La misión de la Marina en caso de guerra, no es
tanto el protagonizar grandes y lucidas batallas navales,
sino, más bien, tratar de impedir el tráfico
marítimo del enemigo bloqueando sus puertos y costas,
y amenazando las rutas marítimas en alta mar; al
mismo tiempo que se aseguran las propias.
La
guerra en el mar está íntimamente relacionada
con el comercio, con el tráfico marítimo
internacional y con las normas del derecho internacional
que amparan a éste. Por eso, del mismo modo
que no se puede comprender debidamente el desarrollo y
desenlace de la Guerra Civil sin tener en cuenta el factor
naval, tampoco se puede explicar éste sin referirnos
al comercio por vía marítima y al marco
internacional en que se tuvo que desenvolver.
La
práctica totalidad de las importaciones y exportaciones,
incluido el tráfico de armas, se tuvo que hacer
por vía marítima, toda vez que la frontera
francesa estaba prácticamente cerrada. Este
tráfico estuvo en seguida, no sometido, pero sí
condicionado por una serie de disposiciones y acuerdos
impuestos por los países signatarios de la “No
Intervención”, por el no reconocimiento a
ninguno de los dos contendientes de los derechos de beligerante
y por la presencia frente a las costas españolas
de más de medio centenar de buques de guerra pertenecientes
a las marinas de diversos países europeos y americanos.
La
Armada nacional y la Flota republicana se comportaron
de un modo totalmente opuesto, pero coincidieron en algunos
aspectos, tales como la renuncia a buscar un combate
definitivo o el preocuparse más por mantener a
salvo y no arriesgar los buques propios que por hundir
los del enemigo. Fuera de eso, la forma de actuar de las
dos escuadras fue radicalmente diferente.
La
Marina de los nacionales se encontró desde el primer
día con la cadena de mando rota y con una carencia
angustiosa de buques; sin embargo, aprovechando al
máximo sus posibilidades, improvisando, manteniendo
a sus buques constantemente en la mar, consiguió
ir imponiendo su dominio, primero en el Cantábrico
y en el Estrecho, a continuación también
en el Mediterráneo. Improvisó una flotilla
de bous artillados que sometieron los puertos republicanos
del Norte a un duro bloqueo, mientras que los cruceros
auxiliares llevaron sus acciones contra el tráfico
marítimo hasta lugares muy alejados de las costas
españolas.
La
Flota republicana, después del gran éxito
que significó impedir que la mayoría de
los buques cayesen en manos de los sublevados, y tras
los fallidos intentos del bloqueo del Estrecho y la expedición
al Cantábrico, fue renunciando a toda iniciativa
y prácticamente su actividad quedó limitada
a la presencia disuasoria de algunas unidades en los principales
puertos y a la escolta y protección de los mercantes
en el último tramo de su singladura, sobre todo
en el Mediterráneo occidental. Tras la pérdida
del destructor “Almirante Ferrándiz”
y dos guardacostas en lo que se dio en llamar la batalla
del Cabo Espartel, el temor a perder más buques
llevó a la Flota a una actitud conservadora, de
acuerdo con la teoría de que una Flota en existencia
es siempre una amenaza potencial para el enemigo.
Pero
los factores decisivos, a mi modo de ver, de la supremacía
naval de los nacionales fueron los siguientes:
1º.–
La capacitación técnica, la resolución
y la fidelidad de la oficialidad de la Marina nacional.
2º.–
La ayuda alemana e italiana en todas sus facetas.
3º.–
El valor estratégico de las dos bases principales
en su poder y el acierto de levantar otra en Mallorca.
4º.–
El disponer de dos cruceros modernos, el “Canarias”
y el “Baleares”, idóneos para las misiones
propias de esta guerra y netamente superiores a los buques
republicanos.
En
sentido contrario, los motivos por los que la Flota republicana
perdió el inicial dominio naval, consecuencia de
su supremacía numérica, se debieron a:
1º.–
Las traiciones, sabotajes, deslealtad e incompentecia
de la mayor parte de los ya de por sí escasos oficiales
que permanecieron en las filas gubernamentales.
2º.–
La falta de bases alternativas a la de Cartagena y las
permanentes dificultades en el abastecimiento de municiones
y combustible.
