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Crítica republicana a la II República
Consideraciones sobre la unidad
¡Alianza revolucionaria, sí! ¡Oportunismo de bandería, no!

Por Valeriano Orobón Fernández

La Cistérniga, Valladolid abril 1901-Madrid junio 1936.

Traductor, teórico anarcosindicalista, tradujo

y adaptó el himno “A las barricadas”.

Publicado en La Tierra, Enero 1934.

(Hemeroteca Mpal. de Madrid)

 

 

 

La realidad del peligro fascista en España ha planteado seriamente el problema de unificar al proletariado revolucionario para una acción de alcance más amplio y radical que el meramente defensivo. Reducidas las salidas políticas posibles de la presente situación a los términos únicos y antitéticos de fascismo o revolución social, es lógico que la clase obrera ponga empeño en ganar esta partida. Sabe muy bien lo que se juega en ella.

 

Por eso, y no en virtud de interesados patetismos de importación, los trabajadores españoles coinciden hoy instintivamente en apreciar la necesidad de una alianza de clase que ponga fin al paqueo interproletario provocado por las tendencias y capacite al frente obrero para realizaciones de envergadura histórica.

 

Puede decirse que psicológicamente la alianza es ya un hecho. Nada tan grato para un militante revolucionario como ver fraternizar a las multitudes obreras por encima de las lindes de matices (de indudable justificación teórica, pero contrarias a las necesidades tácticas de circunstancias como las actuales) que las han separado hasta aquí de un modo agresivo. Y nada tan esperanzador como verlas confluir por impulso propio, llenas de entusiasmo y voluntad, en un cauce revolucionario positivo.

 

Esta disposición anímica de la clase obrera precisa una pronta y eficaz cristalización orgánica. ¿Cómo? Por el centro y por la periferia, por abajo, por arriba y por el medio. Lo esencial es que esté basada en una plataforma revolucionaria que presuponga lealtad, consecuencia y honradez de intenciones por parte de todos los pactantes .

 

Enfrascarse en largas discusiones acerca del procedimiento de aproximación sería de un bizantinismo desolador. Hay que querer sinceramente esta aproximación, y basta. Los momentos no están para torneos literarios ni obstrucciones demagógicas.

 

La unidad combativa, cuestión de vida o muerte.

 

La burguesía española acaba de arrojar su disfraz liberal. Animada por los ejemplos contrarrevolucionarios que ofrece Europa, se dispone a reforzar su monopolio económico y político mediante el Estado totalitario . La realización de estos propósitos, planeada con arreglo a un plazo prudencial y bien calculado, ha sufrido un contratiempo importante gracias a la actitud de la CNT en las últimas elecciones y después de ellas.

 

Mucho se ha dicho y escrito, muy superficialmente, por cierto, contra el abstencionismo electoral de la Confederación, cuya eficacia está resultando infinitamente superior a la elección de cien diputados obreros, ya que ha abierto un proceso revolucionario de grandes perspectivas para el proletariado español. Sin esa abstención, denunciadora oportuna del volumen de la reacción y de la inanidad del sufragio para combatirlas, el fascismo latente se nos hubiera colado un día de rondón por la puerta grande de la “legalidad democrática”, bien pertrechado frente a una clase obrera sorprendida, fraccionada y en parte entretenida en hacer reclamaciones inocentes al censo electoral. De esta otra manera, hemos atacado al fascio en su período de incubación. Y tras nuestra actitud, de sabotaje desintegrante en un terreno y de contundencia combativa en otro, se ha comprendido la gravedad de la situación, ha sonado la voz de alarma en todo el campo obrero y, lo que es más importante, se ha comenzado a hablar con seriedad de frente único, alianza o unidad revolucionaria.

 

Espontáneamente, sin acordarse de viejas consignas de esteriotipia, los trabajadores de las diversas tendencias se han dado cuenta de que la unión combativa de clase es hoy cuestión de vida o muerte para la causa del proletariado. Aferrados a islotes de principios o fundidos en un bloque táctico, separados o unidos, no tendremos más remedio que presentar o aceptar batalla al extremismo político del capitalismo . La disyuntiva es clara: hay que ser yunque o martillo; o aplastamos implacablemente al fascismo, o éste nos aplastará sin contemplaciones de ningún género. Proa al desenlace de esta alternativa van los acontecimientos. Las intenciones del enemigo, ratificadas a diario por agresiones, desplantes y amenazas, no ofrecen duda. Como tampoco el coqueteo y aun la amorosa colaboración que les dispensan los últimos mohicanos gubernamentales de una democracia en disolución.

