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Crítica republicana a la II República
GIJÓN CONTRA LA TORTURA: EL CASO DEL CAPITÁN DE LA GUARDIA CIVIL LISARDO DOVAL Y BRAVO.

 

Tras la proclamación de la República en España el catorce de Abril de 1931, la depuración de responsabilidades de determinados miembros del régimen anterior por su actuación durante la dictadura primorriverista se convirtió en un clamor popular a escala nacional. La recién elegida corporación gijonesa estuvo en la vanguardia de esta reivindicación y el capitán de la Guardia Civil Lisardo Doval, comandante del puesto de Los Campos, de Gijón, fue el primero en merecer su atención.

Por entonces, primavera de 1931, Doval llevaba casi quince años destinado en Asturias. El general Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, le había ordenado presentarse en Madrid una vez pasadas las elecciones de Abril, motivo por el que permaneció en la capital, en comisión de servicio, hasta el día veinticuatro, en que regresó a Gijón. Fue al reincorporarse a su destino cuando Doval se enteró de lo que el Ayuntamiento preparaba contra él y, para defenderse, escribió una larga carta autoexonerándose de cualquier culpa. Sería esta carta, publicada en los diarios "El Comercio" y "La Prensa" la que daría lugar a una serie de réplicas inculpatorias que en los días siguientes aparecieron en las páginas del periódico melquiadista "El Noroeste".

Parece claro que la campaña contra Doval estaba capitaneada por la CNT y el movimiento republicano gijonés. La Corporación municipal aprobó la creación de una comisión municipal de responsabilidades, integrada por los concejales Dionisio Morán Cifuentes y Joaquín Suárez, además de otra comisión encargada de depurar las responsabilidades en que pudieran haber incurrido los empleados municipales.

Tras la publicación de las cartas inculpatorias que se reproducen más abajo, el ocho de Mayo de 1931 se convocaba a los trabajadores a una reunión en la Casa del Pueblo de Gijón (CNT) para tratar "la cuestión relacionada con las responsabilidades en que pudieran haber incurrido ciertas autoridades y sus subordinados durante los pasados años". En un salón abarrotado de trabajadores y bajo la presidencia de Segundo Blanco, se explicó el acuerdo adoptado en el reciente congreso de la CNT para que en toda España se abriesen informaciones públicas para recoger las denuncias concretas de los ciudadanos que hubieran sufrido malos tratos y cualquier clase de abuso. En esa reunión se aprobó la propuesta de constituir una comisión integrada por seis obreros que funcionaría diariamente en la Casa del Pueblo durante varias horas para recoger todas las denuncias que se le presentasen. Estas denuncias debían de ser lo más concretas posibles e ir firmadas, sin que fuera obstáculo el estar afiliado o no.

El abogado asesor propuesto, y aprobado por la asamblea, fue Mariano Merediz, "constante defensor de los proletarios perseguidos". Mientras que a nivel nacional, los abogados encargados de dar forma jurídica a las acusaciones y elevar éstas al Gobierno provisional exigiendo el castigo de los culpables serían Eduardo Barriobero y Jiménez de Azúa.

Respecto del capitán Lisardo Doval, nada se sabe de su posible depuración o no, y sí de su paso por la Escuela de Guardias Jóvenes de Valdemoro y de que en 1934 fue nombrado delegado de Orden Público para Asturias y León, encargándose de la represión que siguió a la derrota de la Comuna Asturiana de Octubre.

Comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval y Bravo. (Archivo Ayalga)

De Asturias a Africa, y en Abril de 1935 el ya comandante Doval es nombrado jefe de Seguridad en el Protectorado español de Marruecos. Al producirse la sublevación de Julio de 1936, Alfonso Camín le señala como uno de los que encabeza las fuerzas que parten de Avila y son severamente derrotadas por las milicias madrileñas en Peguerinos. Gómez Fouz sitúa su fallecimiento en el Hospital Militar Gómez Ulla de Madrid en 1975. Contaba Lisardo Doval ochenta y siete años y llevaba más de veinte retirado, habiendo alcanzado la graduación de coronel. Lisardo Doval había nacido en un pueblecito de La Coruña en 1888. Llegó destinado a Asturias en 1917, como jefe de línea en Gijón, y también estuvo destinado en Sama de Langreo.


Carta de Segundo Blanco publicada en "El Noroeste".

"Por mi actuación intensa y constante en la lucha social, en un período de más de catorce años, creo estar bien acostumbrado a ver cómo los servidores de la justicia burguesa hacen objeto de los más vituperables vejámenes y atropellos a todos cuantos tienen la desgracia de chocar con quienes hacen uso de la autoridad y de la fuerza que ésta les da, para someter a sus caprichos y bastardos intereses a quienes por alguna razón están en pugna con ellos y, muy especialmente, a los trabajadores que luchan por su emancipación. Muchos centenares de cuartillas había de escribir, si fuera a citar cuantos atropellos he visto cometer, y muchas también para comentar la manera audaz, incalificable, con que después de haberlos cometido se disculpan los victimarios.

Pero pese a mi costumbre, confieso mi asombro al leer ayer el escrito de Doval: No podía pensar que el mismo refinamiento de crueldad que en todo momento usó, valido de la impunidad, para masacrar a los detenidos, habría de usarlo para mentir de manera tan descarada. No podía pensar en que, de manera tan audaz, tan cínica, lanzase públicamente el insulto que su escrito supone a tantas víctimas como en Gijón y en Asturias ha hecho y en las cuales su perversidad retadora de ahora habrá levantado una tempestad de odios.

No le parece a Doval que la actitud del Ayuntamiento refleje el estado general de protesta del pueblo de Gijón por su funesta y criminal actuación, y aún considera que su "modesto nombre" debe ser reivindicado. Quiere ignorar que su nombre adquirió proporciones gigantescas por sus crueldades precisamente, y que durante la etapa dictatorial, especialmente, era el terror de las gentes, sin distinción de sexos ni de edades ni categorías.