3º.–
La ausencia de un Estado Mayor que elaborase un plan de
prioridades de actuación y canalizase las informaciones
sobre los movimientos del enemigo.
4º.–
Las limitaciones impuestas por la política exterior
de “responsabilidad” adoptada desde el primer
momento y mantenida por todos los gobiernos republicanos.
Quizás
estos datos del contralmirante inglés Peter Gretton
sirvan para poner en evidencia lo hasta aquí dicho:
la Marina de los nacionales capturó 317 mercantes,
99 de los cuales eran de bandera extranjera, y, junto
con la aviación, hundieron más de un centenar.
La Flota republicana capturó un barco y hundió
unos pocos. Por otra parte, González Echegaray
dice que la práctica totalidad de la flota mercante
española quedó en poder del Gobierno, pero
a finales de 1938 sólo disponía de 170.000
Tm., mientras que otras 400.000 Tm. permanecían
internadas en puertos extranjeros.
No
es menos verdad que, pese a todo, el tráfico mercante
con destino a los puertos republicanos no llegó
a interrumpirse ni en los peores momentos de la guerra,
pero careció siempre de la seguridad y regularidad
que exige la más mínima planificación;
condiciones de las que siempre disfrutó el de los
sublevados.
Un
factor que me interesa resaltar es el que se refiere al
comportamiento de los buques de guerra de las marinas
extranjeras presentes en aguas próximas a España.
No hay noticia de que Rusia haya enviado jamás
durante los tres años del conflicto un solo buque
de guerra a aguas próximas a la península
ni de que escoltase a sus mercantes con destino a España;
las autoridades soviéticas llegaron, en este sentido,
hasta el extremo de renunciar a que su Armada se encargase
de la vigilancia que le había sido asignada por
el Comité de la No Intervención en la costa
gallega. Por contra, Alemania e Italia actuaron, también
en el mar, de un modo diametralmente opuesto al resto
de las potencias. Alemania, desde los primerísimos
días, envió a aguas españolas, con
la disculpa de evacuar a sus súbditos, a toda una
escuadra, formada por los mejores barcos de que disponía
en esos momentos: los acorazados “Deutschland”,
“Admiral Scheer” y “Graf Spee”,
y los cruceros “Köln” y “Leipzig”.
Todos estos barcos se dedicaron desde el principio
a dificultar las operaciones de la Flota republicana,
interponiéndose entre ella y sus objetivos, espiando
e informando al mando nacional de sus movimientos y de
los del tráfico mercante con destino a los puertos
republicanos. La Marina alemana se encargaba de dar
protección a los mercantes propios en su ruta hacia
los puertos nacionales, liberando a los buques de
guerra nacionalistas de esa y otras tareas. Aún
más lejos llegó Italia en su actuación
en favor de los sublevados, pues su aviación
y sus famosos y temibles submarinos “legionarios”
no dudaron en atacar a toda clase de buques sospechosos
de dirigirse a la zona gubernamental. Por poner un ejemplo,
y solamente durante la ofensiva del mes de Agosto de
1937, la aviación, los destructores y los submarinos
italianos atacaron en aguas del Mediterráneo occidental
a un total de 28 mercantes, de los cuales siete
eran republicanos, perteneciendo el resto a otros países,
trece de los cuales navegaban bajo pabellón británico.
De esos 28 mercantes atacados, resultaron hundidos cuatro
republicanos, un danés y dos rusos; el resto sufrió
graves desperfectos, con muertos y heridos entre las tripulaciones,
pero pudieron llegar a puerto. La actitud de Francia y,
sobre todo, Inglaterra ante este y otros hechos similares,
queda perfectamente resumida en un chiste del famoso “coronel
Blimp”, recogido por Hugh Thomas, que decía
así: “Bien, señor, creo que ha llegado
el momento de que comuniquemos a Franco que como hunda
otros cien barcos ingleses, nos retiraremos del Mediterráneo.”
Así era la realidad, el gobierno inglés,
con toda su Flota, su prestigio y su historia a cuestas,
aceptaba contrito humillaciones de ese calibre.