 

La represión con que se está diezmando a la CNT es un anticipo vergonzante y vergonzoso hecho al fascismo específico y una muestra elocuente de cómo los “términos medios” y las ponderaciones teóricas de la democracia burguesa se convierten fácilmente en extremos. A la hora de la lucha, los “demócratas” olvidan su filiación política y forman con arreglo a su filiación de clase. Aprendan con este ejemplo los camaradas que, por puritanos deleznables, se encastillan en la teoría de “nosaltres sols”.

 

Para vencer al enemigo que se está acumulando frente al proletariado es indispensable el bloque granítico de las fuerzas obreras. La fracción que vuelva las espaldas a esta necesidad, se quedará sola y contraerá una grave responsbilidad ante sí misma y ante la Historia. Porque mil veces preferible a la derrota que el aislamiento nos depararía inevitablemente, es una victoria proletaria parcial, que, sin ser patrimonio exclusivo de ninguna de las tendencias, realice de momento las aspiraciones mínimas coincidentes de todos los elementos pactantes, aspiraciones mínimas que comienzan en la destrucción del capitalismo y la socialización de los medios de producción.

 

Situarse frente a la unidad es situarse frente a la revolución.

 

El peligro común, certeramente percibido por las masas obreras, ha hecho surgir en ellas una fuerte tendencia a la unidad de acción. Esta repentización táctica, impuesta desde abajo y contraria a incompatibilidades clásicas que se alzaron como murallas hasta hace poco tiempo, ha desconcertado a algunos militantes de la CNT, los cuales ven con recelo la espontaneidad con que se está produciendo el acercamiento de sectores obreros que en otras circunstancias se combatieron duramente. Y no han faltado compañeros de significación en los medios confederales que con la mejor buena fe, sin duda, se han declarado adversarios de esa inteligenciación obrera, e incluso han hecho patéticos llamamientos en defensa de los principios anarquistas, que ellos, erróneamente, creen amenazados.

 

Estos camaradas parecen no haberse dado cuenta del profundo cambio que el panorama social de España ha experimentado en los dos meses últimos, cambio que puede resumirse en tres hechos: primero, la invalidación total de la democracia y sus expedientes políticos; segundo, la radicalización reaccionaria de la burguesía española, hoy en marcha ostensible hacia el fascismo, y tercero, el desplazamiento teórico y práctico de la socialdemocracia, que, abandonando su funesta política colaboracionista, se ha reintegrado a sus posiciones de clase.

 

Estos tres hechos, claramente visibles, han despejado el campo de la lucha de clases, creando una situación nueva y de peculiares exigencias tácticas.

 

La concentración de la burguesía en las trincheras derechistas significa el fin de las tolerancias liberales, el anuncio de una batalla a sangre y fuego, encaminada a extirpar toda resistencia obrera y un poder indiviso.

 

Los socialistas no tienen más remedio que bailar al son que tocan en la acera de enfrente. Una música desagradable y agorera que recuerda “ergástulos” italianos y “Konzentrationslager” teutones... Por eso han hecho un viraje brusco, que después de larga separación, les ha vuelto a colocar cerca de las organizaciones obreras que nunca abandonaron las avanzadas revolucionarias. Al restablecerse este contacto, ha sido posible hablar de coincidencias y necesidades tácticas. Es decir, que el frente, bloque, la alianza se va a efectuar en el terreno revolucionario que ocupará siempre la CNT, terreno al cual se acercan ahora los socialistas, tras el fracaso resonante de sus experiencias con la democracia burguesa.

 

Sé que no han de faltar camaradas que hagan objeciones como esta: “¿Pero sois tan ingenuos que creéis que las violencias de lenguaje de los socialistas se van a traducir en auténtica combatividad revolucionaria?” A lo cual contestamos nosotros que, tal como van las cosas y quemadas o, por lo menos, gravemente averiadas las naves de la colaboración democrática, los socialistas sólo podrán elegir entre dejarse aniquilar con mansedumbre, como en Alemania, o salvarse combatiendo junto a los demás sectores proletarios.

