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Crítica republicana a la II República
Las torturas de Octubre de 1934: Javier Bueno

Cuando apenas había transcurrido una semana de su salida de la cárcel, el periodista Javier Bueno Bueno, director del diario socialista asturiano Avance, fue detenido de nuevo en la redacción del periódico en la madrugada del 6 de Octubre de 1934, recién iniciada la revolución. Fue apaleado por guardias de Asalto en el cuartel de Santa Clara de Oviedo y a finales de Septiembre de 1935 fue sometido a un consejo de guerra y acusado de inducción y excitación a la rebelión, y encubrimiento. Su condena fue sonada, pues además de la pena de reclusión perpetua, el tribunal militar le impuso, en concepto de responsabilidad civil, la cantidad de... ¡setenta millones de pesetas! En el escrito que se reproduce a continuación, Javier Bueno, con su personal humor y estilo, rebate la versión gubernamental de las huellas que en su cuerpo habían dejado las torturas.


La mentira de la verdad oficial

Por Javier Bueno

En el folleto oficial acerca de la Revolución de Octubre, redactado por disposición del Gobierno, se habla de mí. Los términos de consideración, que muy de veras agradezco a quien lo haya escrito, no elimina la insinuación de que haya podido prestarme a una patraña, puesto que el retrato que se reproduce es auténtico. El folleto mismo no he podido verlo; pero sí los periódicos en que se reproduce íntegro el texto y en parte la documentación gráfica. Al pie del retrato mío se dice: "Javier Bueno, director de Avance. En la foto se ven claramente las llagas furunculosas que padece y que se han querido hacer pasar, torpemente, por huellas de supuestos malos martirios. (Al folleto acompañan certificados médicos que comprueban detalladamente la dolencia de Bueno.)" En la referencia de mi caso se afirma que "pasé en la cárcel los días del angustioso asedio, que el lector más lego en cuestiones médicas aprecia a simple vista en la fotografía que se trata de una furunculosis vulgar, muy fuerte por la naturaleza posiblemente diabética del enfermo, y de la cual se está tratando convenientemente al señor Bueno por los médicos del Cuerpo de Prisiones." También en ese se texto se advierte la publicación fotográfica de certificaciones médicas que demuestran el origen de las úlceras"; pero los periódicos que me ha sido dado ver no las reproducen. Sería igual, porque no iba yo a permitirme contradecir dictámenes de una ciencia que no me es ajena. Nunca en mi vida, hasta ahora, recibí asistencia médica.

Puntualizaré hechos si se me consiente. La primera afirmación que se hace con referencia a mí, es que pasé en la cárcel "los días del angustioso asedio". Bueno, pues no los pasé. Lástima que en extremo mucho más fácil de descubrir que el origen de unas huellas, se equivoque el informador. Pero no he de seguir el sistema de impugnar, sino el de referir, en presente histórico para mayor viveza, los hechos escuetos que entienda que puedan referirse.

El día 5 de Octubre trabajo en Avance en mangas de camisa y arremangado como Pentapolín. Los muchos compañeros de Madrid a cuyo lado he trabajado en redacciones saben de esta costumbre mía. En Oviedo es conocida también de cuantas personas visitaban el periódico.

En la madrugada del 6 soy detenido y el 8 por la tarde llevado desde la comisaría al cuartel de Guardias de Asalto. Allí sigo en mangas de camisa, y así mismo he de remangarme para fregar los retretes del local, misión que se me señala. Estoy sano. Algún guardia dice mirando el ánimo con que trabajo y mis brazos desnudos: "Eres un fuerte ¿eh?", "Como Hércules", contesto yo acordándome sin saber por qué del menos limpio de sus doce trabajos. El día 14 aún logro distinguirme como cavador.

El día 16 me llama a declarar en el proceso contra Teodomiro Menéndez el juez capitán señor Janáriz (o comandante, no estoy seguro) que actúa en el cuartel. Una vez que he declarado le expreso mi voluntad de presentarle una denuncia por malos tratos. Me dice que volverá a llamarme por la tarde, ya para deponer respecto de mi propia detención y si le presento la denuncia me la admitirá. Se que es hombre muy de bien y que se acuerdo de lo que le digo. Estoy seguro de que se acuerda. Estoy seguro de que no me desmentirá.

Pero el mismo día 16 por la tarde, antes de que el capitán señor Janáriz lleve a cabo su intención de llamarme a declarar, soy trasladado a la cárcel de Oviedo. Dos o tres días después pido asistencia para una llaga que tengo abierta en el brazo derecho y otros dos flemones a punto de abrirse. Me es tan molesto moverme, que los compañeros que me sirven el rancho hacen lo posible por ayudarme en el sencillo menester de recibirlo.

