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Crítica republicana a la II República
Crítica de izquierda a la insurrección de Octubre de 1934

Por Manuel F. Grandizo Munis

Selección de textos de su libro “Jalones de derrota:

promesa de victoria”. Edit. Lucha Obrera. Méjico, 1948.

Fundador y dirigente de la Oposición Comunista de

Izquierda en España, organización impulsada por

León Trotsky, luego, Izquierda Comunista, a la

que representó en la Alianza Obrera de Madrid.

Torreón (Méjico), 1911 – París 1989.

 

“Criticando el inhibicionismo deliberado de los socialistas, guarecido tras una concepción de la insurrección armada blanquista y aislada de las luchas cotidianas, contraria a ellas, escribía yo en vísperas de los acontecimientos de Octubre: Por el camino que vamos, si no se rectifica, la burguesía nos puede obligar a aceptar la batalla definitiva. Entonces no habrá más remedio que defenderse. Teniendo en cuenta las medidas adoptadas por los gobiernos radicales –batallas parciales constantes al proletariado- y la táctica silenciosa y envolvente del fascismo jesuita, hay que decir claramente que es la burguesía quien prepara el exterminio final del proletariado, no éste quien trabaja el de la burguesía. El socialismo invierte los términos de la manera más irreflexiva: aceptar la batalla en el momento y terreno que mejor convenga a nuestros enemigos es dejarles temerariamente las mayores posibilidades de triunfo. Estas, si no nulas, serán insignificantes para nosotros.” (Munis: “Qué son las Alianzas Obreras”, ediciones Comunismo. Madrid, 1934).

 

“La huelga general y la insurrección asturiana de Octubre fue un movimiento defensivo del proletariado que pudo haber sido transformado en un gran ataque ofensivo y triunfante. No lo quiso la dirección socialista, y a eso debió, en sus tres cuartas partes, la derrota.”

 

“Seis meses antes de Octubre, ellos (los socialistas) repetían su cantinela: todo está en orden, nada de luchas parciales, espérese el momento decisivo. Caso de haber tomado en serio sus balandronadas, eso significaba que la correlación de fuerzas dada y las condiciones eran ya las más favorables a la insurrección y a la toma del poder político. La espera se convertía en crimen. Pero, bien mirado, la correlación de fuerzas y las condiciones importaban a la izquierda socialista tanto como las fases de la Luna. En promesa al menos, habían supeditado el momento insurreccional a esta condición: si el partido de Gil Robles entra en el gobierno. A tanto equivalía prometer: nos batiremos cuando lo tenga a bien la reacción. Desde luego, aceptar pasivamente la entrada del gilroblismo al gobierno habría sido un suicidio.”

 

“Descartando la movilización por las luchas cotidianas, única posibilidad de desarrollo de las Alianzas como poder proletario, el Partido Socialista abandonaba los acontecimientos a un curso contrario, lo consentía. Sería entonces la reacción quien impondría la sustitución del gobierno Samper por un “gobierno fuerte”, capaz de hacer frente al movimiento revolucionario y desbaratarlo. La iniciativa era abandonada al enemigo, tanto en sus luchas cotidianas contra las masas, ininterrumpidas desde antes de la disolución de las Constituyentes, como en el ataque decisivo.

Esta concepción de la insurrección al margen de un proceso revolucionario conscientemente dirigido, me parece clásica de burócratas reformistas, radicalizados por el miedo a que se acabe la forma de sociedad capitalista en que ellos viven colaborando y brillan como izquierda obrerista.”

 

“Gil Robles aspiraba a repetir el juego de Hitler en Alemania: obtener el poder legalmente y liquidar desde él las formas parlamentarias de gobierno. Igual que Hitler, contaba con la deserción, en el momento culminante, de los jefes socialistas y stalinistas, y con la complicidad deseada de un presidente de la República terrateniente como Hindenburg, ultrarreaccionario como Hindenburg y como él alzado a la presidencia por los socialistas.”

 

“En efecto , el día 4 de octubre de 1934, al hacerse pública la constitución del nuevo gobierno presidido por Lerroux, en el que participaba Acción Popular (tres ministros de ésta y dos Agrarios), los socialistas hicieron a la Alianza Obrera otra de sus comunicaciones. Pero no se trataba de la insurrección para la que tantas alertas hipócritas habían dirigido al proletariado, no de la insurrección a la que tan cabalística y exclusivamente dedicaban las A.O., no de la “batalla decisiva” en nombre de la cual dejaron vencer la huelga campesina y obstaculizaron todas las batallas tácticas, no se trataba de la revolución social, cuyo “compromiso solemne” de desencadenar había contraído el Partido Socialista “ante el proletariado español y mundial”; no, los socialistas comunicaban a la A.O. una orden de huelga general pacífica... para dar tiempo a que el presidente Zamora reflexionase y exigiese la dimisión del gobierno recién formado.”