 

Y otros dirán: “¿Cómo podemos olvidar las responsabilidades socialistas en las leyes y medidas represivas dictadas y aplicadas en el período triste y trágico del socialazañismo?” Ante esa pregunta, cargada de amarga justicia, sólo cabe replicar que el único oportunismo admisible es el que sirve a la causa de la revolución.

 

La conjunción del proletariado español es un imperativo insoslayable, si se quiere derrotar a la reacción.

 

Situarse de buena o mala fe frente a la alianza revolucionaria obrera es situarse frente a la revolución.

 

¡Negocios de partido, no!

 

Hemos dicho anteriormente que una condición primordial para que la alianza sea eficaz es la honradez de procedimientos e intenciones por parte de los sectores pactantes. Este “juego limpio”, que debiera ser característica natural y sobrentendida de cuantos deseen la unidad y quieran facilitar su formación, no parece tan fácil de conseguir, si se tiene en cuenta el proceder lamentablemente ventajista de determinados elementos y publicaciones.

 

Nos referimos concretamente a los comunistas. Estos no se han decidido aún a abandonar, ni siquiera en bien de la unidad obrera, su vieja táctica partidista, pródiga en hipérboles, desfiguraciones e insultos contra otras zonas proletarias, incluso contra aquellas que les superan probadamente en espíritu y valor revolucionario. Si teóricamente son partidarios del “frente único”, en la práctica resultan, queriendo o sin querer, el disolvente más seguro de esa idea.

 

Ahora mismo, cuando la cordialidad es ya moneda corriente en las relaciones de lo que ellos llaman la “base”, los jefes y publicaciones comunistas se ensañan con la perseguida CNT, y, aprovechándose sin escrúpulo de una situación excepcional, hacen “frente único” a su manera, tratando de poner en pie una tercera central sindical... (En lo cual les ayuda piadosamente el “órgano del frente único”). Y califican de “putsch” uno de los más formidables movimientos de masas que ha registrado la historia social de España. Ese movimiento ha tenido defectos indudables y quizá graves; pero no merece el fácil calificativo de “putsch” ni las insinuaciones equívocas que sobre él lanzó el último editorial de “Mundo Obrero”. Por cierto, que dicho editorial tuvo la virtud de indignar hasta al actual director de esa “Lucha” que, contra lo que esperábamos, está resultando la más refinada expresión del ventajismo “alineado”.

 

Aún falta lo más gordo. Y es que, a pesar de las fulminaciones lanzadas contra el “putsch”, las publicaciones comunistas internacionales han apuntado en el haber del partido comunista español lo “poco bueno que esa tentativa revolucionaria haya podido tener”. Los que suministran esas informaciones son españoles y comunistas.

 

En el número correspondiente al 21 de diciembre de 1933 de la “Rundachau”, edición alemana de “La Correspondencia Internacional”, una tal Melchor Rodríguez –que, naturalmente, no es nuestro Melchor- afirma “ que las organizaciones del Partido Comunista español trataron de ponerse al frente del movimiento de masas (de diciembre), consiguiéndolo en varios puntos...” Y en la misma publicación, número 28 de diciembre, Vicente Uribe se atreve a decir que “el Partido Comunista intervino inmediatamente en la lucha” para enmendar la plana a los “putschistas anarquistas”.

 

Todo el mundo sabe que la inhibición del Partido Comunista en el movimiento de diciembre fue absoluta y que, por consiguiente, son totalmente inexactas las informaciones enviadas al extranjero por conocidos jefes comunistas.

 

Sentimos tener que descubrir estas miserias, pero lo hacemos para demostrar a los camaradas comunistas lo contraproducente de esos métodos.

 

Hay que reemplazar estas cosas por las prácticas, estrictamente aplicadas, del “juego limpio” a que aludíamos más arriba. La unidad exige una base de sinceridad incompatible con ese flexible y turbio concepto de la verdad. Conviene no olvidar que de la seriedad de esta unión dependen la seriedad de las conquistas y la posibilidad de que una revolución hecha por un bloque proletario en España sea apoyada por bloques análogos allende las fronteras.

