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Crítica republicana a la II República
Las torturas de Octubre (IV).
Informe de Félix Gordón Ordás (1ª parte).

La represión de la Revolución de Octubre

Informe de Félix Gordón Ordás, ex ministro
de la República y diputado en Cortes por León.

A la opinión pública.
La represión en las provincias de Asturias, León y Palencia.


Solicitud de interpelación
.

Aunque por toda España se había extendido el rumor de la existencia de enormes anomalías en la represión del movimiento revolucionario, singularmente en las provincias de Asturias, León y Palencia, el Gobierno permanecía silencioso o negaba la realidad de aquellos rumores. Yo quise salir de dudas por mí mismo y visité completamente solo las zonas más sospechosas. En ellas adquirí con toda certidumbre tal cantidad de noticias terribles que se me llenó el alma de espanto. Y como el Gobierno seguía negando o callando, sin tener en cuenta que con su actitud comprometía gravísimamente el prestigio moral y el sentido humano de la República, me creí en la obligación inexcusable de hablar en el Parlamento para exponer los hechos y pedir justicia. A esta convicción obedeció el siguiente escrito que dirigí al Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y del que envié traslado al Excmo. Sr. Presidente de las Cortes, a los veinte días de obrar en mi poder una amplísima información sobre los sucesos, o sea cuando estaba ya cansado de esperar en balde una decisión eficaz del Gobierno que acabara con tantas vergüenzas:

"Excmo. Sr.: Amparándome en el derecho que me conceden los apartados 1) y 3) del art. 96 del nuevo Reglamento de las Cortes, aprobado definitivamente en la sesión del día 29 del pasado mes de noviembre, tengo el honor de anunciar a V. E. una interpelación con carácter urgente sobre la represión que en las provincias de Asturias, León y Palencia ha sucedido al movimiento revolucionario sofocado totalmente desde hace más de un mes, esperando de V. E. se digne concertar con la Mesa del Congreso el día en que conforme al citado apartado 3) del art. 96, pueda exponer durante diez minutos ante la Cámara los hechos y las razones que me impulsan a solicitar la urgencia de esta interpelación, en el desarrollo de la' cual, si, como espero, me la acepta V. E. procuraré poner de manifiesto la gravísima responsabilidad política en que ha incurrido un Gobierno que, no obstante haber destacado a Asturias a tres de sus ministros, y entre ellos el de Guerra y el de Justicia, no se ha enterado aún ni siquiera de crímenes tan monstruosos como los perpetrados en la madrugada del día 25 de octubre en Tuilla-Carbayín por servidores suyos que estaban y están actuando en nombre del Estado y revestidos de una excepcional autoridad; crímenes que bastarían por sí solos —¡y hay muchos más!— para calificar la actual represión como la más cruel e inhumana de las muchas que se han realizado en España, singularmente bajo el mando de los partidos conservadores, siempre bien dispuestos para pedir y para imponer tamañas ferocidades contra los vencidos.
