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Oficina de Defensa del Anciano
¡El «Cervera» a la vista!
La sublevación de la Marina


Durante cuarenta años, la versión oficial de los hechos acontecidos en los buques y arsenales de la Armada en los primeros momentos del “Glorioso Alzamiento Nacional” fue la del amotinamiento. Algo que, al oirlo, uno imagina como muy parecido a las imágenes que todo el mundo ha visto en el cine sobre los famosos motines de la “Bounty” o del “Potemkin”;
o sea, la marinería apoderándose del buque y pasando por la quilla a los oficiales. Esa versión se sustentaba en un hecho cierto: el asesinato o fusilamiento de cientos de oficiales de la Armada en los primeros meses de la guerra; y en una teoría falsa: la existencia de una conspiración dirigida por la Masonería y la Rusia comunista para apoderarse de la Flota.

Por otra parte, dentro de la no muy abundante literatura dedicada al aspecto marítimo de la Guerra Civil, la mayoría de las obras han sido escritas, precisamente, por altos mandos de la Marina o por personas estrechamente vinculadas a la misma, mientras que las dos o tres obras de autores republicanos, y protagonistas de los hechos, como Bruno Alonso, Kutznetsov y otros son, en la práctica, inaccesibles. Al menos, en las bibliotecas públicas asturianas. En los últimos años, algunos historiadores, españoles y extranjeros, parecen haber analizado los acontecimientos de un modo más ecuánime.

Por ellos sabemos hoy que las dotaciones, en la mayoría de los casos, fueron respetuosas con las vidas de los oficiales insurrectos que trataron de apoderarse de los buques de guerra. Esos oficiales, sofocada la rebelión, fueron hechos prisioneros y entregados a los representantes de la autoridad en cada base. Otra cosa es lo que haya sucedido después a consecuencia de la tardanza en juzgarlos, las dificultades para constituir los tribunales militares, las represalias y las acciones de los incontrolados; pero se puede decir que las dotaciones, en los primeros momentos de la sublevación, actuaron de acuerdo con las leyes militares y las normas de la guerra.

Los sublevados, por su parte, hicieron fusilar, entre otros, al contralmirante Antonio Azarola Gresillón, jefe del Arsenal del Ferrol y ex ministro de Marina; al capitán de navío Sánchez Ferragut, comandante del crucero "Almirante Cervera", y al teniente de navío Sánchez Pinzón, de ese mismo crucero. Según el profesor Williard C. Frank, los sublevados «fusilaron 1.400 auxiliares y marineros, que representaban una décima parte del total de esos cuerpos de la Armada; o sea, un cuarto de los prisioneros en zona nacionalista.» El contralmirante Camilo Molins Carreras, jefe del Arsenal de Cartagena, fue fusilado al terminar la guerra.

Son de sobra conocidos y, de tanto repetirlos, se han convertido ya en tópicos, una serie de apreciaciones sobre los diferentes estamentos de la Armada de la época: el conservadurismo y corporativismo de la oficialidad del Cuerpo General, mayoritariamente monárquicos; el viejo sentimiento de discriminación, tan generalizado entre los miembros  de los cuerpos auxiliares y subalternos, que ahora apreciaban las reformas tendentes a mejorar sus expectativas profesionales introducidas por el régimen republicano; la creciente politización y radicalismo de la marinería, cuyos sentimientos se acercaban cada vez más a los del obrero corriente de una fábrica cualquiera. Pero, a pesar de ello, y por multitud de razones, nadie puede imaginar a la Marina sublevándose en solitario contra la República o encabezando y dirigiendo la insurrección militar. Era, y es, más operativa para esos menesteres la Guardia Civil, por ejemplo, que la Escuadra; más peligroso un teniente coronel de la Benemérita con doscientos guardias que un almirante con una flotilla de cruceros y destructores a sus órdenes.

