España
a hierro y fuego (V).
León.
Por
Alfonso Camín.
Editorial Norte.
México, 1938.
En León me hospedo en el "Hotel Regina".
El cuarto que me señalan en el último piso
está medio deshecho por las balas. El cielo penetra
por los boquetes de los muros. Los tabiques interiores
también están rotos y desconchados. Por
el hueco que formaron las balas, los huéspedes
pueden verse tranquilamente de una habitación a
otra.
Me
explican el suceso:
—La tarde en que salieron a la calle las tropas,
alguien pensó que se hacían disparos desde
el hotel. Unos soldados con ametralladoras y unos guardias
civiles, tiradores certeros, se encaramaron en el edificio
fronterizo y estuvieron más de una hora descargando
sus peines sobre el "Hotel Regina".
Los huéspedes se tiraron al suelo. Rastreando,
como pudieron, llegaron a la planta baja. Allí
permanecieron arrinconados, oyendo las balas chapotear
en las paredes, hasta que el dueño mandó
un recado a la tropa.
—¡ Desde aquí nadie disparó!
¡Para cerciorarse, vengan y registren la casa!
Fue suspendido el fuego. Unos oficiales penetraron en
el hotel, recelosos, apuntando a las cabezas de todos
los huéspedes. El dueño razonó:
—¡Repito que desde aquí nadie ha disparado!
Suban y vean.
Así era. Todas las ventanas estaban cerradas. No
había en ellas ningún impacto que pudiera
venir desde adentro. Pero ya hemos dicho que ésta
es la guerra del pánico. Del pánico personal.
Del pánico militar. Del pánico colectivo.
Después, se supo todo: en lo alto del edificio
hay un retrete, un ventanuco cuadrado. A uno de los huéspedes
le sorprendieron los tiros como a Sancho en sus horas
de miedo, en actitud poco heroica, mal suspendidos los
calzones. Se incorporó y miró medrosamente
por el ventanuco, para ver qué sucedía en
la calle. No terminaba de sacar la nariz, cuando le saludaba
una descarga. El hombre apartó la jeta y corrió
como gato escaldado, hasta llegar a la planta baja.
Allí contó sus miedos. Era un buen hombre,
viajante de harinas. Un criado burgués de la burguesía
española.
El hombre no terminaba su perorata:
—Atese usted los calzones.
El pobre huésped, bajo y rechoncho, no se había
dado cuenta de que los llevaba en la mano.
Eso era todo. Ese era el drama del Hotel Regina Pero seguían
las descargas. Los sublevados estaban sordos. De tanto
abrir los ojos, parecían ciegos. ¡Hasta las
nubes eran aeroplanos! Tenían el pulso roto y los
fusiles disparaban ahora en verborrea de plomo por toda
la ciudad leonesa.
En el café del Casino, lugar estratégico
y céntrico, las tropas sublevadas emplazaron unas
ametrallaras y barrían todas las bocacalles ¿Contra
quien disparaban? Disparaban contra la sombra. Contra
el viento de las esquinas. Contra el miedo de todos que,
sin poder deshacerse de él, les empapaba el cuerpo
y les cegaba los ojos, como las altas neblinas del Pajares,
hasta sentir lo que no podía sentirse en verano:
un frío tembloroso que, lo mismo que alambres,
les arañaba la piel, se les enroscaba en los huesos.
Porque en León no existía ningún
enemigo. No podía haberlo.
Veamos por qué.
Hasta
León habían llegado, favoreciendo a los
sublevados leoneses, los planes funestos del coronel Aranda,
espejo de traidores, que se encuentra, como más
adelante veremos, cómodamente atrincherado en la
ciudad de Oviedo. Aranda, hombre cachazudo y cobarde,
linfático y grueso como una pepona trágica,
después de dar palabras y palabras de lealtad a
la República, agazapado frente a la vigorosa concentración
de mineros en Oviedo, dispuestos a defender la integridad
de Asturias —confiados y generosos, como todos los
hombres fuertes— logró quitarse buena parte
de encima, con la avilantez más indigna que ha
de registrar la Historia de España, desde el traidor
Bellido Dolfos a nuestros días.