"Cuando están los conservadores en el Poder —decía don Alejandro Lerroux en un discurso memorable— parece que, abiertas todas las esclusas de la arbitrariedad, se manifiesta de la manera más extrema, y la manera más extrema es el derramamiento de sangre." Y aun añadía dicho tribuno republicano en aquel discurso, al hablar de la crueldad de una represión: "Yo no sé si por entonces los elementos de la Defensa Social, de las sesenta y tantas sociedades católicas que formaban la Junta diocesana de Barcelona y de algunas otras, le dirían a S. S. que así se gobierna. Yo tengo el honor de decir a S. S. que así ya no se gobierna en ninguna parte, ni siquiera se gobierna a los presidiarios porque la ciencia penitenciaria ha enseñado que con la dulzura, que con la piedad, que con la suavidad, que no son enemigas de la energía ni de la entereza, se consigue vivificar hasta en el hombre más caído su dignidad personal y ponerlo en condiciones de reintegrarse al seno de la sociedad." ¡Admirables palabras!
Sé yo, como saben todos los españoles liberales, y en esto llevamos ventaja al Sr. Lerroux de aquella época, que a V. E. le han dicho y le dicen los elementos reaccionarios que así se gobierna, con motivo de la represión que se ha realizado y se realiza aún, bajo la suprema dirección y responsabilidad del Consejo de Ministros que V. E. preside; pero frente a la opinión de ellos, y de igual manera que don Alejandro Lerroux se lo dijo al Jefe de otro Gabinete conservador, yo le digo a V. E., Jefe del actual, que así ya no se gobierna en un país democrático ni a los más ruines presidiarios por delitos comunes. Tenía entonces razón el Sr. Lerroux; seguro estoy de tenerla yo ahora también. Mucho celebraría que en el espíritu de V. E. encontraran aún repercusión las palabras de aquel caudillo famoso y que, por reflejo, la tengan las mías de hoy. Si, por fortuna, así fuera pensaría seguramente V. E., como pienso yo, que en la República española ninguna autoridad legítima puede salirse impunemente de los cauces de la justicia y de la ley, disponiendo por consecuencia de ello V. E. su ánimo para exigir que se juzgue y se castigue adecuadamente a cuantas autoridades se han erigido, sin ley ni justicia, por su propia y libérrima decisión, en jueces y en verdugos de supuestos o reales delincuentes; y de que existen hoy tales autoridades, lo mismo en Asturias que en León y en Palencia, tendré yo el penoso deber de informarle detalladamente a V. E. si se me permite el desarrollo de la interpelación que solicito. No le eximiría ciertamente a V. E. esa decisión tardía de la responsabilidad política en que ya ha incurrido por negligencia; pero sí libraría a su conciencia humana del remordimiento de una complicidad vergonzosa "delante de la opinión que en el mundo entero reclama las responsabilidades que se deducen de este proceso", dicho sea también con frase de don Alejandro Lerroux en el mismo discurso que por tres veces me he honrado citando en este escrito, el cual elevo, con el debido respeto, al conocimiento y a la decisión de V. E. confiando en que habrá de acogerlo con el mismo espíritu que me movió a redactarlo y a enviarlo. Que viva V. E. muchos años.