La
otra cara de la misma moneda del intervencionismo en favor
de los sublevados la vuelve dar la actitud alemana cuando,
a finales de Diciembre de 1936, uno de los bous artillados
de la recién creada Armada Auxiliar de Euzkadi
capturó al mercante alemán “Palos”
y lo condujo al puerto de Bilbao. Rápidamente,
se presentó frente a Bilbao el crucero alemán
“Königsberg” exigiendo la inmediata liberación
del mercante. Al “Palos” se le dejó
partir a los pocos días, pero su cargamento, considerado
material de guerra, fue confiscado y un tripulante español
que viajaba a bordo, encarcelado. La respuesta de la Marina
alemana no se hizo esperar: el “Graaf Spee”
apresó el uno de Enero del 37, frente a las costas
de Almería, al vapor “Aragón”,
de la Transmediterránea; el “Königsberg”
intentó capturar al vapor de la Duro Felguera “Sotón”,
pero el capitán evitó el apresamiento metiéndose
a tierra y embarrancando en la Punta de San Carlos, en
Santoña, donde el crucero alemán lo cañoneó,
por fortuna, sin lograr ningún blanco; dos días
más tarde, el mismo “Königsberg”
conseguía capturar al “Marta Junquera”,
de la naviera santanderina “Vapores Costeros”;
lo condujo a Ferrol y lo entregó a las autoridades
nacionales, a cuyo servicio quedó a partir de entonces;
no así su tripulación, que permaneció
a bordo del crucero alemán y fue desembarcada en
un bote frente a Lastres días después.
La
Marina alemana, en caso de que no se devolviera el cargamento
y el viajero español, estaba dispuesta a subir
un grado más las represalias y atacar a la Flota
republicana o bombardear algún puerto, tal y como
haría algún tiempo después, cuando
cañoneó el puerto y la ciudad de Almería
en represalia por el ataque aéreo al “Deutschland”.
A partir del incidente del “Palos”, las órdenes
del gobierno republicano a la Flota fueron las de evitar
todo incidente con barcos extranjeros. Ninguno de los
mercantes que traficaban con los puertos de la zona sublevada
volvió a ser capturado. Tampoco tengo noticias
de que las patrullas navales inglesa y francesa del “Control”
situadas de vigilancia frente a los puertos de Pasajes,
La Coruña, Vigo y Cádiz, cursasen ninguna
denuncia que fuera efectiva contra los mercantes italianos
y alemanes que llegaban sin parar atiborrados de hombres
y material bélico.
Otro
aspecto más de la intervención alemana es
el mencionado por Michel Alpert, citando datos de la tesis
de Frank, y que se refiere a la actuación de los
submarinos U-33 y U-34. Estos submarinos realizaron
diversas operaciones de guerra en los primeros días
de Diciembre del 36, logrando en una de ellas hundir al
submarino republicano C-3. Por otra parte, en Mayo
de 1937, un avión alemán alcanzaba con
una bomba de 250 kgs. al acorazado “Jaime I”.
Y todo esto no es nada más que un botón
de muestra de las actividades marítimas y aéreas
de las fuerzas alemanas e italianas y del descaro con
el que actuaban. Para mayor escarnio, esos mismos buques
de guerra eran los encargados de llevar a cabo la vigilancia
de la “No Intervención” frente a las
costas republicanas del Mediterráneo.
En
contraste con esa actitud resuelta y arrogante de los
sublevados y de las potencias fascistas, el gobierno republicano,
agobiado por su complejo de “rojo”, subordinaba
todas sus actuaciones a la necesidad de aparecer ante
el mundo como los gobernantes más respetuosos y
cumplidores de los acuerdos, pactos, convenios y demás
consideraciones de política internacional. Como
dejó bien demostrado Prieto, entonces ministro
de la Defensa Nacional en el gobierno Negrín, los
buques de guerra alemanes podían cañonear
Almería, pero la aviación republicana no
podía bombardear a esos mismo buques, refugiados
en cualquier puerto en poder de los sublevados: no convenía
a la política exterior de moderación, ni
a las relaciones con Francia e Inglaterra, pero, sobre
todo, ¡no convenía a Moscú!