 

La actitud de los comunistas hasta ahora responde a la divisa: “Medre mi acta, aunque se hunda la revolución”. Y esto es dañino y nada moral. Al proceder así no tienen presente que el volumen de sus gritos no guarda relación con la modestia de sus efectivos, y que la unidad proletaria es hacedera en un 99 por 100 con que sólo la quieran la CNT y la UGT.

 

Aún tienen tiempo de rectificar esos procedimientos, y ojalá lo hagan, acompañándolos también en ello el órgano del “frente único”, que enseña a diario la oreja de la parcialidad. Si rectifican, iremos juntos. Si no, se quedarán solos en su tienda. Porque la democracia obrera, las masas auténticas de la CNT, no tolerarán bajo ningún pretexto negocios sucios de partido, cualquiera que sea el partido que los intente. Con que manos limpias, intenciones rectas y menos aspavientos confusionistas. Sólo así podremos ser amigos.

 

También los socialistas...

 

Lo que hemos dicho llanamente para los comunistas pueden aplicárselo también, en buena parte, los socialistas. Repetimos que el restablecimiento de la cordialidad, la franqueza y el respeto mutuo entre los distintos sectores del campo proletario es el primer paso práctico hacia la alianza revolucionaria. Y este paso sólo puede darse prescindiendo todos de las belicosidades de bandería, sin ahogar, claro está, la expresión de la crítica objetiva.

 

Ya va siendo hora de que los socialistas que los sean de verdad retiren de la circulación ese tópico folletinesco de insidioso de las supuestas relaciones entre el anarcosindicalismo y la reacción. Se comprende que lo utilizaran en los tiempos, por fortuna ya pasados, en que ellos mismos eran administradores gubernamentales de los intereses de la burguesía española y contribuían a apuntalar las instituciones tradicionales haciendo leyes represivas –como la de los tribunales de urgencia, de tan sangrante actualidad- y votando copiosas consignaciones para los cuerpos de orden público. Pero repetir ahora esa especie absurda, como lo han hecho días atrás en las Cortes por el prurito de aparecer como partido ponderado ante una mayoría filofascista, es querer sembrar de ... el camino de la entente proletaria.

 

No vale alternar veleidosamente con la revolución y la legalidad burguesa ni injuriar a una importantísima organización obrera por el placer narcisista de impresionar favorablemente a un Parlamento antiproletario. Si Largo Caballero quiere hacernos creer en la sinceridad de sus manifestaciones revolucionarias, a lo cual estamos bien dispuestos, es preciso que imponga una consecuencia decidida con ellas a los diputados socialistas. Conocemos muy bien los manejos de los Trifones, Besteiros y Saborits contra la unión obrera y la revolución. Lo que no comprendemos es por qué la mayoría del partido, adherida al criterio de Largo Caballero, no corta estos manejos aplicando el principio de rígida disciplina que se ha hecho valer en otros casos. ¿O es que se prefiere mantener dos alas tácticas antagónicas, la revolucionaria y la posibilista, con el fin de adaptarse a “lo que salga”, sea revolución social o restauración de la “democracia” socialazañista?

 

Los líderes de la UGT quieren a todo trance conformarse con el statu quo y sus derivaciones o, a lo sumo, hacer unas miajas de revolución blanca... Las elecciones municipales de Cataluña les han parecido injertos Voronoff para la agonizante democracia burguesa.

 

Es posible que la histórica enferma se reanime un poco antes de exhalar el postrer suspiro. Pero la clase obrera no puede ni debe gastar tiempo a su cabecera. Los “cien días de Napoleón” de la democracia podrían ser más fatales que los dos años de colaboración para el proletariado español si éste concediera nuevos créditos de confianza a sistemas trasnochados. Hay que enterrar a los muertos y plantar las posiciones tan adelante como sea posible.

 

Confiamos en que los obreros de la UGT sabrán “desalojar” oportunamente a los mandarines de su Ejecutiva.

 

Y la unidad revolucionaria se hará, no para encumbrar caciques ni hacer ministros pequeñoburgueses, sino para acabar con el tinglado capitalista y empezar la gran construcción de un mundo nuevo y libre.