No puede extrañar, entonces, que los militares “africanistas” que venían preparando el golpe no prestasen demasiada atención a la Marina. Para llevar a cabo sus planes, para apoderarse de las capitanías y dominar las capitales y ciudades más importantes del país les bastaba el despliegue de la tropa y declarar el estado de guerra. Solamente necesitaban unos cuantos mercantes y transbordadores para pasar el ejército de África y a los moros a la península. Les bastaba con que la Escuadra permaneciese neutral y no interfiriese sus planes. Sabían de sobra que contaban con las simpatías de la inmensa mayoría de la oficialidad con mando en buques y arsenales, y eso, de momento, era suficiente. Ahora bien, tampoco es cierto que la Marina no estuviese al corriente de los preparativos que se estaban llevando a cabo para terminar con el régimen republicano. El historiador inglés Michael Alpert, autor de varias obras sobre temas militares de la República y de la Guerra Civil, ofrece detalles, procedentes de “Cruzada”, en los que se demuestra la existencia de esa coordinación entre la Marina y el grupo militares que encabezaban la conspiración. En su libro “La guerra civil en el mar”, Alpert da los siguientes nombres de marinos comprometidos en la preparación del golpe: el capitán de fragata Salvador Moreno y el teniente de navío José M.ª Otero Goyanes, que desde El Ferrol enlazaban con Mola por medio del teniente auditor Tomás Garicano Goñi por un lado, y con el jefe del Estado Mayor de la base de El Ferrol, capitán de navío Manuel Vierna, por el otro. Se citan también al contraalmirante Ruiz Atauri, jefe del Arsenal y segundo de la base de Cádiz; a los capitanes de fragata Galán Arrabal y Bastarreche; a los capitanes de corbeta Súnico, García de la Mata, Pemartín y La Rocha, con mando sobre diferentes barcos y submarinos de la Escuadra. Daniel Sueiro, en su su libro “La Flota es roja”, menciona al vicealmirante Javier de Salas, jefe del Estado Mayor de la Armada (AJEMA) y al capitán de corbeta Ibáñez Aldecoa, comandante de la Estación de Radio de Ciudad Lineal, como los máximos responsables de la conspiración, dentro de la Marina, en Madrid. Es decir, que la Marina estaba informada de los planes de la insurrección militar a través de una red de enlaces que abarcaba todas las bases y buques.

Conocida la sublevación de las tropas de Africa, iniciada por el teniente coronel Yagüe, en Melilla, el viernes 17 de Julio, las primeras órdenes del Gobierno y del equipo de emergencia que empieza a funcionar en el Ministerio de Marina son para que los barcos de guerra disponibles salgan a patrullar las costas en la zona del Estrecho. Paralelamente, Balboa arresta, pistola en mano, al comandante de la Estación Radio de Ciudad Lineal, al manifestar éste su connivencia con los sublevados. Dueño ya Balboa de las comunicaciones de la Armada, envía un primer mensaje a todos los operadores de radio de los buques para que comuniquen, cada dos horas y “en claro”, la posición del buque. El cumplimiento o no de esa orden era la única forma de saber si el buque permanecía leal al gobierno o se había pasado a los sublevados.


El oficial 3º radio Benjamín Balboa en la Estación de Radio del EMA. Su decidida
actuación impidió el triunfo de la sublevación en la mayoría de los buques de guerra.

Tras esos días tan tensos en que las sublevaciones de la oficialidad eran contrarrestadas, a veces con éxito, a veces sin él, con el amotinamiento de la dotación, leal al Gobierno republicano, el balance final de barcos mayores en manos de unos y otros fue el siguiente:

Clase Sublevados  Gubernamentales

Acorazados:    
  España  Jaime I

Cruceros:     
  Almirante Cervera Libertad
  República    Miguel de Cervantes
    Méndez Núñez

Destructores:    
  Velasco Sánchez Barcáiztegui
    Almirante Valdés
    Almirante Ferrándiz
    Churruca
    Almirante Antequera
    Alsedo
    José Luis Díez
    Lepanto
    Alcalá Galiano
    Lazaga

Cañoneros:       
  Dato   Laya
  Lauria   
  Cánovas    

Guardacostas:    
  Uad-Kert Uad-Muluya
  Alcázar  Uad-Lucus
  Larache   Xauén
  Arcila    Tetuán
  Uad-Martín  

Torpederos:    
  T-2 T-3
  T-7   T-14
  T-9 T-16
  T-19 T-17
    T-20
    T-21
    T-22

Submarinos:    
  B-1 B-2
    B-3
    B-4
    B-5
    B-6
    C-1
    C-2
    C-3
    C-4
    C-5
    C-6

En construcción:

Cruceros:  
  Canarias
  Baleares

Destructores:  
  Almirante Miranda
  Gravina
  Císcar
  Escaño
  Jorge Juan
  Ulloa

Minadores:  
  Júpiter
  Vulcano
  Marte
  Neptuno

Situación inicial en el Cantábrico

Clase Sublevados  Gubernamentales

Acorazado:  
  España

Crucero:  
  Almirante Cervera

Destructor:  
  Velasco

Torpederos:    
  T-2  T-3
  T-7  
  T-9  

Guardacostas:  
  Uad-Martín

Dos hechos parecen indiscutibles: la superioridad de conjunto de la flota gubernamental en lo que a número y clase de barcos se refiere, y la aún más apabullante superioridad de la flota sublevada en las aguas del Cantábrico. Pero un barco de guerra no funciona solo, precisa de una oficialidad altamente especializada y experimentada, y de una dotación no menos adiestrada en el manejo de los sofisticados sistemas de defensa y ataque, en la realización, precisa y rápida, de las maniobras. Además del factor humano, en la mayor o menor eficacia operativa de un buque de guerra influyen también toda una serie de aspectos logísticos, que van desde la proximidad o lejanía de las bases y las distintas características de éstas, hasta la seguridad en los suministros o el contar con infomación puntual y exacta de los movimientos del enemigo. Todos esos aspectos, más la decidida intervención  de la Marina alemana en favor de los sublevados y, sobre todo, de la italiana, no solamente equilibraron la balanza, sino que la inclinaron definitivamente del lado de los sublevados.