En
el Cantábrico, una vez dominada la base de Ferrol
por los sublevados, con Galicia ya en su poder salvo algunos
focos de resistencia, el crucero “Almirante Cervera”
salió de dique y el día 23 de Julio se hizo
a la mar al mando del capitán de fragata Salvador
Moreno. La primera misión va a ser, precisamente,
acudir a cañonear Gijón en auxilio
de los militares sublevados, sitiados ya en los cuarteles
de Zapadores y Simancas. La eficacia militar de esos cañoneos
no será nunca muy grande, pero la impresión
que causaban en la ciudadanía y en la moral de
los sitiados era muy grande. Tal vez hoy sea pertinente
interrogarse por qué no se mandó ya en ese
momento una flotilla a combatir al que, con el paso del
tiempo, sería conocido con el sobrenombre de “el
chulo del Cantábrico”.
A
los pocos días, se hizo también a la mar,
una vez terminada la reparación de calderas, el
viejo acorazado “España”, al mando
del capitán de fragata Luis de Vierna. Completaba
la Marina sublevada en aguas del Cantábrico el
destructor “Velasco”, que lleva de comandante
al capitán de corbeta Francisco Núñez
Rodríguez. Su dominio en este mar era total
y su actividad intensísima, cañoneando
la costa e iniciando la obstrucción del tráfico
mercante y de las actividades pesqueras.
La
respuesta gubernamental se demoró hasta mediados
de Agosto, y no va a ser una flotilla de destructores
la que se envíe al Cantábrico, sino dos
submarinos: el “C-3”, que manda el alférez
de navío Antonio Arbona Pastor, y el “C-6”,
capitán de corbeta Mariano Romero Carnero. Estos
dos oficiales, como la casi totalidad de los que mandan
submarinos, tienden o están ya en la deslealtad
más absoluta hacia la República. Romero
Carnero, el comandante del “C-6”, pasaría
poco después a la situación de disponible
forzoso por no haber lanzado torpedos contra el “Cervera”
y el “España” cuando se encontró
con dichos buques en aguas del Cantábrico. Romero
Carnero consiguió pasarse a los nacionales y no
le debió de ir del todo mal en la vida, porque,
al parecer, con Franco llegó a almirante. El comandante
del “C-3”, Arbona Pastor, estando en ruta
hacia el Norte, pretextó una avería, siempre
la socorrida disculpa de las averías, y regresó
a Cartagena. Algunos informes relacionaban a Arbona Pastor
con un pasado falangista, así que cuando el “C-3”
se hundió frente a Málaga el 12 de Diciembre
del 36, las hipótesis apuntaron a un posible sabotaje;
pero, como ya dije antes, parece ser que han aparecido
documentos en los que se demuestra que el verdadero causante
del hundimiento del “C-3” había sido
el submarino alemán “U-34”.
Antes,
el 22 de Agosto, volvía a zarpar de Cartagena rumbo
al Norte una flotilla de submarinos. Junto al “C-3”
iban el “C-4”, teniente de navío Jesús
Las Heras, y el “C-5”, capitán de corbeta
Remigio Verdía. El “C-5” disparó
un torpedo al acorazado “España” que
no llegó a hacer explosión por algún
defecto en el material. La escasez y el mal estado, por
la causa que fuera, de los torpedos sería otro
de los motivos de la ineficacia de los submarinos. Remigio
Verdía, el único oficial de submarinos totalmente
entregado a la causa republicana, recibió del Gobierno
republicano el mando de la flotilla del Cantábrico;
meses más tarde se le encargaría la misión
de organizar una base para los submarinos en Málaga,
y ahí encontraría la muerte a consecuencia
de un bombardeo de la aviación. El teniente de
navío Las Heras, comandante del “C-4”
terminaría por desertar un año después,
abandonando su submarino en Francia y participando en
el comando del coronel franquista Troncoso que intentó
de apoderarse del “C-2”, cuando ese submarino
se encontraba reparando en el puerto francés de
Brest.
También
fueron enviados al Norte los submarinos “C-2”,
alférez de navío Ferrando, y el “B-6”,
alférez de navío Scharfhausen; mientras
que el “C-6” regresaba otra vez al Cantábrico
con su nuevo comandante, el electricista-torpedista Ernesto
Conesa. El primero de ellos en causar baja, y para siempre,
sería el “B-6”, hundido, con la colaboración
de su comandante, Scharfhausen, por el remolcador artillado
“Galicia”, que mandaba el alférez de
navío Sánchez Barcáiztegui (Cruz
Laureada de San Fernando y Medalla Militar Individual).