Pero no hemos de seguir argumentando de esta manera porque no es materia de una carta y sí habría suficiente material para un libro. Yo acuso a Doval, seguro de que si se somete a la prueba con la misma valentía con que maltrataba a las personas indefensas, el Código de Justicia Criminal, en nombre del cual cometía sus fechorías, lo sepultaría en un presidio para siempre, de los hechos siguientes:

De haber detenido o mandado detener a sus esbirros en 6 de Diciembre de 1926, al abajo firmante y mandándolo atar con unas cadenas que hubieran sujetado suficientemente a un animal a un pesebre. De haberle sacado el mismo día a las doce de la noche, criminalmente amarrado, en un coche lleno de guardia civil, conducido por un embozado hasta los ojos que resultó ser el somatén Rogelio Martínez; de haberlo llevado entre dos coches más -conducido uno por el otro somatén Enrique Cangas- llenos también de guardias civiles, hasta La Felguera. De haberle puesto los cañones de los fusiles al pecho en distintas ocasiones durante el trayecto; de haber permitido que en el cuartel de la Guardia Civil de La Felguera le insultase y tratase de interrogar Enrique Cangas; de haberle pegado un puñetazo el propio Doval estando amarrado por haber negado autoridad a Cangas para interrogar, y responder con energía y dignidad a los insultos; de haber dado orden a un guardia civil para que con la amenaza constante del fusil, no le permitiese sentarse ni arrimarse a ningún sitio, ni siquiera satisfacer la imperiosa necesidad natural de orinar. De haberle tenido en esta situación hasta las seis de la mañana.

De hacer que por la misma crueldad se haya puesto enfermo, cayendo al suelo, Eladio Fanjul, también detenido en aquella localidad. De haber llevado con dos pistolas puestas a la cabeza por la vía del Ferrocarril de Langreo a Francisco Díaz, también detenido allí, hasta casa de Agapito González para sorprenderlo con engaños. De haber tenido en el cuartel de Los Campos después a Agapito González, Eladio Fanjul, Francisco Díaz, Amalio Sarabia, Ceferino Fernández y Segundo Blanco siete días. De haberles hecho las más terribles amenazas, metiéndoles a muchos de ellos en las cuadras entre los caballos; de dar orden a los esbirros para no dejarles sentarse ni pasear, tenerles amarrados día y noche constantemente. De tenerles tres días enteros sin comer para que "cantasen"; de no permitirles lavarse ni clase alguna de aseo; de atormentarles constantemente con las más terribles amenazas y de negar a las familias, por añadidura, que estuviesen en el cuartel.

De que sus esbirros han matado en la estación de Malvedo del Puerto de Pajares a Ramón Hernández Vera, con el pretexto de intento de fuga, cuando por las fotografías pudo comprobarse que murió amarrado y por herida producida de frente. De haber hecho que por los malos tratos enloqueciese Ceferino Fernández, que aún está en el Manicomio de Oviedo, y que su joven compañera se hubiera muerto al conocer tanta desgracia, dejando en desamparo al reciente fruto de sus amores.

Y digo que no hago esto público ahora porque la revolución haya triunfado, sino que lo he dicho a tiempo ante el capitán general de Madrid, señor Ardanaz, durante sus visitas a la cárcel de Madrid, donde estaban las víctimas de Doval, encartadas por su obra y gracia en el proceso llamado del "Puente de Vallecas"; que el expediente hecho por mis actuaciones tuvo efectividad a los 28 meses en que un nuevo juez que no era instrumento de Doval, como lo había sido el otro, le hizo declarar a él a la fuerza, y que de por grado se resistía, y careó conmigo a los esbirros de Doval que habían obedecido sus órdenes. Y digo también que a los 28 meses una comisión de médicos militares pudo comprobar en mis muñecas huellas producidas por las cadenas que tuve puestas durante los siete días.

Y también digo que pudiera relatar tantos crímenes del capitán Doval que haría esto interminable, puesto que hay materia para todo un libro, pero que si bien no lo hago, afirmo categóricamente que con otros más desgraciados que los aquí citados ha hecho cosas aún peores.

Y nada más, Gijón, que sabe mucho de Doval, ahí tiene unos botones más de muestra. Y sepa también, que si molestó a los patronos, como dice en su escrito, no fue para actos de caridad, sino para pagar los servicios de tanto soplón, de tanto confidente, como él ha hecho en Gijón, para cometer toda clase de felonías. Esa es la realidad.

Muchas gracias, señor director, y sabe que de usted atento y s.s.
Segundo Blanco. Gijón, 28-4-31.

Segundo Blanco, dirigente de la C.N.T. asturiana. (Archivo Ayalga)

 

Segundo Blanco. Fue uno de los líderes más importantes de la CNT en Asturias. Nacido en Gijón en 1899, albañil, durante la dictadura de Primo de Rivera fue el encargado de mantener la estructura organizativa de la CNT de Asturias en la clandestinidad. Estuvo en prisión en 1926, en 1931 y en 1934. Al iniciarse la sublevación militar en Julio de 1936, presidió el Comité de Guerra formado en Gijón. Más tarde, se encargo de la Consejería de Industria del Consejo Gobierno de Asturias y León, y pasó a formar parte de la Comisión de Guerra al declararse dicho Consejo "Soberano". Al derrumbarse el frente Norte, consiguió llegar a Francia y pasar a Cataluña. Desempeñó en el Comité Nacional de la CNT el cargo de secretario de Defensa y, en Abril de 1938, pasó a formar parte del gobierno presidido por Negrín como ministro de Instrucción y Sanidad Pública. Al final de la guerra se exilió en la ciudad francesa de Orleans y, más tarde, consiguió pasar a México, donde murió en 1957.

