedida,
en vista de que el salvoconducto sólo le servía
hasta allí.
Pasó la noche del día 12 al 13 en su casa
y a la mañana siguiente regresaba a León
con el contratista de obras públicas don Valentín
Gutiérrez en un automóvil de éste,
cruzando Busdongo sin más parada que el tiempo
preciso para que unos sargentos les pidiesen por favor
que les condujeran el correo, a lo que accedieron de buen
grado. Se detuvieron en Villamanín, en casa de
don Valentín Gutiérrez, y apenas había
transcurrido media hora de su llegada cuando se presentó
el teniente don Juan Pérez Martín, del Regimiento
de Infantería número 35, diciendo que tenía
orden de detener a quienes momentos antes habían
pasado en automóvil por Busdongo.
Debidamente custodiados en el coche por dos soldados,
regresaron inmediatamente a dicho pueblo don Valentín
Gutiérrez, su chófer y el señor Suárez.
A los pocos momentos, y estando detenidos con centinelas
de vista en la sala de estadística de la estación
de ferrocarril, llegó el mismo teniente, quien
dijo que podían continuar su viaje al Sr. Gutiérrez
y a su chófer, y notificó la orden de quedarse
al Sr. Suárez. Acto seguido procedió a cachearle,
lo que hizo con gran detenimiento, sin encontrar sobre
él ningún arma ni ningún documento
delictivo. Le notificó después que su detención
obedecía a una denuncia de carácter gravísimo
formulada contra él y salió diciéndole
que iba a adquirir informes suyos y advirtiéndole
que podía pedir todo lo que precisase.
Por la tarde habló nuevamente el teniente
Sr. Pérez Martín con el Sr. Suárez
para comunicarle que si bien los informes que acerca de
él había recibido eran magníficos,
no podía dar la orden de su libertad interín
no resolviera a este respecto el comandante Sr.
Balmori, que era el Jefe de la fuerza y que estaba
en Pola de Gordón, a donde aconsejó al Sr.
Suárez que fuera. Este advirtió que toda
vez que continuaba virtualmente detenido era preferible
que le mandasen conducido en cualquier convoy debidamente
custodiado. Se hizo así en la tarde del domingo
día 14, que salió Suárez para Pola
de Gordón en una camioneta y custodiado por soldados
de Ingenieros.
Al llegar éste a Pola de Gordón se presentó
ante el citado Comandante Sr. Balmori, quien se encontraba
en el hotel Castilla-Asturias, y desde allí le
dio la orden a Suárez, por mediación de
un guardia civil, de que fuera al cuartel de dicho cuerpo.
Fue dicho señor donde le mandaron, acompañado
también por un guardia civil, y se le recluyó
en una cocina de aquella casa-cuartel, donde se encontraban
detenidos el Jefe de la estación del ferrocarril
de Santa Lucía y otro individuo, teniendo ocasión
Suárez de presenciar entonces los malos tratos
de que estaban siendo víctimas otros detenidos
que se encontraban en el patio de la casa-cuartel de referencia.
Media hora más tarde entró en la cocina
el sargento de la guardia civil de Santa Lucía,
que insultó y amenazó gravemente a Suárez.
Salió el sargento y al poco rato se llevaron a
los otros dos detenidos que había en la cocina
y quedó Suárez solo. Serían las nueve
de la noche cuando llegaron dos soldados y le dijeron
que tenían orden de trasladarlo a la cuadra, junto
a los presos de cuyo mal trato había sido testigo
momentos antes.
En la cuadra se encontró con diecisiete
detenidos, dos de los cuales se quejaban de agudísimos
dolores producidos por una paliza que habían recibido
y todos los demás aparecían en estado lamentable.
A las tres de la mañana aproximadamente se presentó
en la cuadra-prisión un guardia civil, el cual
le dijo a Suárez: “Usted pensaría
ir a León, pero yo le garantizo que nunca más
ha de llegar; rece lo que sepa, pues mañana irá
a hacerle compañía a éste”,
señalándole al decirlo el cuerpo
sin vida de uno de los detenidos, del llamado Eusebio
Fernández.
A las nueve de la mañana del día 15 entraron
en la cuadra-prisión cuatro soldados y
un cabo, todos ellos del Regimiento de Caballería
número 5, los cuales ordenaron a Suárez
que saliese “porque había llegado la hora
de su muerte”. Le obligaron a acostarse
en el suelo sobre el pecho, y con unos vergajos de que
iban provistos comenzaron a darle tremendos golpes, sin
que le sirvieran sus súplicas y ruegos de que le
dejasen, ya que él no tenía nada que ver
en el movimiento planteado, de lo que podrían informarse
inmediatamente si lo deseaban. Transcurridos unos veinte
minutos cesaron de pegarle, anticipándole ya que
por la tarde sería nuevamente maltratado. Así
fue, en efecto. A las tres de la tarde recibió
orden de colocarse en el suelo en la misma postura y le
dieron otra paliza mucho mayor que la primera, hasta el
extremo de que por el estado lastimoso en que se encontraba
y por la debilidad que le produjo una herida profunda
que le habían abierto en la cabeza se desmayó
sobre un charco de sangre, cesando entonces la paliza.