El comandante del “C-2”, Ferrando, desertaría
en Francia y sería otro de los integrantes del
comando del coronel Troncoso que intentaría capturar
ese submarino para los nacionales. Para mandar el “C-6”,
llegaron al Norte en la primavera del 37 dos rusos, Iván
A. Burmistrov, “Luis Martínez”, y Nikolai
P. Eguipko, “Juan Valdés”; Burmistrov
sería nombrado jefe de la flotilla de submarinos
y Eguipko mantendría al “C-6” en activo
hasta el último día de guerra en el Norte,
cuando ese submarino resultó dañado en el
mismo bombardeo en el que fue hundido el “Císcar”
en El Musel. Por orden del ministro de la Defensa Nacional,
Prieto, el “C-6” fue conducido fuera del puerto
y hundido para evitar que cayera en manos del enemigo.
El
19 de Septiembre del 36, zarpaba de Cartagena el grueso
de la Flota con la misión de sumarse a los cinco
submarinos que se mecían en las aguas del Cantábrico.
Formaban la línea de buques el acorazado “Jaime
I”, los cruceros “Libertad” y “Cervantes”,
con los destructores “Almirante Valdés”,
“Almirante Antequera”, “A. Miranda”,
“Alsedo”, “José Luis Díez”,
“Lepanto” y “Lazaga”. El día
24 fondeaban, sin novedad, en aguas de El Musel.
Durante los veinte días que los cinco submarinos,
seis destructores, dos cruceros y un acorazado permanecieron
en el Norte, por la única “hazaña”
que pasarán a la historia será por el asesinato
en el puerto de Bilbao de 38 presos del barco-prisión
“Cabo Quilates”, realizado por “incontrolables”
del “Jaime I”. Resulta difícilmente
comprensible que una escuadra tan poderosa no fuera empleada,
por ejemplo, para cortar el tráfico mercante alemán
con destino a los sublevados o para realizar algún
desembarco en la costa occidental asturiana que desbaratara
el avance de las columnas gallegas hacia Oviedo.
Destructor republicano Almirante
Antequera fondeado en
El Musel. (Colec. Suárez. Arch. Mpal. Gijón)
Dotación de uno de los destructores fondeados
en El Musel. (Colec. Suárez. Arch. Mpal. Gijón)
El
mando naval republicano no solamente carecía de
planes, sino también de información.
Por aquellas fechas estaban en la creencia de que el “Canarias”
había sido tocado por una bomba de aviación
que retrasaría largo tiempo su entrada en servicio,
pero lo cierto era que el “Canarias” se terminó
de poner a punto, precisamente, en esos días, haciéndose
a la mar junto con el “Cervera”. Los marinos
nacionales, disponiendo de la información correcta,
eligieron la táctica adecuada, y aprovechando
la presencia del grueso de la Flota en el Cantábrico,
bajaron al Estrecho. El “Canarias”, capitán
de navío Francisco Bastarreche, estrenó
su artillería hundiendo al destructor “Almirante
Ferrándiz” desde 16.000 metros y con la segunda
andanada; mientras que el “Cervera”, después
de 300 cañonazos, solamente logró dos impactos
en el destructor republicano “Gravina”, que
tuvo que buscar refugio en el puerto de Casablanca. Ese
mismo día, ya dieron escolta a los primeros transportes
de soldados desde Ceuta a la península. Otro aspecto
a señalar es que la aviación y los submarinos
republicanos se abstuvieron de intervenir en apoyo de
los sorprendidos destructores, que carecían de
toda información sobre la presencia en aquellas
aguas de los dos cruceros nacionalistas. Tras este enfrentamiento
naval, conocido a partir de entonces como la batalla del
Cabo Espartel, quedaría roto para siempre el bloqueo
del Estrecho por la Flota republicana. O sea, que mientras
los republicanos pierden la comunicación con el
Norte al caer en manos de los nacionales Irún y
la frontera con Francia, los nacionales consiguen restablecer
y asegurar el vital enlace marítimo entre el norte
de África y la península y dominar el paso
del Estrecho.