Madrid, 12 de diciembre de 1934.—F. Gordón Ordás.—Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros."


La respuesta

A una tan clara petición de interpelación urgente y sin tener para nada en cuenta lo que acerca de ellas dice el nuevo Reglamento de la Cámara, recibí la contestación que transcribo:
"El Presidente del Consejo de Ministros.—15 de diciembre de 1 934.—Excmo. Sr. don Félix Gordón Ordás. Muy señor mío: En contestación al escrito que puso usted en mis manos el día 13 del corriente, cumplo el deber de participarle a usted que, dispuesto en todo momento a deferir al requerimiento de los señores diputados que quieran usar de su derecho reglamentario, he de aplazar, sin embargo, el que me incumbe de señalar fecha para que usted pueda explanar su interpelación hasta que la información que mandó abrir hace tiempo el Gobierno en Asturias quede terminada para que le sea permitido a éste contestar sobre el conocimiento cierto de hechos oficiales probados. Espero que dentro de pocas sesiones me será posible avisar a usted para que pueda realizar sus deseos. Atentamente le saludo.—A. Lerroux.—Rubricado.

Mi réplica

A esta carta contesté con la siguiente:
"El Diputado a Cortes por León.—Excmo. Sr. don Alejandro Lerroux.— Presidente del Consejo de Ministros.—Muy señor mío: Ayer recibí su atenta carta fecha de 15, en la que contestando a mi escrito del 12 en solicitud de una interpelación urgente sobre la represión en las provincias de Asturias, León y Palencia, me dice que difiere el aceptarla "hasta que la información que mandó abrir hace tiempo el Gobierno en Asturias quede terminada para que le sea permitido a éste contestar sobre el conocimiento cierto de hechos oficialmente probados", expresándome seguidamente su esperanza de que "dentro de pocas sesiones" le será posible avisarme para que pueda realizar mis deseos.
Pero hay dos hechos que me mueven a insistir cerca de V. E. reiterando mi petición de interpelación urgente, y son ellos: 1º Que es público el propósito de conceder vacaciones parlamentarias el día 21 del corriente hasta el día 8 de enero, lo que significa que solo existen, antes de que la vacación comience, dos o a lo sumo tres días hábiles de sesiones, una de las cuales quisiera aprovechar para el desarrollo de mi interpelación con el ferviente deseo de ver si por lo menos logro el efecto inmediato de que cesen los malos tratos a que están sometidos aún muchos presos; y 2º Que el día antes de haber recibido yo su carta de fecha 15, o sea el día 17, declaró V. E. en un discurso pronunciado en Sevilla, según las referencias periodísticas, que era pura fábula cuanto se dijera de violencias realizadas por agentes de la autoridad, salvo las necesarias para someter a las fuerzas rebeldes, lo cual me hace suponer que V. E. recibió, poco después de escrita su carta para mí, la información que esperaba de Asturias y que tal información es radicalmente opuesta a la que yo poseo y pretendo exponer en las Cortes para conocimiento nacional y para que se deduzcan las consecuencias que deban deducirse.

Sorprendente fue para mí que en la sesión celebrada en el Congreso de los Diputados el día 30 de noviembre dijera el Excmo. Sr. Ministro de Estado y de Marina, contestando en nombre del Gobierno al Sr. Marco Miranda, que los atropellos cometidos en la represión, de que pretendió hablar y no pudo ese Diputado, eran "hechos hipotéticos, que seguramente no existirán más que en la imaginación de los familiares" de las supuestas víctimas. Pero no fue sorpresa sino asombro lo que me produjo leer que V. E. insistía en la misma afirmación el día 17 de diciembre, o sea, al cabo de más de dos meses de haberse dominado por completo el movimiento revolucionario en toda España, incluso en las provincias de Palencia, León y Asturias. Se explican perfectamente esta sorpresa y este asombro míos, Excmo. Sr., porque me consta que al llegar a conocimiento del Iltmo. Sr. Director General de Seguridad, Sr. Valdivia, noticias de la ferocidad que empleaban determinados subalternos al servicio del comandante Doval para arrancar declaraciones a supuestos o reales participantes en los sucesos revolucionarios, ordenó el día 15 de noviembre al prestigioso inspector de Policía don Ricardo Adrover que fuera en visita de inspección y estudio a Oviedo de donde le obligó a salir el día 16 el citado comandante Doval enviándole un recado por conducto del agente señor Carlavilla, por el cual le amenazaba con meterle en la cárcel si no abandonaba aquella zona, cosa de que el Sr. Adrover dio cuenta al Sr. Valdivia al regresar a Madrid; porque me consta igualmente que desde el día 25 de noviembre se han estado recibiendo en la Dirección General de Seguridad noticias, enviadas por agentes de policía, de las tropelías de que se hacía objeto a los detenidos, y porque me consta, en fin, que en la madrugada del 30 del pasado al 1º del corriente mes de diciembre se personó el Iltmo. Sr. Director General de Seguridad en el Ministerio de la Gobernación y dijo al Excmo. Sr. Ministro, en presencia del limo. Sr. Subsecretario, las siguientes frases textuales: "Mire usted, Sr. Ministro, o se destituye a Doval, o yo presento la dimisión y además doy cuenta de todo lo ocurrido; yo no estoy dispuesto a hacer de Menéndez", a lo cual le contestó el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación que no debía tomar determinación alguna, pues ya habían llegado a su conocimiento los hechos y estaba dispuesto a remediarlos, y sin duda a esto se debió el cese del comandante Doval en su puesto de dictador de Asturias. ¿Y cómo es posible que de estos hechos oficiales que conozco yo no tuviera noticias V. E., que hubo de firmar el mencionado cese, si bien se dice en él que el comandante Doval ha "llenado su cometido en forma meritoria"?