Francisco Díaz. Aparecen dos personas con ese mismo nombre y, a lo peor, no se trata de ninguna de las dos: Francisco Díaz Ardisana, vecino de La Felguera, de 51 años, soltero y ebanista de profesión, que fue condenado en Gijón a 20 años de prisión acusado de pertenecer a FAI, esconder armas de las de la Revolución del 34 y presidir un sindicato. Francisco Díaz Alvarez, natural de Cenero, Gijón, y vecino de Pruvia, en Llanera, de 52 años, casado, labrador e industrial, que fue condenado a pena de muerte en consejo de guerra celebrado en Gijón y fusilado el día 10 de Enero de 1938.

Carta enviada a "El Noroeste" por el abogado gijonés Mariano Merediz.


"Por mi profesión, conozco muchos casos en que el capitán Doval maltrató y ordenó maltratar a varios desgraciados que fueron detenidos por las fuerzas a sus órdenes. Comprendí, con harto sentimiento por mi parte, que aquel capitán se había impuesto a los mismos jueces, los cuales, olvidándose que se trataba de un agente de la policía judicial, parecían subordinados suyos, y llegaban, como en el caso que voy a referir, a pedirle "palabra de honor" de que no maltrataría a los que habían sido puestos en libertad por orden judicial, a los cuales volvía a detener la Guardia Civil y tenían durante varios días en el cuartel de Los Campos. Llegó a tanto la omnipotencia del capitán Doval, que éste se asombró cuando uno de los jueces que hoy actúan en Gijón lo colocó, como vulgarmente se dice, en su sitio, y le advirtió que la policía judicial actuaba única y exclusivamente a las órdenes del juzgado.

Quiero contar la persecución sufrida por Severino Camín. Este hombre, labrador, llevaba en arriendo una casería en la parroquia de Caldones, de la que fue desahuciado, pidiendo ante el Juzgado las mejoras que creía le correspondían, efectuadas en la hacienda por él trabajada. Cuando fue lanzado de las fincas, compró en Gijón el establecimiento de bebidas denominado "La Habana", y en él fue sorprendido un día por la presencia de la guardia civil, que lo llevó ante el capitán Doval, el cual acusándole de haber cortado unos árboles -cosa que por fortuna pudo comprobarse que no era cierta- le pegó él, personalmente, varios puñetazos, dejándole en poder de los guardias, a los cuales ordenó: "Duro, correa en él". Pasó Camín al Juzgado, y el entonces juez de Oriente, don Adolfo García, lo puso en libertad por no existir nada contra él.

A los pocos días, nuevamente fue conducido Severino Camín al cuartel de Los Campos y allí, encerrado en la cuadra de los caballos, de la cual y por indicación de un buen guardia civil escapó, porque lo iban a maltratar. Camín pudo quitar la tranca del portón y salir corriendo a la calle, atravesando los jardinillos de la calle Uría y Carretera de Villaviciosa, que estaban entonces en construcción, arrancando en su precipitada huida los cordeles que servían para el trazado de los mismos. Llegó a la plaza de San Miguel, número 2, donde entonces tenía yo el despacho. La situación de aquel hombre era tal, que me costó gran trabajo convencerle de que nada le pasaría. Su única preocupación era que se le escondiese, cosa que se hizo, trasladándolo a la casa del amigo periodista, señor Prieto, yendo yo a ver al juez, señor Adolfo García, el cual con su bondad y su blandura características prometió hablar con Doval, a fin de que no pegase a Camín. Naturalmente que yo ya conocía cómo era Doval -sabía de muchos y muy vergonzosos casos de maltratos- aconsejé que siguiese Camín escondido, como se realizó hasta cinco días después, en que ante mis argumentos, el juez, desde el hotel Malet, llamó por teléfono a Doval y le dijo que "si le daba palabra de honor de que no maltrataría a Camín que se lo llevaría el alguacil al cuartel", y ante la promesa de Doval, fue al día siguiente Camín y en presencia del alguacil, por desgracia hoy muerto -murió hace unos días- el capitán amenazó al desgraciado Camín, víctima de la iracundia de quien ahora quiere aparecer como pacífico cumplidor de su deber; pero hay que reconocer que en esa ocasión no le pegó.

A los pocos días, fue nuevamente detenido Severino Camín, y llevado a la presencia de Doval, el cual en su despacho, y ante Marcos, administrador de fincas de Caldones, lo abofeteó hasta cubrirle la cara de sangre, obligándole a que limpiase la sangre del suelo, cosa que no podía hacer el desventurado Camín por estar esposado. Entonces, Doval llamó al guardia Constantón, el cual, so pretexto de que las esposas estaban flojas, le llevó en unión de otros cuatro guardias a una cocina desamueblada, donde el dicho Constantón le pegó dos fuertes puñetazos en el pecho -magnífica hazaña pegar a un hombre amarrado- y cuando Severino Camín se tambaleaba, otro guardia, grueso, que Camín ignora cómo se llama pero a quien conoce, le pegó un fuerte patada que le lanzó al suelo, donde el Constantón le pisoteó y poniéndose sobre él le decía: "De aquí a Ceares" (nombre del cementerio), perdiendo entonces Camín el sentido, que recobró porque en su sadismo los verdugos metieron la cabeza de la víctima en el albañal, a fin de que el agua le hiciera recobrar la noción de vida, friccionándolo con alcohol, y cuando ya estuvo algo repuesto, volvieron a abofetearlo hasta el punto que otro guardia, que entonces entró, protestó de aquellos malos tratos, lo que impidió que siguiesen maltratándole.

En el cuartel estuvo Camín, en esta ocasión cuatro días, no permitiéndosele tomar ningún alimento, como no fuese agua, devolviendo a su hija la comida que todos los días le llevaba por la mañana y por la noche. Durante estos cuatro días, estuvo amarrado de pies y manos. Fue puesto en libertad, sin que el juez le tomase declaración.