Al
regresar la Flota a Cartagena a mediados de Octubre, solamente
quedan en el Norte el destructor “José Luis
Díez”, alférez de navío Carlos
Moya; los submarinos “C-2”, teniente de navío
Eugenio Calderón, y el “C-5”, capitán
de corbeta Lara, y el torpedero “Nº 3”,
que ya estaba en estas aguas antes del golpe militar,
con un mando de la Mercante habilitado como teniente de
navío, José Ruiz de Ahumada. Son las unidades
que componen las incipientes Fuerzas Navales del Cantábrico,
para cuyo mando es designado por el Gobierno el capitán
de Corbeta Federico Monreal. El “Císcar”
no subiría al Cantábrico hasta el 11 de
Abril, al mando del alférez de navío José
Mª García Presno.
Continuando
con el tema de las deserciones, el comandante del “J.
L. Díez”, Carlos Moya, lo haría en
marzo de 1937, en Francia, a donde había conducido
a su destructor; y no desertaría en solitario,
sino en la compañía del capitán maquinista
y jefe de máquinas José Rodríguez,
dos maquinistas más, un capitán médico
y un capitán de la Marina mercante, saboteando,
además, las turbinas del buque.
Al
aprobarse el Estatuto vasco, el gobierno de Aguirre decidió
crear la Armada Auxiliar de Euzkadi, formada por seis
bacaladeros de altura, artillados con cañones del
101,6 procedentes del acorazado “Jaime I”,
más una flotilla de pesqueros encargados de mantener
limpios de minas los accesos a los principales puertos
y vigilar la costa. La Marina a las órdenes del
gobierno vasco iba a protagonizar uno de los hechos más
relevantes del enfrentamiento naval en el Norte, al trabar
combate sus bacaladeros con el “Canarias”.
El “Nabara” y el “Donostia” daban
escolta a un convoy junto con otros dos bacaladeros y
el “José Luis Díez”. Al ser
descubiertos y atacados por el “Canarias”,
se defendieron valerosamente, logrando, incluso, hacer
varios impactos en el modernísimo y potente crucero
nacional. El “Nabara” resultó hundido,
el “Guipuzkoa” tuvo que embarrancar y el “Donostia”
consiguió ponerse a salvo en el puerto francés
de Arcachón. El “José Luis Díez”,
quizás no hubiera podido hacer mucho frente a la
enorme potencia de fuego del “Canarias”, pero
es que ni siquiera apareció en auxilio de los bacaladeros.
Fue entonces cuando Moya, el comandante del “Díez”,
condujo al destructor a un puerto francés con la
disculpa de averías, y aprovechó la ocasión
para consumar la deserción.
Al
iniciar los nacionales, en Abril del 37, la ofensiva en
el Frente Norte, cuentan en el Cantábrico con las
siguientes unidades: el acorazado “España”,
el crucero “Cervera” al mando del capitán
de navío Manuel Moreu, los cruceros auxiliares
“Ciudad de Palma” y “Ciudad de Valencia”,
el destructor “Velasco”, el minador recién
botado “Júpiter”, al que se sumaría
poco después el “Vulcano”, los torpederos
“Nº 2” , “Nº 7” y “Nº
9”, más una flotilla de activísimos
bous artillados en la que se integrarían el “Tito”,
el “Fantástico”, el “Ciriza”,
el “Denis”, el “J. Ignacio”, el
“Tritonia”..., destacando por encima de
todos el “Galerna”, un bou que antes de
ser apresado por los nacionales había pertenecido
a la Armada Auxiliar de Euzkadi. Estaba también
el hidroavión “Virgen de Chamorro”
y la patrulla de “dorniers”, cuya información
se completaba con la que pudiesen aportar los dos submarinos
alemanes y el crucero de la misma nacionalidad que navegaban
por el Cantábrico. Las bases utilizadas eran
las de El Ferrol, Ribadeo y Pasajes.