 

“ En suma, la huelga general en Madrid duró con una unanimidad perfecta hasta el 13, en que los socialistas dieron la orden de vuelta al trabajo. Ni una sola vez intentó la dirección socialista atacar al Gobierno en algún sitio, apoderarse de armas en cantidad y distribuirlas a las masas para acciones de mayor envergadura. Decenas de miles de hombres estaban prestos a batirse a la primera oportunidad. Los socialistas los dejaron desarmados y expuestos a las agresiones de las fuerzas gubernamentales. Los tiroteos y ataques fugaces perpetrados por jóvenes socialistas, y algunas veces por anarquistas, no tenían más que un carácter terrorista. No eran ataques, sino agresiones en fuga.”

 

“La razón porque los socialistas habían negado obstinadamente a la Alianza Obrera, durante meses, capacidad dirigente, y rehusado formar una milicia revolucionaria unificada y efectivamente armada bajo dirección de aquella, apareció con claridad meridiana desde el primer día del movimiento. Si la A.O. hubiese tenido función dirigente y una milicia a sus órdenes, habría podido planear y dirigir el movimiento insurreccional inclusive contra la voluntad de los socialistas, porque las masas lo querían y las condiciones eran propicias. En lugar del paqueo inútil y de los ataques fugaces sin otro fin que el de hacer ruido, habría habido ataques organizados a los cuarteles en que los soldados simpatizaban más con la revolución, para armar a la generalidad del proletariado, y acosar enseguida los centros de comunicaciones y los principales edificios gubernamentales. Evidentemente, los socialistas sabotearon la A.O. porque estaban de antemano dispuestos a sabotear la insurrección.”

 

“En Cataluña, pese a un proletariado más denso que el de Madrid, y pese también a su Alianza Obrera, sin tan fuerte lastre socialista, el movimiento de Octubre no se desenvolvió mucho mejor. No obstante, contaba con otra ventaja adicional: el problema regionalista, pendiente y exacerbado desde el conflicto entre el gobierno de la Generalidad y el central, a causa de una ley de contratos de cultivo expedida por el primero. Bien aprovechada, esta circunstancia hubiese facilitado el triunfo al proletariado catalán”.

 

“La ya prolongada crisis de la CNT tenía una repercusión debilitadora en el proletariado catalán. La lucha interna y el divisionismo sindical que habían dado comienzo con el manifiesto de “los treinta”, no terminaron con la salida de la CNT de los sindicatos en que dominaba esa tendencia reformista. La escisión sindical en Cataluña alcanzaba su máximo precisamente durante los meses que precedieron a Octubre. Había encontrado aliento y continuidad en la política del Bloque Obrero y Campesino. (...) El Bloque no se planteó el problema sindical en sus términos de clase: salvar y reforzar la CNT como central sindical, sin dejar de combatir el sedicente apoliticismo y el aventurerismo ácratas. Por el contrario, vio en la crisis de la CNT una ocasión de liquidarla creando su propia central sindical. Esa tendencia, que trascendió en los actos de la A.O., fue un importante elemento negativo para el proletariado.”

 

“El efecto de esta situación fue aumentar la desorganización, dispersar y debilitar las fuerzas obreras, sorprenderlas impreparadas. La A.O. como principio de frente único y organismo larvado de poder proletario, se contradecía con la política sindical practicada por el BOC y con los guiños entre la izquierda caballerista y la Generalidad. Los obreros catalanes se dieron perfectamente cuenta de esa contradicción. De ahí nació una desconfianza comprensible teniendo en cuenta su apego a la tradición de la CNT. Siendo ésta, en general, una tradición revolucionaria, la desconfianza de los obreros era enteramente justa en principio. En ella tomaron base los líderes anarquistas para apartar a la CNT de la A.O.”

 

“En Madrid, la Alianza Obrera no era nada sin los socialistas; en Barcelona, las organizaciones que la integraban no eran nada sin la A.O. Por eso, en Barcelona, proclamó huelgas en su propio nombre y se ofreció al proletariado como fuerza colectiva dirigente. Su porvenir como organismo de poder era espléndido y hubiera podido servir de ejemplo para el resto del país. Pero necesitaba, ante todo, vencer, mediante una política justa, la abstención de la CNT, democratizarse poniendo en manos de las fábricas el nombramiento de delegados, y liberarse de todo coqueteo con la burguesía regionalista, de éste común a casi todas las organizaciones que integraban la Alianza.”