Todas estas notas fueron tomadas por mí en la época en que los hechos ocurrieron. Ayer estuvo en mi despacho el propio Severino Camín y me suplicó se hicieran públicas, para poner en evidencia a quien afirma por su honor no haber maltratado a nadie.

Tengo el encargo de formular querella contra don Lisardo Doval y si éste no hubiera publicado su carta, nunca hubiese accedido a que se publicasen estas notas de los maltratos de Severino Camín, que es sólo "un botón de muestra". Existe mucho más y aún peores que esta narración que yo hago, de la que respondo, porque vi a la pobre víctima siempre, cuando salía del cuartel, o a los pocos instantes.

En cuanto a que Doval molestó a diversos patronos para colocar obreros, no creo, porque como muy bien dice Segundo Blanco, el número de confidentes y soplones era grande en Gijón, entre los obreros, y en su afán policíaco, llegó a intentar introducir en mi despacho un espía, hijo de quien le servía de confidente y quien él colocó, por cierto tan bien, que después de la Dictadura no fue posible echarlo a pesar de que desde su omnipotencia, como amigo predilecto de Doval, faltó al respeto a sus superiores.

Sin embargo, LA JUSTICIA llega y en esta hora todos, todos, tenemos la obligación de aportar nuestro esfuerzo para conseguir que se depuren estas monstruosidades, que no alarmaban a esas gentes llamadas de orden, de esa Patronal que le regaló un automóvil al capitán Doval."

Firmado.- Mariano Merediz

Mariano Merediz. Destacado dirigente del partido de Melquíades Alvarez y probablemente afiliado a la Masonería. En las elecciones de Febrero de 1936, formó parte de la "Candidatura Contrarrevolucionaria" que agrupaba a las derechas en Asturias. Pese a obtener más votos, no salió diputado por ir en la sexta plaza. Al iniciarse la guerra, fue detenido y, días más tarde, fusilado en la "saca" ilegal de presos que se hizo en la iglesia de San José, habilitada como prisión provisional, el viernes 14 de Agosto de 1936, después de que la aviación nacionalista bombardease la ciudad causando un elevado número de víctimas civiles.

Severino Camín. Natural y vecino de Caldones, Gijón, de 64 años, casado, labrador, fue declarado en rebeldía por el auditor de guerra en Mayo de 1938. Hecho prisionero, fue condenado a 12 años de prisión en un consejo de guerra celebrado en Oviedo en Enero de 1940.

Prieto. Se trata, sin ningún género de dudas, del periodista Eduardo Prieto Menéndez, nacido en Gijón en 1896, casado y con seis hijos. Durante la guerra estuvo como capitán habilitado en un destino de retaguardia, en Infiesto. Renunció a intentar la huida por mar a Francia y permaneció en su domicilio, junto con su familia, a la entrada de los nacionales. Le fue a detener una patrulla de falangistas de la "Bandera de Santander" y fue conducido a la cheka de Falange en la calle Corrida. Fue torturado y asesinado en el típico "paseo" el 28 de Octubre de 1937.

Carta publicada en "El Noroeste" por el abogado gijonés de Dionisio Morán Cifuentes.

"Parador Nacional de Gredos. 1 de Mayo de 1931.

Señor Alcalde Presidente del Ilustre Ayuntamiento de Gijón.
Mi querido amigo y compañero. Leo en la prensa gijonesa una carta que a usted dirige el capitán de la Guardia Civil don Lisardo Doval, en la que tras ensalzar sus propios méritos y hacer un canto a la labor realizada durante la época de su "virreynato" en nuestra villa, se lamenta del poco aprecio que hacemos de su ejemplar conducta y califica de despreciables a las gentes que lo combaten empleando, según él, ruines procedimientos.

Habiendo sido yo el autor responsable y consciente de la proposición que interesaba del Ayuntamiento el inmediato traslado del capitán Doval, es a mí a quien corresponde arrostrar las consecuencias de una inmediata justificación.

De una manera escueta y sin perjuicio de más amplias referencias, quiero dar por medio de esta carta también testimonio de algunas intervenciones en las que el citado capitán, o sus subordinados, rebasaron de una manera patente el límite de actuación que se les atribuye por las Ordenanzas de su Instituto. Y a fin de no incurrir en ligereza, me limitaré al relato de aquellos hechos de los que tuve conocimiento directo en virtud de denuncias de los propios interesados, que buscaban en mí apoyo o consejo profesional.

Sin más motivo que cierta amistad con un individuo inculpado por varios delitos de estafa, fue detenida una joven gijonesa cuyo nombre no hace, naturalmente, en esta ocasión al caso. Toda una noche se la retuvo en el cuartel de Los Campos y las esposas sujetaron sus muñecas ante la posibilidad de una evasión. Como abogado de la citada joven, visité en su cuartel al capitán Doval, al que expuse mi convicción de la inocencia patente de mi defendida. Fui recibido con la más exquisita amabilidad, es justo consignarlo, pero mis argumentos se estrellaron ante la contundente afirmación del señor Doval sosteniendo que él sabía era culpable la detenida. Si la memoria no me traiciona, transcurrieron tres días antes de que se pasase al juez competente el correspondiente atestado. La audiencia absolvió a la inculpada reconociendo su inocencia.

Con motivo de un robo realizado en los alrededores de Gijón, fue detenido un obrero. Una vez en la cárcel, me dirigió una carta, que conservo, en la que habla de martirios sufridos en el cuartel de la Guardia Civil y anuncia el propósito de poner fin a una vida tan poco respetada. En entrevista celebrada en la cárcel con dicho recluso, me confirmó sus manifestaciones y, al poco tiempo, epilogaba tristemente su dolor abriéndose las venas. La muerte daba un tinte de verdad a su denuncia.