—Yo juro—grita el galopín trágico—mi
lealtad a España y a la República. Lo juro
por este uniforme, que es honra de toda mi vida. Pero
lo que no tengo son armas suficientes para entregarlas
al pueblo. En León sí hay armas. Allí
les entregarán ocho mil fusiles. Además,
pudiera peligrar León. Asegurada la capital leonesa,
juzgo necesario avanzar sobre Palencia, tapando así
el camino a los rebeldes de Valladolid.
Cayó Asturias en el cepo. Se preparó
un tren con cinco mil mineros. Y allá se vinieron
desarmados para armarse en León y defender a España.
En cuanto se alejaron los cinco mil hombres por el Pajares,
Aranda, que había jurado permanecer fiel al Gobierno,
se subleva en Oviedo, encarcelando y fusilando a las Autoridades
Civiles. Entonces sacó las armas que tenía
escondidas y las entregó a los "negros”.
A los pocos "negros" que había en Oviedo:
"somatenistas" del comercio, "falangistas"
improvisados y partidarios políticos de Melquíades
Alvares y de Gil Robles, bajo el mando de José
María Ladreda, gerente de una fábrica de
explosivos en Lugones, a unos pasos y en manos de los
"rojos", lo mismo que la Cerámica de
Guisasola.
El uniforme de Aranda quedaba deshonrado. Pero
esto es cosa de poca monta. Pasan de doce mil uniformes
los que juraron fidelidad a la República y al gobierno
que los sostiene con buenos sueldos y ahora se rebelan
contra la República y contra el Gobierno.
Comienza a dar sus frutos la Ley Militar de Azaña,
llena de legalismos y retórica. Sería
la primera vez que los lobos fueron agradecidos y que
no volvieran al monte, después de arañar
al dueño.
Con doscientas cabezas cortadas a tiempo, hubiera
evitado Azaña cuatro millones de muertos y la mutilación
absoluta de España. No las cortó
y he aquí a España en pleno desastre. Porque,
desde los primeros días de la guerra, hay que ser
muy egoísta, muy torpe o muy poco español,
para no ver que el que gane, pierde. No sólo
me aturden los oídos el ruido acatarrado de los
aviones de un bando y otro. Recuerdo, a cada paso, los
versos de Jacinto Benavente, aplicados a la Guerra Europea
de 1914:
“Sea
de unos o de otros la victoria,
¡para tanto dolor, qué poca gloria!”
Mientras que Aranda perpetra su traición en Oviedo
llegan a Astorga las fuerzas asturianas. Allí también
hay armas. ¿No hay armas? ¡Ya lo
creo que las hay! Durante las primeras veinticuatro horas
surgieron, como por arte de magia, unos sesenta mil fusiles,
con sus equipos flamantes, perfectamente nuevos, que fueron
sacados de las Capitanías Generales de Galicia
y de Burgos, y puestos en manos de los traidores. Por
estas fechas aun no habían hecho su presencia los
fusiles alemanes. Todos pertenecían a la fábrica
de armas de Oviedo. He ahí el colmo del sarcasmo.
Mientras en Asturias no hay armas, se repartían
sesenta mil fusiles asturianos por Castilla y las cuatro
provincias gallegas, después de ser sometidas
al Papa Negro de la sublevación que pasa inmediatamente
a las manos del general Franco, escapado en un avión
desde Canarias y ahora, desde Marruecos, inicia la invasión
de España con el Tercio y los moros, a semejanza
del conde don Julián, aquel viejo traidor de la
Raza.
Los mineros, que en Asturias no encuentran armas, se despliegan
por la capital leonesa sin cometer el más mínimo
atentado. Pagan hasta los cigarrillos.
Hay un estanco cuyo dueño o dueña ya está
abiertamente con los “negros". No quiere venderles
tabaco. Los "negros" —si el estanquillo
fuera "rojo"— hubieran degollado a la
dueña e incautado toda la existencia. Los mineros,
no. Los mineros asturianos, bien recontado el tabaco,
lo pagan todo a su precio y le dejaron sobre el mostrador
su cascada de duros de plata gruesa. Eso sí: le
obligaron a vender toda la mercancía. ¡Ingenua
venganza que seguramente hizo reír a la dueña
oronda o al propietario canoso, regularmente guardias
civiles retirados que pronto cogerán un arma para
fusilar mineros!