 

“La regional asturiana de la CNT, quizás por encontrarse rodeada de un medio socialista más esencialmente obrero y combativo que en ninguna otra parte, tuvo siempre contornos menos sectarios que el anarcosindicalismo del resto del país. Fue desde el primer momento partidaria del frente único proletario, llegando a convertirse en abanderada de esta táctica en la CNT. La A.O. pudo constituirse tempranamente en Asturias, adquiriendo, por la presencia de la Regional cenetista, significación menos ficticia.”

 

“Si la insurrección se produjo y triunfó en Asturias, fue a pesar del Partido Socialista, de ninguna manera por su voluntad ni por su instigación. Nadie podrá probar que él preparara metódicamente el movimiento armado y diera orden de insurrección. Basta recordar, para convencerse, el orden geográfico seguido por la insurrección, la forma como fue iniciada y los medios empleados.”

 

“Al conocerse, en la tarde del 4 de octubre, la composición del nuevo ministerio, los socialistas, como hicieron en Madrid, dieron de lado la A.O. y pusieron en circulación, por medio de la UGT, la orden de comenzar la huelga. La huelga comenzó pacífica en los puntos donde la burocracia reformista era fuerte, pero en la cuenca minera tomó instantáneamente un irresistible carácter insurreccional. La izquierda socialista ha especulado después excesivamente sobre la insurrección asturiana; sin embargo, no habría pasado de lo que sucedió en Madrid o en Bilbao, si todo hubiese transcurrido conforme a la voluntad de los dirigentes. La cuenca minera se les desmandó, y además disponía de los elementos mínimos indispensables para iniciar la insurrección sin aguardar los que quisiera darle la dirección. Esos son los dos hechos iniciales que posibilitaron la insurrección asturiana. Desgraciadamente, no quedaron documentos escritos sobre la famosa orden, como tampoco quedaron en Madrid. Pero quedaron los hechos, y en materia de esta índole, los hechos son mucho más incontrovertibles que los documentos.”

 

“Uno de los hechos que acusa la intención no insurreccional de los socialistas, es su actuación primera, al margen de la A.O. y de toda consulta previa con las organizaciones integrantes. Ni siquiera consultaron con la CNT, cuya influencia en algunos distritos de la provincia era decisiva para cualquier intento insurreccional. ¿Por qué prescindieron los socialistas de la A.O. en el momento crítico? Si su propósito hubiese sido desencadenar la insurrección, no habrían obrado así; su interés les hubiese aconsejado sumar el máximo de fuerzas, además de que prescindiendo de la A.O. desarticulaban el movimiento e impedían toda acción convenida contra los puntos más débiles del enemigo. Por el contrario, careciendo de propósito insurreccional, les era menester prescindir de la A.O. No podían someter a su consideración el problema, sin exponerse a agrias discusiones y a que las demás organizaciones se considerasen chasqueadas y traicionadas.”

 

“La insurrección asturiana misma es una prueba irrefutable contra la dirección socialista. Cualquiera de los libros descriptivos que sobre la gesta asturiana han sido publicados, atestigua la forma periférica que tomó la insurrección. El movimiento se inicia en la cuenca minera, en la noche del 4 al 5 de octubre, y toma inmediatamente un carácter insurreccional. Los mineros atacan los puestos de la guardia civil y de asalto, con muy escasas armas y con dinamita bastante abundante. Su oficio les había permitido hacer reservas, y conocían su manejo magistralmente. Rápidamente, triunfan en los principales puntos de la cuenca Langreo, Mieres, Sama, La Felguera, Pola de Lena, Olloniego, Avilés, Ablaña, etc., y se extienden por toda la comarca destruyendo los fundamentos del Estado burgués. Pero Gijón y Oviedo, importantísimo centro marítimo el primero, por donde la flota de guerra gubernamental podía atacar, y sede, la segunda, del gobierno provincial y de la burocracia provincial reformista, donde estaban concentrados los más numerosos contingentes de fuerzas represivas, permanecieron inactivas, en huelga general no insurreccional, igual que Madrid, durante la noche del 4 y todo el día 5. Hubieron de presentarse a las puertas de Oviedo destacamentos de mineros, el día 6, para que la capital provincial entrase en acción. Hasta entonces, la insurrección no había dado allí ningún signo de vida. Un testigo presencial reflexiona así, refiriendo la impresión de los destacamentos mineros al llegar a los aledaños de Oviedo: “Hace ya treinta horas que mantenemos la lucha victoriosa en la cuenca minera y los obreros de Oviedo parecen no haberse enterado de nada.”