Por aquellos días, en la Asociación de la Prensa de Madrid, de la que por cierto es digno presidente el señor Lerroux y digno secretario el señor Jalón, a la que me honro pertenecer hace más de veinte años y de la cual he recibido en esta ocasión y en otras, inolvidables beneficios, se habla de que he sido maltratado en Oviedo. Ante algunos queridísimos compañeros de los que componen la Junta directiva, otro que acaba de regresar de Oviedo creo que exhibe una prenda de mi uso, indicio por su estado, de que no se me tratado demasiado bien. Pensar que pudieran haberlo olvidado cuando sé la verdad conque se dolieron de ello, sería ingratitud de mí.

No sé de diagnósticos; lo que sé es que el doctor Combarros, médico militar, que fue quien diariamente me curó en Oviedo con esmero y cordialidad que tengo muy presentes, hasta que me llevaron a Madrid, ante la inquietud mía porque tardaban en cicatrizar las llagas en que "el más lego en cuestiones médicas ve una furunculosis vulgar", me dice textualmente: "No se preocupe; esta clase de lesiones no cierran hasta que se elimina todo el tejido magullado". Sé que es hombre muy cabal, incapaz del cómodo expediente de olvidar lo que se dice. Se acuerda.

Se me traslada a Madrid y el médico de aquella cárcel diagnostica en mi presencia, dictando al practicante apellidado Mozos, quien lo asienta en libro registro que sin duda subsiste, "heridas de tantos centímetros, con pérdida de substancia y en período de cicatrización". Nada de llagas furunculosas. Diagnostica a la vista de una sola y bajo mi profana afirmación de que las demás "son parecidas". Me manda ponerme otra vez la misma venda y gasa sucias que he llevado en el viaje, "porque es provisional". Lo provisional dura otras treinta horas. No vuelve a verme más. Quien me cura diariamente en el botiquín, a presencia del practicante, es el doctor Robles Soldevilla, que estaba preso; pues aunque la amistad que es tan breve fuese larga nadie puede recusar por causa suya certificaciones médicas sin insinuar que también en ellas podría influir la circunstancia de cobrar sueldos del Estado; afirmación que por si sola se refuta.

Vuelvo a Oviedo, sigo curándome y hacia el 20 de Diciembre se me da de alta. Las llagas, oportunamente aparecidas al salir yo del cuartel de Santa Clara, coincidiendo con noticias e inquietudes referentes a mi suerte y con mi advertencia de quiero presentar una denuncia, han cicatrizado a los dos meses. No me han salido ninguna más, ni Dios lo permita. Lo de mi "naturaleza posiblemente diabética" deja de ser preocupación para los poderes públicos. Es un desvelo que se han tomado por mí innecesariamente, como el de juzgarme sufriendo en la cárcel "los días del angustioso asedio"; porque ni tengo la una ni estuve en el otro.

El doctor Esquerdo Dale, a quien comuniqué en Madrid el mismo temor que en Oviedo al doctor Combarros, me tranquilizó mostrándome el resultado negativo de análisis que hizo. Busquemos entre todos, pues, otro motivo a atribuir la "furunculosis vulgar muy fuerte" que padezco, y que por muy fuerte y muy vulgar que le parezca al autor del folleto me lo parece más a mí.

"Supuestos martirios", dice el pie de la fotografía. Martirios es una palabra demasiado solemne; por acá se la llama "leña". Lo de "supuestos" está sub judice como es uso invocar cuando conviene invocarlo. El folleto dice que los tribunales me exigirán responsabilidad, y yo por mi parte, anticipándome a las muchísimas ganas que el gobierno tiene de que todo quede en claro, tan pronto como tuve ocasión de hablar ante un juzgado, que fue el militar número 1, le presenté la denuncia que el 16 de Octubre anuncié que presentaría y en la cual nombro presuntos culpables y testigos ciertos. Estoy esperando.

Por lo demás, el folleto ha gustado mucho en el establecimiento donde estoy y donde todavía quedan hasta una docena de amigos que asistieron al nacimiento de mi furunculosis. Ha gustado mucho todo él; pero lo de las llagas furunculosas ha hecho singular fortuna. Y ahora es frecuente oír, por ejemplo: "Han traído de Mieres, o de Sama, a fulano. Viene tremendo de llagas furunculosas".

Hubiera preferido no decir nada. Pero tanto se me trae y se me lleva, con exageraciones grotescas de un lado, abrumándome científicamente por otro, mirándome las ya famosas llagas a tan diversas luces y tornasoles, que querría ver si puedo librarme de pasar a la posteridad como una especie de sor Patrocinio de la Revolución de Octubre. Y como no tengo otros medios sino pedir a los periódicos que me acojan y al gobierno que autorice la publicación de estos renglones, ya que el prestigio oficial tiene el problema a cuya solución trato de contribuir con el algún derecho que me da el ser las llagas mías, así lo pido encarecidamente.

Octubre
Organo de las Juventudes Socialistas de España

Marzo de 1935. (Hemeroteca Municipal de Madrid)