La escasez de oficiales del cuerpo general en la Flota republicana se hizo patente desde los primeros días. A lo reducido de su número hubo que ir restando las bajas por traición, deserción, colaboración y pasividad ante el enemigo. De las múltiples cifras y datos que al respecto ofrecen los especialistas en el tema, hay dos que menciona Alpert y que me parecen extremadamente significativos: la primera es que de todos los buques que permanecieron leales al gobierno republicano, solamente los capitanes de fragata Valentín Fuentes, del “Lepanto”, y Federico Aznar, del “Tofiño”; los capitanes de corbeta Mariano Romero, del “C-6”; José Lara, del “C-1”; Miguel Buiza, del “Cíclope”, y los tenientes de navío, Fernando Oliva, del “T-14”; Armada, del “Xauén”, y Araoz, del “Tetuán”, conservaron el mando de sus buques en los días inmediatamente posteriores a la sublevación; de ellos, Romero se pasó a los nacionales y Lara se sospecha que hundió el submarino que mandaba. El segundo aspecto es el referido a la deserción; ese fue el caso de los comandantes de los submarinos “C-2” y “C-4”, después de haberlos mantenido inoperativos en los puertos republicanos del Cantábrico y conducirlos a puertos franceses; también el de muchos oficiales del destructor “José Luis Díez”, que terminaron abandonándolo en un puerto inglés. La inactividad de este buque llegó a tales extremos que la gente lo motejó con los jocosos sobrenombres de “Pepe el del puerto” y “el buque de Su Majestad la No Intervención”.


Bruno Alonso, comisario general de la Flota, con el Estado
Mayor de la Armada republicana. (Colec. San Martín)

En lo que se refiere a las bases, los sublevados consiguieron apoderarse de las de Cádiz y El Ferrol, mientras que el gobierno retuvo la de Cartagena, donde, paradójicamente, los partidarios de la insurrección eran más numerosos y estaban mejor organizados. Las ventajas de los sublevados son también evidentes en este caso. Tienen en su poder El Ferrol, entonces la mejor base del país, estratégicamente situada en el Norte, en el límite del radio de acción de la aviación republicana; en sus astilleros se encuentran en avanzada fase de construcción dos cruceros, el “Canarias” y el “Baleares”, que habrían de intervenir con desigual fortuna en la contienda; y los minadores, dos de los cuales, el “Júpiter” y el “Vulcano” serían botados depués del inicio de la guerra y participarían en la campaña del Cantábrico. La base de Cádiz va a jugar un importante papel, tanto por su proximidad a Africa, que la convierte en uno de los puertos de desembarco de las tropas africanas, así como de los envíos marítimos italianos, y punto de apoyo fundamental que va a permitir a la Marina sublevada asegurar en el futuro el control del Estrecho. Hay que anotar también a los insurrectos el acierto que supuso la construcción de otra base naval en Palma de Mallorca, vital para operar en el Mediterráneo, cuyo valor estratégico no supieron calibrar en su debido momento las autoridades republicanas, por lo que no dieron a su conquista la importancia que después se vio que tenía.  

Por todo ello, a la Flota republicana no le quedaba otra alternativa que embotellarse en Cartagena, ofreciendo un fácil blanco a los ataques aéreos, sin buenos astilleros y alejada del Estrecho y no digamos ya del Cantábrico. Se intentaron levantar bases avanzadas en Bilbao y Málaga, pero la pronta caída de ambas ciudades en manos de los nacionales, impidió que esos proyectos llegasen a materializarse.

En El Ferrol, además de la base secundaria de Marín, las escuelas y el polígono de tiro, quedaron en poder de los sublevados el crucero "Cervera", que se encontraba en dique limpiando fondos y reparando; los cruceros "Canarias" y "Baleares", en fase de armamento, con el capitán de navío Francisco Moreno como comandante de quilla; el viejo acorazado "España", salvado del desguace; el destructor "Velasco" que había llegado de Marín y estaba reparando; el transporte "Contramaestre Casado"; los torpederos "Nº 2" y "Nº 7"; y en fase de construcción los minadores "Júpiter", "Vulcano", "Neptuno" y "Marte". En Marín se encontraban el torpedero "Nº 9"; los guadacostas "Bañobre" y "Castelló"; el remolcador "Ferrolano", y la escuadrilla de hidros "Savoia" y "Maschi"; y el guardacostas "Uad Martin” en La Graña.