Según
los historiadores José Cervera Pery, Ricardo Cerezo
y otros, tras la sublevación, se hizo cargo del
mando de la base de Ferrol el vicealmirante Núñez
Quijano, que disconforme con tanto fusilamiento, fue sustituido
por el contralmirante de la reserva Luis Castro Arizcun,
que ostentaría también el mando de la Flota
nacionalista del Cantábrico; el acorazado "España"
salió al mando del capitán de fragata Luis
Vierna, sustituido en Enero del 37 por el capitán
de navío López Cortijo; el primer comandante
del "Cervera" fue el capitán de fragata
Salvador Moreno Fernández, pasando después
el mando de este buque al capitán de navío
Manuel Moreu; el destructor "Velasco" lo mandó
el capitán de corbeta Francisco Núñez
Rodríguez; los cruceros auxiliares "Ciudad
de Palma" y "Ciudad de Valencia", estuvieron
al mando de los capitanes de corbeta Indalecio Núñez
y Jaúregui, respectivamente. La flotilla de bous
del Cantábrico estaba al mando del teniente de
navío Félix Ozámiz López,
comandante del "Tritonia"; el “Galerna”
lo mandó el capitán de corbeta Pablo Suanzes,
al que sustituyó el de igual categoría,
Mendizábal y, posteriormente, el teniente de navío
Daniel Novás; comandante del "Denis"
fue el teniente de navío Manuel Aldereguía;
del "Juan Ignacio", sucesivamente, los tenientes
de navío Antonio Díaz Pache y Manuel Cañal;
del "Alcázar de Toledo", el alférez
de navío Javier Saldaña, y del remolcador
artillado "Galicia" el también alférez
de navío Federico Sánchez Barcáiztegui.
Los
nacionales perderían al acorazado “España”
en aguas santanderinas a finales de Abril.
Generalmente se acepta que el hundimiento del “España”
fue debido a una mina, aunque la prensa republicana
de la época lo atribuyó a las bombas lanzadas
por los aviones leales; no se puede descartar esta hipótesis,
porque esos bombardeos se produjeron y, quizás,
una cosa pudiera estar relacionada con la otra. Un testigo,
Marceliano F., afirma que el “España”
había recibido antes un impacto de los cañones
del cabo San Lorenzo.
Para
enfrentarse a los nacionales en el mar, sobre todo a partir
de la caída de Bilbao y la desaparición
de la Armada vasca, sólo había incompetencia,
inoperancia y traición. El comportamiento
visto hasta ahora de la mayoría de los comandantes
de los buques de guerra republicanos en el Cantábrico,
no podía producir en el ánimo de las tripulaciones,
creo yo, otra cosa que no fuera una mezcla de desmoralización,
abatimiento e indignación. No debe de extrañar,
por tanto, que muchos mandos de las Fuerzas Navales del
Cantábrico se quejasen al gobierno republicano
de la actitud de las dotaciones, a las que, en realidad,
temían. Las autoridades vascas llegaron a mandar
acordonar los barcos de guerra surtos en la ría
bilbaina con fuerzas de la policía a sus órdenes
para desalojar a esas dotaciones, enviarlas a fortificar
al frente y sustituirlas por marinos vascos. Tampoco así
aumentó de forma notoria la operatividad de los
buques de guerra, sencillamente porque la causa del mal
había que buscarla entre los de arriba.
Sea
como fuere, las Fuerzas Navales del Cantábrico
contaban, como se ha visto, con los dos destructores,
el “José Luis Díez” y el “Císcar”,
enviado al Norte por esas fechas de Abril; los submarinos
“C-2”, “C-4” y “C-6”,
el torpedero “Nº 3” y una serie de lanchas
y pesqueros encargadas de la vigilancia costera y, sobre
todo, de mantener limpios de minas los accesos a los puertos,
en cuya misión fueron totalmente eficaces, pues
aparte del acorazado “España”, solamente
un dragaminas vasco resultó hundido por una mina.
Los nacionales, aparte los minados realizados por el “Velasco”
y pesqueros, contaban con dos modernísimos minadores,
primero con el “Júpiter” y, más
tarde, con su gemelo el “Vulcano”. Estaba
también la Armada Auxiliar de Euzkadi, mermada
tras el combate con el “Canarias”, que nada
más que obedecía órdenes del gobierno
vasco, pero que de alguna manera se coordinaría
con el mando naval republicano. A últimos de Diciembre
del 36 había desaparecido frente a las costas de
Bilbao el submarino “C-5”. Su comandante,
capitán de corbeta Lara y Dorda, se había
hecho la promesa de entregarlo a los sublevados o hundirlo,
pero tampoco se puede descartar que la responsabilidad
del hundimiento fuera del crucero alemán “Königsberg”,
como una represalia más por la captura, en esas
mismas fechas, del vapor alemán “Palos.