Aquel mismo día a las nueve de la noche fue llevado
Suárez entre dos guardias, porque su estado era
tal que no podía ir solo, a la sala del sargento
de la guardia civil, donde se le obligó a firmar,
bajo severas amenazas, una declaración que no había
prestado, sin que ni siquiera se le autorizase a leerla.
A las cinco de la mañana del otro día, o
sea del día 16, se les ordenó a varios detenidos,
y entre ellos a Suárez, que se prepararan porque
iban a ser conducidos a León. Aproximadamente a
las siete llegaron dichos presos, en una camioneta custodiada
por soldados, ante el Gobierno Militar de aquella ciudad.
Era tan deplorable el estado en que Suárez se encontraba,
que don Vicente Zorita, industrial leonés que le
conoce sobradamente, no le reconoció cuando se
dirigió a él, aprovechando que pasaba por
allí, para que avisase a su familia. Algo semejante
le ocurrió al contratista de obras don Francisco
Fernández, quien únicamente pudo reconocer
a Suárez por el tono de la voz. Su propia esposa,
que acompañada de un hijo llegó enseguida,
tuvo que hacer grandes esfuerzos para reconocerle.
Después de un largo rato de permanencia en el Gobierno
Militar, se les trasladó a los detenidos a la cárcel,
desde donde se les llevó a las ocho de la noche,
esposados y en cuerda, al cuartel del Cid para recluirlos
en él. Al día siguiente solicitó
Suárez la asistencia de un médico que pudiera
certificar de su estado. Fue el médico
Sr. Torres Ordás, y a presencia del Teniente de
guardia Sr. García Lubén, del Comandante
Sr. Arredonda y del Capitán Sr. Araujo, le reconoció
y dispuso que fuera inmediatamente hospitalizado.
Aquella misma noche le atendieron en el hospital los doctores
Hurtado (padre e hijo) y don Deogracias Vicente, quienes
ordenaron que se le acostara enseguida en la cama número
uno de la Sala de San Antonio. A la otra mañana
le reconocieron y le pusieron el tratamiento adecuado
el Dr. Acevedo y el Comandante Médico Militar Sr.
Delás.
Pasados nueve días se presentó en el hospital
el Juez Instructor, teniente Martínez Mantecón,
quien tornó declaración amplia a Suárez.
No pudo conocer éste oficialmente, por ser secreto
del sumario que se le incoaba, en qué consistió
la declaración inventada que se le obligó
a suscribir en Pola de Cordón; pero se
enteró oficiosamente de que había firmado
la posesión en el momento de ser cacheado de tres
pistolas ametralladoras y de gran cantidad de folletos
comunistas y el reconocimiento de haber fomentado la rebelión
entre los soldados y de haber impedido que hablasen por
teléfono desde el hotel Valgrande fuerzas de la
guardia civil la noche que allí pasó.
Inmediatamente de haber adquirido Suárez estos
datos comisionó a uno de sus hermanos para que
buscase en Oviedo al teniente don Juan Pérez Martín
que le había detenido y le pidiera el favor de
referir las circunstancias de su detención. Dicho
teniente certificó por su honor que Suárez
había sido un detenido correctísimo, que
no se le encontró documento alguno delictivo ni
ninguna arma y que le constaba, por habérselo así
manifestado el teniente don Francisco Berlanga, del Regimiento
número 21 de guarnición en Cáceres,
que el detenido había pasado casi toda la noche
en su compañía en el hotel Valgrande y que
había dado todo género de facilidades para
el alojamiento de la tropa, ofreciendo incluso gustosísimo
un garaje para que los soldados no durmieran a la intemperie;
decía, además, en su certificado el teniente
Sr. Pérez Martín que no concebía
como pudieron encontrarse armas en poder de un señor
que no las tenía en el momento de ser detenido
y que a partir de entonces no estuvo ni un minuto sin
custodia hasta su llegada al cuartel de Pola de Gordón.
El mismo día que fue dado de alta Suárez
en el hospital —alta que dice, no obstante lo relatado,
que el enfermo había ingresado allí con
bronquitis— el señor Juez Instructor envió
un oficio en el que se dice literalmente: “…no
habiendo aparecido ningún cargo contra el detenido
José María Suárez-Valgrande, procede
su inmediata libertad”.
Nada se ha hecho, sin embargo, contra el inventor
de la declaración falsa.
Caso
de Nemesio Pascual
Detenido en Matarrosa (León) el día 8 de
octubre, fue conducido a Bembibre el mismo día.
Del 8 al 16 recibió allí diecinueve bárbaras
palizas, llevadas hasta hacerle perder el sentido y tener
que ser devuelto en brazos de otros presos al calabozo.
Hubo día en que fue apaleado hasta cinco veces.
El 11 de octubre se le llamó a careo con uno de
sus denunciantes, Mariano Núñez o Muñiz,
vecino de Bembibre, viajante de la casa Gatón,
de León. Como los careados no se pusieran de acuerdo,
Mariano golpeó sañudamente al detenido
en el acto del careo y delante de la guardia civil.