Pero dejando aparte esta cuestión, es lo cierto que V. E. ha dicho en un discurso pronunciado en Sevilla el día 17 del actual lo siguiente, según los extractos aparecidos en la prensa de Madrid:
"¡Que no se me hable de martirios ni procedimientos de violencia! Yo no conozco otros procedimientos de violencia que los que se emplearon cuando las fuerzas del Ejército se vieron obligadas a someter en Oviedo a todas aquellas fuerzas rebeldes. Después, todo lo que se diga es fábula."
Es natural, Excmo. Sr., que V. E., Presidente responsable del Consejo de Ministros durante la represión, anhele que no se le hable ni de violencias ni de martirios; lo mismo le decían a V. E. cuando era solamente el ciudadano Alejandro Lerroux y denunciaba con toda valentía los tormentos afrentosos de Montjuich. Pero los tormentos existieron entonces, aunque aquellos gobernantes no quisieran que se hablase de ellos; también han existido ahora y existen los tormentos, por más que V. E. pida el silencio en su torno. Y lo mismo entonces que ahora se ha llamado antipatriotas a los españoles que levantan su voz airada contra todo procedimiento bárbaro emanado de los órganos del Poder público. Ayer era V. E. el antipatriota; hoy tengo el alto honor de serlo yo. Vana palabrería. Como V. E. se burlaba en aquellos tiempos me río yo en los actuales de ese patriotismo de avestruces, que obliga a tapar los ojos para poder decir sin sonrojo que es de noche a quienes por tenerlos abiertos ven claramente que es de día. Desgraciadamente, está bastante extendido en España un concepto bárbaro de la autoridad —y ese concepto hace las delicias de los patriotas de charanga— que obliga a decir que tranquilidad viene de tranca y paliativo de palo. Por eso, a pesar de que desde las leyes de Partida figuran en nuestra legislación como cuerpo de delito todas las perturbaciones del orden público, desde la asonada a la revolución, y existen penalidades marcadas para estos tipos de delito colectivo, es frecuente que propenda cada cual a tomarse la justicia por su mano, sin respeto alguno a la ley. Y cuando ese alguien que se salta la ley a la torera está obligado por su autoridad a hacer cumplir la ley a todos, el daño social que entonces se ocasiona es inmenso. Discrepo fundamentalmente de ese atavismo racial. Mi patriotismo es el de la verdad, no el de la mentira; mi patriotismo es el de la justicia, no el de la arbitrariedad; mi patriotismo es el de la claridad, no el del tapujo. La revuelta, la sedición, la rebelión, la revolución, son gradaciones de un mismo hecho delictivo que las leyes definen y sancionan. Contra esto nadie puede protestar, ni los mismos insurgentes. Se podrá discutir la mayor o menor justicia del grado de la pena; pero no es posible negar el derecho y el deber del Estado a aplicarla. ¿Y cómo la ha de aplicar? Tampoco se puede discutir esto; conforme a la ley. De ninguna otra manera. No existe civilización gubernativa más que cuando los órganos del poder público responden a un alzamiento contra la ley con una aplicación firme de la ley misma. Podrá después de la sentencia, haber piedad; crueldad no puede haberla ni antes ni después. Sevicia es contrario a civilidad. ¿Se ha tenido en cuenta este dictado del buen patriotismo en la represión realizada en las provincias de Asturias, León y Palencia?