Cuando
se inicia la ofensiva en el Norte, la Armada de los nacionales
recibió órdenes de reforzar el bloqueo sobre
los puertos del Cantábrico, especialmente sobre
Bilbao. El gobierno de Burgos hizo públicas
una serie de advertencias sobre los riesgos a que se exponían
los mercantes extranjeros que, desafiando ese bloqueo,
pretendiesen entrar en los puertos republicanos, tales
como la existencia de zonas minadas y los bombardeos aéreos.
Además, en aguas jurisdiccionales, los mercantes
deberían de obedecer las órdenes de los
buques de guerra de los nacionales bajo amenaza, en caso
contrario, de ser cañoneados y hundidos.
Esa
actitud no podía ser admitida por el gobierno conservador
inglés, pese a que la mitad del gabinete de míster
Baldwin era proclive a los sublevados. Aceptarla equivalía
a reconocer los derechos de beligerancia, algo que el
gobierno inglés solamente estaba dispuesto a hacer
si Franco procedía a la retirada total de alemanes
e italianos.
El
bloqueo marítimo a Bilbao se convirtió en
un asunto complejo que puso en tensión al Foreing
Office, que motivó la presentación de
una moción de censura en el Parlamento al gobierno
de Baldwin y que estuvo a punto de provocar un enfrentamiento
de imprevisibles consecuencias entre los buques de guerra
ingleses de la Patrulla del Control de la No Intervención
y la Marina de los sublevados.
Las
presiones al gabinete de Baldwin en favor de los republicanos
españoles, y de los vascos en particular,
no procedían solamente de los partidos liberal
y laborista y de la intelectualidad de izquierdas, sino
también de un sector numeroso y decisivo de las
propias filas conservadoras. Esto se explica, en primer
lugar, por los intereses económicos y por la vieja
relación comercial existente entre el País
Vasco y Gran Bretaña, dada la importancia que siempre
tuvo el tráfico mercante de hierro y carbón,
y la necesidad inglesa del mineral vasco. Por otra parte,
la afinidad ideológica del gobierno conservador
inglés con las autoridades vascas del PNV era grande,
y por si todo esto no bastara, estuvo el terrible impacto
que produjeron en la opinión pública inglesa
y mundial los bombardeos de Durango y Guernica.
El
Almirantazgo y el sentir mayoritario entre la oficialidad
de la Royal Navy eran netamente proclives a la Marina
sublevada. Para ellos, la Flota republicana no era
otra cosa que un conjunto de barcos en manos de unos amotinados
que no sabían manejarlos. Influía también
en su forma de ver las cosas una cierta rivalidad o antipatía
hacia los marinos y buques mercantes que amparaba el pabellón
británico y que ellos debían proteger, y
los días extra en la mar a que obligaba el cumplimiento
de la misión del “Control”. El Almirantazgo,
influido consciente o inconscientemente por sus simpatías
políticas, contribuyó con sus informaciones
erróneas sobre el bloqueo del puerto de Bilbao
a desanimar y paralizar durante unos días el tráfico
mercante con ese destino, coadyuvando a que fuera práctico
un bloqueo que no era eficaz, como lo demostraba el hecho
de que en esos mismos primeros días de Abril
se hubieran producido 27 entradas y 32 salidas de buques
en la ría bilbaína sin ningún incidente.
Sería
esa dicotomía entre la realidad y la apreciación
de la misma por el gobierno inglés, sugestionado
por los informes del Almirantazgo, lo que provocaría
la moción de censura del líder laborista
Attlee, ganada por el gobierno gracias a la abrumadora
mayoría parlamentaria de que disponía. Los
barcos de la Marina británica en el Cantábrico
abandonaron entonces, si es que alguna vez las habían
llegado a realizar, las tareas de vigilancia del cumplimiento
de los acuerdos de la “No Intervención”
respecto a los mercantes con destino a puertos en poder
de los sublevados, Pasajes, en concreto; y se concentraron
en la protección de los barcos de su bandera que
traficaban con los puertos republicanos.
Destructor nacinalista Velasco, construido
en 1923.
(Museo Naval. Madrid)
Submarino republicano C-4, construido en 1929.
Permaneció en aguas
del Cantábrico hasta finales de Agosto de 1937.
(Museo Naval. Madrid)