A la sazón, manda las fuerzas leonesas del Gobierno
un general que a mí nunca me pareció de
los más aptos. Con gran frecuencia vemos que los
militares que escriben versos o prosas, son tan malos
poetas y literatos como militares. Este hombre que está
al frente de las fuerzas de León es el general
Caminero. Meses atrás me lo quiso presentar un
comandante retirado, en Madrid, y yo no tuve empeño
en conocerlo. Para hacérmelo agradable me decía
el comandante que Caminero era un gran republicano:
—Eso no basta —le dije—. Además
de republicanos, hace falta que sean buenos militares.
Tengo la seguridad que ha de ser tan mal militar como
escritor. Porque los militares que conozco, que han sido
buenos escritores, también fueron buenos soldados.
Ejemplos: Cervantes, Garcilaso y Ercilla.
No me equivoqué con el general Caminero.
Si Aranda engañaba a los mineros, ahora en León
los "negros” comprometidos en el levantamiento,
engañaban a Caminero y a los asturianos.
A duras penas se lograron unas mil armas malas para los
cinco mil hombres sin ellas. Caminero, en vez de arrebatárselas
a los traidores de la guarnición leonesa, entregárselas
a estos hombres de confianza y hacerse fuerte con ellos
en León, abandonó la plaza, y al frente
de estos hombres desarmados en su mayor parte, se dirigió
a Ponferrada porque le habían dicho que venían
las fuerzas de Galicia por la carretera de Lugo. ¡Caminero,
tragó el anzuelo!
En cuanto se alejo con sus trenes de asturianos
inermes a Ponferrada, las tropas de León salieron
a las calles, fusilando el cielo y la tierra con sus disparos.
Tomaron posición y fueron ocupados el Ayuntamiento,
el Gobierno y la Diputación, aprehendiendo allí
a todas las autoridades civiles de la República.
Pocas horas después aparece el general Boch (Bosch),
como gobernador de la plaza sublevada. Boch es aquel pobre
señor copado en Campomanes y Vega del Rey, con
el Batallón Ciclista de Palencia, por los mineros
asturianos en 1934. Como se ve, la España
“nueva” tiene a su servicio a todos los fracasados
con uniforme y sin él, desde los monárquicos
apolillados a los dragones de circo como Martínez
Anido, Berenguer, Cavalcanti, antes y después del
golpe de estado del general Primo de Rivera.
¡Esta es la España moza que viene a traer
normas novísimas a la península y pretende
cambiar el curso de la civilización de Europa!
—¡Viva España! ¡Arriba España!
Que es tanto como decir: ¡Viva la Pepa! ¡Viva
mi Dueño! Porque detrás de esto, no hay
nada.
Caminero sufre un desastre en Ponferrada.
Los asturianos, labradores y mineros sin armas, tienen
que acogerse a las montañas leonesas y ver cómo
ganan las cumbres de Leitariegos y de Pola de Somiedo.
Antes, se harán fuertes en Villablino, con el apoyo
limitado de los mineros de aquellas zonas, que también
se encuentran sin armas.
El general Caminero, ha desaparecido, como un
fantasma en su automóvil.
Era un tonto de remate. Y yo no me equivoqué en
Madrid, al pensar que siendo un mal escritor no sería
tampoco un buen general.
(Nota aclaratoria: el general Bosch era el comandante
militar de León y el general García Gomez-Caminero
se encontraba realizando tareas de inspección por
la zona. En el libro Muertes Paralelas se dice lo siguiente:
“En la madrugada del domingo para el lunes (20-7-1936)
se recibió en Capitanía (en La Coruña)
un telegrama cifrado procedente de León y destinado
al general Salcedo (general jefe de la VIII División
que abarcaba Galicia y León). En dicho telegrama,
el general Bosch, comandante militar de León, informaba
de las órdenes dadas por el gobierno y de las instrucciones
del general inspector García Gómez-Caminero,
en virtud de las cuales se habían entregado trescientos
fusiles y cuatro ametralladoras a la columna de mineros
y trabajadores que procedente de Asturias se dirigía
a Madrid por ferrocarril y carretera. Esta columna, compuesta
por unos 2.500 hombres, partió de León al
oscurecer en 35 ó 40 unidades de tren y 25 ó
30 camiones.)