En virtud de desavenencias conyugales fue llamado al cuartel de Los Campos un ex empleado público. En acta levantada en mi despacho y autorizada con su firma se hace constar que tras permanecer detenido toda la noche, fue maltratado de obra y libertado a la mañana, no sin antes advertirle que de manifestar a alguien lo ocurrido volvería a ser objeto de igual trato, aunque aplicado en más enérgica dosis.

Un conocido industrial gijonés pasó toda una noche recluido en las oficinas del señor Doval, sin que se le permitiera alimentación ni descanso, no obstante su delicado estado de salud. Las causas que fundamentaron tan radical medida fueron motivos ínfimos de orden familiar en los que la sola intervención de una autoridad, excepto la judicial, y esto previa la correspondiente querella, supone una vejación incalificable y, desde luego, una injustificable extralimitación de funciones.

En juicio de faltas seguido por el Juzgado municipal de Oriente, de Gijón, contra don Lisardo Doval, fue éste condenado al pago de una multa. El secretario judicial correspondiente, en el desempeño de una función sagrada, se personó en el cuartel de Los Campos para notificar al interesado la sentencia. Un asistente del señor Doval desacató la representación de la Justicia negándose a firmar la notificación, insultando al secretario y amenazando agredirle. A los pocos días, escarnio intolerable, se procesaba al aludido funcionario porque según las declaraciones de los guardias a las órdenes del señor Doval, había aquel penetrado en el cuartel, allanándolo y poco menos que sembrando el pánico entre sus ocupantes.

Con motivo de los sucesos de Diciembre, fue llamado a declarar ante el señor juez instructor de la causa un muchacho, casi un niño, el cual fue puesto en libertad por no aparecer contra él cargo alguno. No obstante esto, sin que precediera orden de detención, la Guardia Civil le condujo a su cuartel, en el que permaneció dos días, impidiendo a sus padres no sólo el visitarle, sino hacer llegar al menor algún alimento. Fue necesario el que yo denunciase el hecho al señor juez especial para que éste reclamara por teléfono al señor Doval la inmediata entrega del detenido.

No es preciso seguir. En breve regresaré a Gijón y mostraré a quien deba, al propio señor Doval si así lo quiere, la prueba, algunas veces documental, de estos hechos y otros análogos. Yo no dudo que la conciencia del señor Doval se sienta plena de satisfacción por lo que él estima haber logrado en el cumplimiento de sus funciones, pero la nuestra, al servicio de una profesión que debe atacar todo atropello aunque aparezca encubierto tras el prestigio de la ley, se envanece de no haber callado nunca, aún en aquellos tiempos, no tan distantes para olvidados, en que la fuerza imperaba sobre el derecho y el temor amordazaba justas indignaciones.

Firmado.- D. Morán Cifuentes.

Dionisio Morán Cifuentes. Nació en Gijón el día 4 de Octubre de 1900. Casi adolescente, partió para Estados Unidos, donde permaneció una corta temporada realizando estudios comerciales y aprendiendo el idioma. Estuvo en Cuba, donde pretendió iniciarse en la actividad comercial, pero regresó a Gijón al poco tiempo. Estudió Derecho en Oviedo y se doctoró en 1925 en Madrid. De nuevo en Gijón, se dedicó a su profesión, participando también en la política dentro de las filas melquiadistas. Se casó en 1933 y pasó a militar en las filas de Izquierda Republicana, siendo su presidente en Gijón, pero como consecuencia de la Revolución de Octubre de 1934 abandonó toda actividad política.

Durante la guerra, defendió con éxito ante el Tribunal Popular a numerosos acusados derechistas, mereciendo en la prensa el público reconocimiento y recibiendo el apelativo de "abogado de la República". Las autoridades republicanas le ofrecieron varios cargos, entre ellos el de comandante auditor y fiscal general, pero no los aceptó. Pese a todo ello, fue sometido, junto con el también abogado defensor ante los tribunales populares, Saturnino Escobedo, a consejo de guerra. Se celebró este consejo de guerra en Gijón el día 28 de Marzo de 1938 y aunque, finalmente, fueron absueltos, se nota que no lo fueron de muy buena gana, pues el auditor, a la hora de aprobar la sentencia lo hace con una serie de consideraciones que viene a suponer para los dos encartados la inhabilitación para toda función pública, la posible incautación de bienes y su pase a disposición del "Excmo. Sr. General Gobernador Militar de Asturias en concepto de detenidos". Dionisio Morán Cifuentes murió en Barcelona en 1955.


Carta del obrero Enrique Martínez Rivas publicada en "El Noroeste".


Señor director de El Noroeste.
Muy señor mío. Ruégole dé cabida en el periódico de su digna dirección a las cuartillas que adjunto le remito, para que Gijón vea que existe otra víctima más del capitán Doval y de los esbirros a sus órdenes.
Confiando en su caballerosidad, tratándose de hacer justicia, me reitero de usted seguro servidor q. e. s. m.
Enrique Martínez Rivas, obrero de la plantilla de la Patronal de El Musel.- Gijón, 1 de Mayo de 1931.


El 18 de Mayo de 1928 se me acercaron dos hombres en la calle Corrida, y con frases despóticas me hicieron seguirles. Me condujeron al cuartel de la Guardia Civil. En presencia del capitán Doval, me pregunta éste:
-¿Dónde vio usted a uno que se llama Hermógenes?
-No sé nada de Hermógenes, hace tres años que no sé nada de él.
-¿Con que no sabe, eh? Pues para que vaya haciendo memoria, ¡toma!
Y me dio tres puñetazos en el vientre. Después me llevaron a una habitación donde me tuvieron 32 horas sin comer ni beber. A las diez de la noche vino el teniente Pablo y me acometió a patadas y puñetazos. Además, me esposó y me apretó cruelmente las esposas hasta hundírmelas en las muñecas. No se fue sin ordenar a un guardia que me vigilase toda la noche, que me tuviese siempre de pie y sin moverme, con el rostro pegado a la pared y un papel de fumar en las ventanas de las narices. El guardia, hombre compasivo, me permitió sentarme cuando advirtió que me iba a caer desmayado. Al día siguiente me pusieron en libertad, y como estaría de desfigurado por los golpes, que al llegar a mi casa, mi compañera no me conoció. Entonces me enteré de que aquella maldita noche habían estado dos guardias civiles en mi casa, en la que habían entrado haciendo ceder la puerta a patadas, con el natural susto de mi compañera, que estaba sola.