 

“La actitud de los dirigentes socialistas en Oviedo y Gijón, fue, en suma, idéntica a la de los dirigentes nacionales: huelga general pacífica, lejos de toda pretensión insurreccional, sin acordarse que existía un poder político que habían prometido tomar. De lo contrario, la insurrección habría comenzado en los dos centros urbanos, Oviedo y Gijón, antes o al mismo tiempo que en la cuenca minera.”

 

“Se puede establecer esta regla general para caracterizar nacionalmente el movimiento de Octubre de 1934: a mayor dispersión o debilidad de los organismos burocráticos, mayor fuerza insurreccional y más rasgos netamente socialistas. En Madrid mismo, donde la dosis de paqueo recetada por los socialistas amenazó por momentos convertirse en verdadero estado insurreccional, es en los barrios extremos, que debido a la inorganización mantenían poco o ningún contacto con los comités local, provincial y nacional. Careciendo de armas, sin la dinamita que propició los primeros triunfos a los obreros astures, enfrentados a un conjunto de fuerzas gubernamentales muchísimo más potente y mejor organizado, los obreros de Madrid no podían triunfar, como los de Asturias, sin plan centralizado y contra la voluntad de su dirección. En Cataluña no ocurre nada serio en las principales ciudades, pero en otras secundarias y en muchos pueblos el proletariado toma el poder. En Bilbao, cuyos alrededores abundan en pueblos industriales, el cuadro de Asturias se repitió en menor escala. La capital estaba en huelga pacífica, mientras en los pueblos el proletariado se sublevaba triunfalmente, desarmaba las fuerzas gubernamentales, tomaba posesión del poder. “

 

“La contradicción entre la dirección reformista y la insurrección estalló bruscamente el día 11 en una deserción casi general de dirigentes. Los avances de López Ochoa, la acción redoblada de la aviación, y la convicción, ya segura, de que Asturias estaba sola, revelaron las inclinaciones íntimas del Comité Provincial. El día 11 decretó la liquidación del movimiento y abandonó su puesto. Fue una verdadera huida al sálvese quién pueda. Muchos comités locales, siguiendo el ejemplo, desertaron también. Sus componentes se dieron a la búsqueda del escondite o la escapatoria personal. So pretexto de “salvar los más responsables, se abandonaba la insurrección al caos, y a la feroz represalia del Gobierno los militantes efectivamente revolucionarios, aquellos que habían tomado la iniciativa en la cuenca minera. Entonces se produjo otra rápida y admirable acción del proletariado asturiano. Lejos de amedrentarse, perder la cabeza y desertar él mismo, procedió, como el día 5, por multitud de iniciativas anónimas. Por doquiera, nuevos comités improvisados tomaron en sus manos la dirección de la lucha armada y de la administración. La burguesía los llamó después los “comités extremistas”, porque, en efecto, los componían lo más avanzado del proletariado astur. En ciertos lugares, se dio el caso insólito y vergonzoso para los desertores, que el nuevo comité, o una asamblea general, mandaba buscar y detener a los dirigentes fugitivos. Encontrados, eran devueltos en algunos casos a sus puestos y obligados a desempeñar sus funciones; en otros, eran arrestados. Tal fue la verdadera ejecutoria de muchos héroes reformistas, sin excluir el Comité Provincial. La deserción de los comités fue así rápidamente contrarrestada por la masa, y todo pasó como si no hubiese existido. Al proletariado astur le cabe el mérito de haber hecho una insurrección triunfante contra la voluntad de sus dirigentes, y el mérito mucho mayor, de haberse sobrepuesto a la deserción de esos mismos dirigentes, en un momento en que la insurrección iba visiblemente a ser aplastada, estando atacada por las cuatro direcciones y sabiéndose abandonada del resto de España.”

 

“Por todo ello, el movimiento de Octubre no podía triunfar como “revolución socialista”, es evidente. Pero con eso no está dicha la última palabra. Sí pudo triunfar, en cambio, como insurrección de objetivos limitados. A despecho de la dirección, las masas obreras respondieron en Octubre con una unanimidad y una energía suficientes para echar abajo el poder constituido. Pudo haber sido rechazada la reacción, impuestas la disolución, impuestas la disolución de las Cortes y la convocatoria a nuevas elecciones con un gobierno de extrema izquierda burguesa, quizás bajo la presidencia de Largo Caballero. Semejante victoria parcial habría creado condiciones muy parecidas a las de Julio de 1936 en nuestra zona, con la ventaja inmensa de que no hubiese existido zona franquista o reaccionaria, ni guerra civil propiamente dicha. En toda España, la dualidad de poderes, a través de las Alianzas, se habría inclinado casi decisivamente del lado proletario, como en Julio de 1936. El proletariado se hubiese encontrado al borde de la toma del poder político.”