La
fiebre de la farsa.
Por José María Martínez.
CNT, de Madrid, 30-10-1933.
Recogido del libro de Ramón Alvarez Palomo:
José María Martínez: símbolo
ejemplar
del obrerismo militante.
Está en su apogeo la fiebre electoral. Es mejor
calificarla de fiebre de la farsa. Una pléyade
de políticos de todos los matices y con múltiples
programas, van por todas partes como desviviéndose
por servir al pueblo para hacerle feliz. En cada
villorrio, en cada barrio, en cada distrito, un mitin
de cada fracción política. Es un derroche
de verborrea, de demagogia, de jacobinismo. Brotan los
Demóstenes como las ortigas. Es la época
en que se revelan, en serie, sabios capaces de resolver
fácilmente los problemas más difíciles.
Manifiestos a granel, conferencias a domicilio, sermones
laicos en la plaza pública; una plaga imposible
de atajar. En el ligero avión, en el pesado tren
o el rápido automóvil viajan sin cesar los
personajes de la comedia política a la caza de
un acta. No hay rincón al que no llegue
el latiguillo emocionante, la frase mordaz, la promesa
redentora del político traicionero.
Las complacencias de estas gentes son un dechado de democracia
con los electores. Sonrisitas por acá, ceremonias
por allá, ofrecimientos por el otro lado, palmaditas
en los hombros, fuertes apretones de manos, efusivos abrazos...Tal
parece, en vísperas de la inmoral comedia electorera,
que la sociedad ha transformado repentinamente a los hombres,
convirtiendo los odios en fraternal aglutinante. El
señorito, rebosante de orgullo, desciende a la
choza, afable y generoso. El furibundo demagogo, sube
al palacio y dobla su altanería tribunicia. La
diferencia de clases, la divergencia de programas se esfuma
en el ambiente de cordialidad de lobos ¿No son
todos unos, a la postre? Lo esencial, lo que
todos anhelan, aquello por lo que se desviven, es el triunfo.
Alianzas que, teóricamente, son una inconsecuencia,
se realizan. Se llevan a cabo procedimientos que encierran
la negación más rotunda. La única
moral -moral loyolesca- es la de lograr el triunfo sin
reparar en medios. Y si no van más allá
en sus inconsecuencias es por temor a que resulten contraproducentes.
¡Qué si no...!
Y no son solo los aspirantes a diputados los que se sienten
magnánimos estos días. También lo
son los agentes electorales que cobran bien por serlo.
Es algo parecido a la caridad oficial, que retribuye espléndidamente
a los burócratas que la representan, para que repartan
unos ochavos entre los mendigos.
¡Como cambia la vida estos días! Cambia ¡claro
está! en la superficie. De las madrigueras políticas
salen avalanchas de jefes y jefecillos que con aire belicoso
tratan de llegar al corazón del pueblo, una vez
más, para hacer creer a las gentes su simulado
redentorismo. ¡Ellos, incapaces de gobernarse a
sí mismos, queriendo hacer felices a los demás!
EI Estado -dicen- hará la felicidad del
pueblo con leyes benefactoras. Trabajad, sed buenos ciudadanos,
enriqueced al Estado, dejadnos hacer-, es el clásico
estribillo del ignorantón audaz metido a sabio.
Es el retruécano del hombre de negocios que necesita
una "ganzúa" parlamentaria para doblar
sus millones. Es el anzuelo del abogado pobre que anda
a la caza del carguito político que le ayude a
ganar fácilmente los pleitos. Es el pobre diablo
un poco charlatán que quiere ser "algo"
y busca en los amaños electoreros el modo de lograrlo.
Son divertidísimas las elecciones. Todos a una,
resueltamente, tienen "razón". Cada fracción
es la "única". Cada grupo es el auténtico
"salvador". Cada coalición es la que
está en posesión de la "verdad".
Con ser diferentes y tener distinto origen, cada uno de
los partidos posee el programa "redentor". Y
¡como lo defienden! Las frases más hirientes,
los conceptos más mortificantes, las historietas
más bajas se sueltan a chorro.
Es la política; esa política en que, según
la frase lapidaria, hay un porcentaje de noventa y nueve
pillos por cada hombre honrado. Es la política
que reparte los intereses del pueblo entre los elegidos
borreguilmente. Es la política de los remiendos
al hambre, parches a la miseria, cataplasmas a la ignorancia,
paños calientes a la prostitución, antifaz
de paz a la guerra.
No obstante, la política es la mejor cosa del mundo...
para los políticos. El pez en el agua no está
mejor que el político en el parlamento. Aquel da
coletazos si le ponen en seco; éste pronuncia detonantes
alocuciones en cuanto le dan la cesantía. ¡Y
como truenan!
Los anarquistas resultamos unos angelitos en la
tribuna, al lado de esos pescadores de río revuelto.
"Haremos la revolución" - exclaman -
"un fusil cuesta lo que un traje". Por ese estilo
encarrilan sus arrebatadoras disertaciones, encanto de
bobos y regocijo de pillos. Cada arenga estremece.
Un político no se pone melancólico
hasta que se queda sin acta. Vivir como un don nadie,
como cualquier otro ciudadano, es para él una gran
tragedia. Asi se explica lo que hacen ahora para
salvarse del naufragio los ex-diputados. Se disputan los
puestos con encono sacristanesco, echándose espuertas
de vileza, usando, la zancadilla. Todos se creen con indiscutibles
méritos a la hora de trepar
hacia el botín.
¡Y son esas gentes las que van a salvar a España!
Creo que convendría salvar
a España del contacto con ellos.