El guardia llamado Constantón registró como le dio la gana y se llevó algunos instrumentos de trabajo que aún no me han devuelto, aunque sí dijeron "que fuese a por ellos". Quise dar conocimiento al gobernador civil de lo que me habían hecho, y cuando me disponía a tomar el tren para Oviedo, me detienen en la estación y me vuelven a llevar al cuartel.

Otra vez me acometieron a puñetazos en el vientre y otra vez me tuvieron otras 29 horas sin comer. ¡Y no estaba acusado de ningún delito y se me atropellaba, vejaba y maltrataba de manera tan cruel porque no sabía decir dónde estaba un hombre del que hacía tres años que no tenía referencias!

¡Viva la República que nos ha venido a redimir de estas tiranías!
Pero la República debe hacer justicia.

Carta firmada por Manuel Pérez-Conde Malet y Tomás Guerra Valdés publicada en "El Noroeste".

Señor Alcalde-Presidente del Ilustre Ayuntamiento de Gijón.

Distinguido señor nuestro: No hemos tenido antes de hoy conocimiento del texto íntegro de la carta que al abandonar esa ciudad por su traslado al pueblo de Valdemoro, de esta provincia, como instructor en el Colegio de Guardias Jóvenes, dirigió a usted el que, hasta hace días, fue capitán de la Guardia Civil de esa demarcación, don Lisardo Doval y Bravo.

Nada más natural que sus protestas de magnanimidad, ecuanimidad y de amor al prójimo, aunque de notoria candidez, por ser precisamente al genuino representante del pueblo de Gijón a quien dirigida iba la carta que, redactada, por lo demás, en términos de relativa mesura, aunque sofística desde el principio hasta el fin, no hubiera provocado de esta manera réplica de no dejar flotar cierta reticencia para los autores de las denuncias contra su actuación, entre los que tenemos el honor de encontrarnos en lugar preeminente. Fueron dos estas denuncias: una ante los tribunales de justicia, que ganada por nosotros la competencia de jurisdicción, fue resuelta por la ordinaria de Gijón condenando al capitán Doval y Bravo a multa y costas judiciales; la otra, la presentada ante el jefe de Gobierno de aquel entonces, en la que se refieren hechos concretos que afectan a personas de reconocida solvencia y mediante los testimonios de las mismas; testimonios que obran en nuestro poder.

Encamina el señor Doval su vasto escrito a la justificación de su gestión "meritísima", lamentándose de no haber sido mejor comprendido, para haber sido quizá estimado. Pero es tan pequeña la fortuna que en la ocasión presente le acompaña, que seguros estamos de que sus argumentos han de ballestear contra el propio lanzador. Echando una mirada al pasado, declara que fue a Gijón animado de entusiasmo y buena fe a laborar intensamente por el bien público, manteniendo la autoridad como principio y cumplimiento de la Ley.

¿Por la autoridad como principio y por el cumplimiento de la Ley?... El señor Doval y Bravo confunde lastimosamente el orden con la tiranía organizada, la autoridad con el exceso, la ley con la arbitrariedad.

Nuestra concepción de la Ley es muy otra, sin duda alguna. No estimamos como actos ajustados a la Ley el que un capitán de la Guardia Civil intervenga en asuntos íntimos de familias; en desavenencias conyugales; en cuestiones mercantiles; practique caprichosos registros domiciliarios y arbitrarias detenciones; formule interrogatorios y en la lobreguez de una mazmorra obtenga "espontáneamente", "libérrimamente", las declaraciones que su imaginación forjara; maltrate de palabra y de obra a los ciudadanos; levante atestados a mamporros y vergajazos, y desobedezca órdenes de los jueces, sus superiores, ya que legalmente son considerados como oficiales del poder judicial.

Un general famoso, ex director de Seguridad, "no entiende de leyes"; el señor Doval acaso entienda; pero lo que es comprenderlas, no las comprende. ¿Está claro?

Agrega el señor Doval que si en los años que lleva prestando servicio en Asturias hubiera empleado tales procedimientos de violencia, hubieran merecido severa sanción sus desafueros. El razonamiento es pueril en extremo. No sabemos ciertamente si el señor Doval fue reprendido o no; pero lo que sí sabemos (quizá su modestia haya omitido tal detalle) es que ha sido agraciado con determinada Cruz en épocas de Primo de Rivera-Martínez Anido, y hasta creemos recordar que como premio por el "descubrimiento" de cierto novelable complot llamado de "Vallecas", a cuyo consejo de guerra, de indeleble recuerdo, tuvimos ocasión de asistir.

Perseguidos, maltratados y hasta fusilados algunos en la ominosa etapa de las dictaduras, lo fueron militares insignes como Weyler, Aguilera, Cabanellas, Queipo de Llano, López Ochoa, García (don Segundo), Cueto, Franco, Galán y García Hernández; ilustres figuras de la Magistratura con don Buenaventura Muñoz, don José Prendes Pando y otros; hombres eminentes como Sánchez Guerra, Ossorio, Alba, Barriobero, Alcalá Zamora, Galarza, Maura, De los Ríos, Azaña, Albornoz, Prieto (don Indalecio, declarado "gente ¡¡maleante!!" por la policía de Bilbao), etc., etc.; sabios catedráticos como Unamuno, Ortega y Gasset, Sánchez Román, Jiménez de Asúa y muchos más que sería prolijo enumerar.