Dijo V. E. en el ya citado discurso: "Yo no conozco otros procedimientos de violencia que los que se emplearon cuando las fuerzas del Ejército se vieron obligadas a someter en Oviedo a todas aquellas fuerzas rebeldes." ¿A qué procedimientos se refiere V. E. en esos párrafos? Porque si se refiere a la lucha frente a frente contra la revolución hasta vencerla, nadie podrá poner otra cosa que elogios a la previsión gubernamental y a la eficacia de los elementos ejecutivos de sus órdenes. Pero es que durante esa lucha contra los rebeldes en armas se realizaron también actos como los fusilamientos en el cuartel de Pelayo de Oviedo y ante 'las tapias del cementerio en San Pedro de los Arcos y como las ejecuciones dentro de los domicilios particulares en La Cabaña, en La Tenderina, en Villafría y en San Esteban de las Cruces, que será preciso averiguar en virtud de qué precepto legal se pudieron llevar a efecto. Y añade V. E. a continuación: "Después, todo lo que se diga es fábula."
¿Fábula que el día 15 de octubre, a los cinco días de haberse pacificado allí todo, murieron a palos en el Cuartel de la Guardia Civil de Pola de Gordón los vecinos de La Vid Eusebio Fernández y Juan Suárez? ¿Fábula que en la madrugada del día 25 de noviembre, a los cinco días de haberse ocupado Sama por las tropas sin disparar un tiro, se sacó de la cárcel de dicha villa a unos veinte detenidos y se les asesinó y enterró en una zona intermedia entre Tuilla y Carbayín, propiedad de la Compañía Hullera de Rosellón? ¿Fábula que el día 27 de noviembre a las cuatro de la tarde, o sea quince días después de la toma por las tropas de la ciudad, se asesinó en el patio de la Comisaría de Investigación y Vigilancia de Oviedo al ilustre periodista Luis de Silval? ¿Fábula la muerte el día 7 del actual mes de diciembre de Fernando González Fernández (a) Moscón en una de las dos cárceles de Mieres, después de haber recibido, al mismo tiempo que otros detenidos, una brutal paliza en increíbles condiciones de menosprecio a todo ejercicio de autoridad legítima? ¿Fábula los sádicos tormentos, que parecen arrancados de "El Jardín de los Suplicios" de Mirabeau, a que se ha sometido y se somete a muchos presos, sin distinción de sexos ni de edades, en Sabero, en Bembibre, en Pola de Gordón, en León, en Barruelo, en Guardo, en Aguilar de Campóo, en Mieres, en Vega del Ciego, en Valdecuna, en Cenera, etc., y en cárceles como las de Astorga y Oviedo? ¿Fábula que se obliga a firmar a los torturados declaraciones que no habían prestado ante nadie?
Yo puedo probar a V. E., Excelentísimo Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que en estos crímenes no hay más fábula que la urdida por quienes le hayan inducido a V. E. a creer que son fábula.