Al día siguiente declaró Nemesio Pascual
ante el Juez Militar, quien le careó con otro delator,
José de la Fuente, vecino de Corbón del
Sil, llamado “Pepe el Cubano”, no poniéndose
tampoco de acuerdo delator y delatado. “Pepe
el Cubano”, a presencia del Juez Militar, abofeteó
al detenido.
Como queda dicho, después de prestar declaración
ante el citado Juez siguió Nemesio Pascual siendo
apaleado diariamente por la guardia civil, hasta el 16
de octubre inclusive. El día 17 fue trasladado
al cuartel-cárcel de Astorga y encerrado en la
celda número 12. El 21 de octubre se le hizo comparecer
ante el Juez, quien le notificó el procesamiento.
El 4 de noviembre los funcionarios de prisiones
lo entregaron al Comandante Militar Sr. Chinchilla que
!o había reclamado, y éste se lo entregó
a su vez a la guardia civil, que en el cuarto anejo al
Cuerpo de Guardia le apaleó por vigésima
vez. Devuelto a rastras a la celda sufrió en ella
dos colapsos consecutivos. Estuvo varios días
sin poderse levantar de la paja en que yacía y
todos creyeron que dejaba de existir. No recibió
asistencia médica.
Caso
de Daniel Huerga Merayo
Detenido en Bembibre el día 18 de octubre recibió
su primera paliza en la tarde de ese día. Durante
la noche del 18 al 19 fue víctima de dos palizas
más y de una cuarta en la tarde del 19. Se le trasladó
acto seguido al cuartel-cárcel de Astorga. Allí
prestó declaración el día 20 ante
el Juez Instructor, teniente don Manuel González
Lanchas. Aterrorizado por el trato sufrido en Bembibre,
parece ser que confirmó en esta declaración
una parte de las falsedades que en dicho pueblo le habían
sido arrancadas con tormentos, y entre ellas una acusación
contra el vecino de Bembibre Fermín Orallo.
El 29 de octubre los funcionarios de prisiones lo entregaron,
obedeciendo orden del Comandante Militar, quien lo puso
a disposición de la guardia civil del puesto del
pueblo mencionado, que se encontraba en Astorga, sufriendo
el preso la quinta paliza durante varias horas. El 31,
con el mismo procedimiento, fue apaleado por sexta y séptima
vez. Y el 4 de noviembre recibió la octava
y última paliza. Durante ella, en un rapto
de desesperación, hizo frente a los guardias, se
escapó y salió al patio del cuartel ensangrentado
y gritando. El teniente de Guardia Sr. Alique le detuvo
pistola en mano y se lo devolvió a los guardias,
quienes lo amarraron y le golpearon hasta quedar extenuados.
El 15 de diciembre fue llamado por el teniente Lanchas
a careo con Fermín Orallo. Daniel Huerga quiso
explicar el motivo de su falsa acusación; pero
el Juez creyó que bastaba con consignar únicamente
que la acusación falsa había sido hecha
por temor a malos tratos. Fermín Orallo fue puesto
en libertad.
Caso
de Luciano Domínguez
Luciano Domínguez, de Bembibre, ingresó
en la cárcel-cuartel de Astorga en uno de los últimos
días del mes de octubre. Iba ensangrentado,
con todas las ropas desgarradas y revolcadas en barro;
tenía una costilla rota, grandes desgarrones en
las partes blandas del torso y una pierna encogida, sin
duda por efecto de haberle machacado un haz de nervios.
Sin asistencia ninguna pasó doce días tumbado
sobre un montón de paja. Las heridas se le infectaron
y manaban pus a chorros. El médico de la
prisión le vio una vez y sin inclinarse siquiera
sobre él le dijo que no tenía nada. A un
médico socialista de León, don Francisco
Rico, también preso, no se le permitió curarle.
A los trece días de estar en esta situación,
el practicante le dio una pomada en las heridas que no
tenían costra. Días después, y a
pesar de los buenos deseos de un funcionario de prisiones
que pedía se le llevara al hospital, fue metido
en una celda sin curarle. Ninguna nueva noticia tengo
de él.
Caso
de Pedro de la Fuente de Prado
El día 18 de diciembre el vecino de Cistierna (León)
Pedro de la Fuente de Prado fue detenido por la
guardia civil de aquel puesto, porque tenía un
hijo sin bautizar. Se le conminó a que lo bautizara.
Como se negase fue apaleado hasta dejarlo medio
muerto. Ante este suplicio, hubo de consentir en el bautizo,
que se celebró con gran pompa, siendo el padrino
el sargento de aquella guardia civil llamado Antonio.
Terminada la ceremonia el padre de la criatura, que había
sido libertado, fue aprehendido nuevamente y conducido
al cuartel-cárcel de Astorga, donde se encuentra.
De este salvaje atentado a la libertad de conciencia,
cometido por servidores de un Estado que carece de religión
oficial, tengo en mi poder los nombres de cuatro testigos
presenciales.