¿Quiénes fueron, por el contrario, los halagados y los recompensados? Pues individuos a lo Calvo Sotelo, Ponte, Callejo, Bermejillo, y, siguen las firmas, que piden también "una voce dicentes" se les juzgue para que resplandezcan sus varias virtudes, pero que, algunos de ellos -por si acaso- trotan veloces rostro al extranjero; militares tipo Marzo y Mola, y otros de tanta y distinta jerarquía; jueces prevaricadores, premiados por sus "servicios" con gobiernos civiles... ¡Para qué seguir!

¿Puede, pues, considerarse como argumento en pro el hecho de no haber sido castigado y -no pretendemos restar merecimientos- el de haber sido, incluso, recompensado? Evidentemente, no; consideramos, por el contrario, la circunstancia como hija legítima de un sometimiento y de un acoplamiento al abominable régimen dictatorial.

El procesamiento no implica sanción, como parece entender el señor Doval. El procesamiento nada prejuzga y es lo menos que puede pedirse para el funcionario público acusado de extralimitaciones por toda una gran masa de opinión.

Y puesto que el propio señor Doval solicita se abra una amplia información, creemos que ese ilustre Ayuntamiento de su acertada presidencia, deferente para con el peticionario, debe solicitar de la superioridad, hasta conseguirlo, la autorización para la práctica de la pública información, manifestando, a la vez, de manera expresa y difusa a todos los ciudadanos del concejo -de cuyo civismo tantas pruebas han dado-, que la deposición de los hechos será asistida de la más invulnerable garantía.

Niega el señor Doval hayan tenido carácter de expediente dos informaciones cuyas diligencias -dice- "fueron archivadas (ya se desarchivarán) al comprobarse la tendenciosa falsedad de los escritos", y hasta insinúa (ello motiva esta carta) la conveniencia de no resucitarlo de nuevo "por bien -agrega- de los mismos denunciantes".

No pretendemos entrar en disquisiciones en cuanto al extremo de mera nomenclatura, que nada modifica el fondo de la cuestión; no así en lo referente a las "razones" por las cuales pretende demostrar fueron archivadas las denuncias mencionadas. Llega el señor Doval a esa conclusión por métodos inductivos, y no tendrán menor base quienes admitan, en ese archivo de documentos, otra recompensa, muy en consonancia con los procedimientos del régimen caído, vista la importancia y gravedad de las acusaciones.

Concedemos al señor Doval los elogios que de sus "elevadísimos sentimientos" puedan hacer determinadas clases patronales, ya que no ignoramos las gestiones que, tanto de carácter personal como epistolares, se llevaron a cabo por los pasados meses de Diciembre y Enero, vedándonos un elemental deber de discreción, el reproducir párrafos de determinadas cartas enviadas al general Sanjurjo. Pero no es, en verdad, la clase patronal -con ser muy respetable- quien haya de informar sobre las denuncias por atropellos a la clase obrera, sino ésta, no menos respetable que aquélla.

Por lo demás, nos resta lamentar no hayan sido cumplidos los vaticinios que el señor Doval anunciaba en una auto-interviú publicada y comentada por un diario de esa localidad a fines del pasado verano.

Rogando a usted sepa perdonar la molestia que ésta pueda originarle, y suplicándole encarecidamente ordene la lectura de la misma en la primera sesión de esa Corporación municipal de su digna presidencia, significándole nuestro agradecimiento, reiterándonos suyos afectísimos ss. ss. q. e. s. m.

Firmado.- Manuel Pérez-Conde Malet, Tomás Guerra Valdés.
Madrid, 30 de Abril de 1931.

Manuel Pérez-Conde Malet

Tomás Guerra Valdés

Carta de Jerónimo Riera, obrero de La Felguera, publicada en "El Noroeste".

Aunque la carta del compañero Segundo Blanco dice lo suficiente para apreciar el trato que el capitán Doval daba a los presos que tenían la desgracia de caer en sus manos, un deber de conciencia nos obliga a exponer lo sucedido a los que nombraremos en este escrito.

Como el citado capitán sorprendió a todo el mundo con una carta suya publicada en los periódicos y en la que quiere aparecer como persona de sentimientos nobles, callar nosotros sería dar la razón a quien hizo del sufrimiento de los demás una norma.

Hemos de hacer constar que a nosotros no se nos presentó el capitán Doval en los hechos que relataremos, sino el teniente Rubio, que operaba a sus órdenes.

En Mayo de 1928 fuimos detenidos a altas horas de la noche los compañeros José Antuña, José Pueyo, Pedro Martín, Francisco Díaz y yo. No comprendimos, por el momento, el objeto de estas detenciones. Por esa fecha no había conflictos que justificasen una represión gubernativa. Esposados fuertemente, fuimos sacados del cuartel de la Guardia Civil de La Felguera y trasladados a Gijón en automóvil. Nos bajaron en el cuartel de Los Campos; se nos metió en una habitación y se nos colocó mirando para la pared, sin poder hablar ni mirar para atrás; y en esta posición se nos tuvo hasta el siguiente día, que se nos despachó en el tren para Madrid.

En el cuartel de Gijón fue amenazado el compañero Francisco Díaz por el teniente Rubio, por haber contestado aquél a un insulto de éste.

Cuando bajamos del tren en Madrid, se nos metió en una camioneta cerrada sin permitirnos hablar. Como no se nos dejaba mirar hacia fuera, no sabíamos a dónde nos conducían. Más tarde pudimos enterarnos que se nos llevó a un cuartel de la Guardia Civil en la Ciudad Lineal. Aquí, nos metieron en un patio, y como en Gijón, nos colocaron mirando para la pared, con guardias de vista, que tenían orden de no dejarnos sentar ni hablar.