También dijo V. E., siempre según los extractos periodísticos, en su discurso del 17 del corriente, que pretender hablar de estas tremendas extralimitaciones legales "es dar armas a los enemigos del extranjero, a los internacionalistas, que propagan su obra haciendo una cruzada contra España, sirviendo intereses contrarios a nuestra patria, para mermarnos mercados extranjeros, haciendo imposible el comercio de nuestra producción." No podían faltar esas frases en un gobernante de tipo conservador. ¡Cuántas veces tuvo que oír otras análogas el luchador don Alejandro Lerroux en su vida política accidentada y febril! Pero es bien extraño que no se le ocurriera a V. E. cuando en los primeros días de la revolución unos periódicos sin freno y sin moral inventaban las más atroces infamias a costa de los revolucionarios y las propagaban a los cuatro vientos con beneplácito de la censura oficial. Olvidó entonces V. E. que también los revolucionarios son españoles y que la difusión de la estúpida leyenda de una general barbarie refinada de ellos perjudicaba, considerablemente, el crédito de nuestra civilización en el extranjero. Y ya no fueron unas hojas periodísticas enloquecidas por la pasión, sino que fue el Sr. Calvo Sotelo, a quien debe suponerse una noción más sosegada y exacta de la responsabilidad, quien dijo, sin ninguna protesta por parte del Gobierno, el día 6 de noviembre desde la tribuna parlamentaria, la monstruosidad de que los revolucionarios de Oviedo habían cometido "los crímenes más villanos que registra la historia de todos los países." ¡Y este hombre y sus secuaces son los que abominan constantemente de la leyenda negra! Porque si es evidente que hubo en la revolución actos vituperables, que repugnan a toda conciencia sensible y que deben castigarse con la adecuada severidad, también lo es que hubo verdaderos actos heroicos, que enaltecen el espíritu humano, y en general es obligado reconocer que preponderó en la revolución un sentido generoso. Ese fue igualmente el sentido que animó a la gran mayoría de las fuerzas represivas, y sería yo indigno de la función fiscal que me he impuesto si no lo reconociera así, eximiendo de antemano en las responsabilidades a las colectividades Ejército, Guardia Civil y Cuerpo de Asalto, pues ellas no tienen culpa alguna de las demasías cometidas por individuos de dichas Instituciones armadas, singularmente desde que actuaron a las órdenes del comandante Doval, quien ha confirmado con su última actuación la fama siniestra que desde hace bastantes años le aureolaba y que por el solo hecho de habérsele conferido el cargo excepcional de Delegado del Ministerio de la Guerra para el orden público en las provincias de Asturias y León en un momento tan delicado se ha convertido en una acusación implacable contra V. E. y su Gobierno, que no podían desconocer los antecedentes que le incapacitaban al Sr. Doval para una misión que tenía más de diplomática que de policíaca, si efectivamente se aspiraba a buscar la paz.

Justicia pido, Excmo. Sr., sobre ellos como sobre los delincuentes del campo revolucionario, sin que me amedrenten los fantasmas de un falso patriotismo vocinglero, porque estoy seguro de que no prende fuera de aquí ninguna campaña difamatoria contra España cuando aquí se tienen libre la crítica y abiertos los Tribunales. Y justicia también sobre un Gobierno de tan manifiesta ineptitud que todavía, según confesión de V. E., su Presidente, no tiene conocimiento cierto de lo ocurrido en Asturias. Justicia, que es la suprema ley, según el concepto de Proudhon. ¡Justicia!
Atentamente le saludo, F. Gordón Ordás.— Rubricado.—Madrid 19 de diciembre de 1934."

Requerimiento a la Nación

Ningún efecto ha tenido esta carta. El Parlamento se ha cerrado sin que me fuera concedida la interpelación. Podrán el Gobierno y los señores Diputados gozar tranquilamente en sus casas la paz de estas fiestas. No por eso dejará de existir el pavoroso problema de una represión incivil y cruel, a la que al parecer no se quiere poner término, y hasta tiende a refinarse, pues en estos mismos días alguna empresa minera está dejando implacablemente sin hogar a mujeres y a hijos de presos mediante desahucios ilegales protegidos por números de la Guardia Civil. Y como mi sensibilidad no me permite el silencio cómplice renuncio a un descanso que ninguno merecemos; por eso al cerrárseme por ahora la tribuna parlamentaria y no poderse utilizar libremente la tribuna periodística, quiero emitir mi voz por este medio y por cuantos encuentre a mi alcance —consciente de la responsabilidad en que incurro y con dejación previa de la inmunidad parlamentaria— ante la opinión pública española, demando el apoyo de todos los espíritus altruistas en la cruzada que he emprendido y proseguiré sin desmayo contra el crimen y por la justicia, pues sin que se cumplan estas nobles finalidades no podrá iniciarse la era de reconciliación nacional que tanto se necesita, si no se quiere que España se disuelva y se corrompa en una lucha feroz entre castas definitivamente irreconciliables.
Madrid, 22 de diciembre de 1934.
F. Gordón Ordás. Ex Ministro de la República, Diputado a Cortes.