El teniente Rubio ordeno que fuésemos llevados uno a uno a la cuadra de los caballos. Allí pretendieron arrancarnos declaraciones por los procedimientos que les son peculiares. A cada palabra un insulto o una grosería. No pudiendo sacarnos nada, nos dejaron vigilados por los guardias de aquel puesto.

Se dio la orden de que no se nos diese de comer. ¿Qué declaración pretendían arrancarnos? ¿Qué nos hiciésemos responsables de un atentado que se trataba, según ellos, de cometer en la Exposición de Barcelona? Por lo visto, se nos tomaba en rehenes para que no sucediese nada en Barcelona a Primo de Rivera.

A las 36 horas se nos dejó en libertad, recogiéndonos el dinero que llevábamos, no dejándonos sino el importe de los billetes de regreso. Ni siquiera nos dejaron lo necesario para alimentarnos. El teniente Rubio nos apretó en persona las esposas, de tal manera, que si tardan en quitárnoslas dos horas más, el compañero Pedro Martín hubiera salido de allí para el hospital. Los tormentos le hicieron desfallecer.

En los sótanos del mismo cuartel había dos compañeros que fueron peor tratados que nosotros.

Firmado.- Jerónimo Riera.

Jerónimo Riera. Es probable que se trate de Jerónimo Riera Alvarez, natural y vecino de La Felguera, que tenía 42 años cuando fue fusilado en Oviedo el día once de Mayo de 1938. Había intentado huir a Francia por mar pero fue capturado y conducido campo de concentración de Camposancos, donde fue identificado y trasladado a Oviedo para someterlo a un consejo de guerra que le condenó a pena de muerte.

José Antuña. Si se tratase del mismo José Antuña Fernández, natural y vecino de Langreo, casado, chófer de profesión, presidente de la asociación de obreros y empleados del Ayuntamiento de Sama, donde trabajaba. Al ocupar totalmente Asturias las tropas nacionalistas, habría consiguido evacuar a Francia y pasar a Cataluña. Hecho prisionero, en consejo de guerra celebrado en Oviedo el día cinco de Noviembre de 1939 fue condenado a pena de muerte. Tenía cincuenta años y fue fusilado el 16 de Abril de 1940.

José Pueyo. Quizás se trate de José Fueyo Pañeda, natural y vecino de La Felguera, metalúrgico, de cuarenta y seis años, condenado a pena de muerte en consejo de guerra celebrado en Oviedo el dos de Marzo de 1938 y fusilado el día treinta de Mayo del mismo año.

Pedro Martín. Probablemente se trate de Pedro Martín Martín, natural de Mancera de Abajo, Salamanca, y vecino de La Felguera, casado y con dos hijos. Durante la guerra, al frente de grupos de Langreo participó en los ataques a los cuarteles de Gijón y formó parte del Comité de Control de la Duro Felguera. Capturado cuando huía a bordo del vapor "Gaviota" al derrumbarse el Frente Norte, fue internado en el campo de concentración de Camposancos. El día nueve de Junio de 1938 fue sometido a un consejo de guerra que le condenó a pena de muerte y fue fusilado el día dos del mes siguiente. Tenía cuarenta y cinco años.


Carta de Nicolás Fernández Busto, vecino de La Calzada Alta, de Gijón, publicada en "El Noroeste".

Señor director de "El Noroeste".

Muy señor mío: Puesto que el capitán Doval dice en su carta que está dispuesto a ser careado con los que le acusan de maltrato, yo estoy dispuesto a sostener los siguiente:

El 28 de Junio de 1928 me detuvo la Guardia Civil de La Calzada a causa de estar bebido. En este estado dije algo contra el capitán Doval y, entonces, la ronda secreta me llevó detenido a Los Campos. Era un domingo a las cinco de la tarde. Me pusieron las esposas y me las apretaron hasta hacerme reventar las muñecas. Me las tuvieron puestas hasta el miércoles a las nueve de la noche. Durante ese tiempo no me dejaron comer nada, a pesar de que todos los días me mandaban la comida de casa, que desde allí devolvían. ¡Setenta y seis horas sin comer!

Pasado ese tiempo fui llevado a presencia de Doval, quien me preguntó a qué partido político pertenecía. Al socialista, le respondí. -Pues sígame usted -contestó. Y me metió en una habitación donde me entró a puñetazos. Me dio uno en el cuello, otro en la cara, que evité con el brazo; cambió de mano y me dio otro en el lado derecho de la cara y, por último, me tiró al suelo. En el suelo me pegó tres patadas en el vientre y una en el ojo izquierdo. Creí morir y, entonces, le supliqué por mi madre que no me pegase más.

-Póngase de pie -me dijo. Pero como yo estaba sin energías por la debilidad y los golpes, no puede hacerlo. Entonces el me cogió por el pelo y me levantó. Me mandó marchar y me amenazó con darme otra paliza mayor si decía nada de lo que me había hecho.

Yo salí de allí para la Casa de Socorro, donde me curaron el ojo y me desinfectaron las heridas causadas en las muñecas por las esposas. A los seis meses aún me puso una multa de 50 pesetas.

Hasta ahora he callado por temor a que cumpliese sus amenazas, pero ahora que nos ampara la República creo que ha llegado el momento de la justicia.

Firmado.- Nicolás Fernández Busto.
La Calzada Alta, 10 de Mayo de 1931.


Nicolás Fernández Busto, al derrumbarse el Frente Norte fue hecho prisionero y sometido a consejo de guerra, que se celebró en Gijón el diez de Diciembre de 1937. Fue condenado a pena de muerte y ejecutado el día veintinueve del mismo mes y año. Tenía cincuenta y nueve años, estaba casado, era natural de Pola de Allande y vecino de La Calzada Alta. Pertenecía a la CNT.