Otro tren de mineros que se aventuró a
avanzar por los llanos de Palencia, fue ametrallado sin
compasión por la artillería y por los aeroplanos
rebeldes. Cuando pasó por Ponferrada,
varios cientos de civiles, bien parapetados en todas las
casas, los volvió a ametrallar. Puede decirse que
de los cinco mil mineros indefensos que, por consejo de
Aranda, vinieron hasta Castilla, un cuarenta por ciento
no retornó a Asturias, ni vio más las neblinas
de sus montañas.
Estas batallas son las que logra el coronel Aranda.
Porque las otras, ganadas a costa de tanta sangre vertida,
veremos, no cómo las gana, sino cómo se
las ganan. ¡Y cómo el traidor se las va apuntando
en su haber! En estas páginas irán
apareciendo muchos hechos inéditos para la generalidad
de las gentes, ya que supongo que no ha de ignorarlos,
ni mucho menos, el Alto Mando rebelde, encuevado en la
vieja ciudad de Burgos.
El hotel está lleno de tropas y de viajeros, estos
últimos estancados como en Palencia, como después
veremos en los hoteles de Lugo. Pero no hay en León
esa incertidumbre, ese ambiente inestable que hemos visto
en Palencia. León comienza a vivir la guerra. No
engaña a nadie. No piensa que se trata de una botaratada
siniestra como en Palencia y Valladolid. Y en Sevilla,
según los diarios y grotescos discursos de Queipo
del Llano. No obstante estar León más
cerca de los "frentes" del Pajares, se encuentra
más firme. Los fusilamientos se suceden a diario
y el Cuartel de San Marcos sabe de los hombres que mueren
todas las madrugadas. En las tapias del cementerio fueron
ametralladas las primeras docenas de personas civiles.
No faltan gentes de reuma y estufa que temen que Asturias
caiga sobre León y se cumpla la amenaza de los
mineros en el 34. León fue entonces el escollo,
como lo es ahora, y los leoneses presienten que ruede
la ciudad en escombros bajo los estragos de la dinamita
Sobre todo, el León actual, una ciudad enemiga
del carbón y de los mineros, sin que quiera confesar
que es a los hombres de las minas leonesas a los que debe
su gran progreso. Porque la rutina, la riqueza avara,
pobre y sin bríos, de los comerciantes de León
no hubiera logrado el triunfo moderno de la ciudad. Tal
es así, que no obstante el formidable empuje de
los últimos años, no tiene ni una buena
prensa diaria, ni siquiera red de tranvías.
Con todo esto, León respira un ambiente tan militar
que se dijera que toda la ciudad se ha convertido en cuartel.
La Comandancia, bien nutrida de Guardia Civil, quedó
instalada en el Palacio de los Guzmanes. En el Convento
de San Marcos, como ya explico, está el centro
general de las tropas. Parece que, a pesar de los falsos
clamores contra los "rojos", acusándoles
de destruir las reliquias y los monumentos nacionales,
los "negros" escogen precisamente, como albergues
de guerra, los principales edificios históricos.
También la cárcel está en San Marcos.
Hay que tener las presas a mano.
La propia Catedral —un milagro del arte
hecho en la piedra— es un campamento. Hay
tres banderas al viento, guardadas por los fusiles: la
bandera rojo y gualda, la rojinegra de Falange y la de
los "requetés", "boinas rojas"
o "negros" de Navarra.
No han venido —por fortuna para San Marcos, prisión
de Quevedo y para la Catedral, sin par ni en España
ni en el mundo— los aviones del Gobierno, en busca
de objetivos militares. Cierto que se presentaron a raíz
de la sublevación. Pero no han tirado más
que unas bombas en la base aérea de León
y en la estación del Ferrocarril, causando pocos
estragos.
En el aeródromo de León hubo sus
dramas los primeros días. Varios oficiales
no estaban de acuerdo. Los mecánicos inutilizaron
varios aparatos. Y esto costó algunos fusilamientos.
Ahora comienzan a llegar los primeros aviones “negros”
de bombardeo. Todas las tardes que hay buen cielo vuelven
los aviadores. Aseguran –son cuatro o seis aristócratas
de finos guantes y copio uniforme- que han bombardeado
Sama y La Felguera. Lo mismo decían en Palencia.
Habían deshecho La Naval de Reinosa. Pero Reinosa
seguía en su sitio. De igual modo habían
deshecho Trubia y Sama. Pero veremos más adelante
qué se ha hecho en Trubia. En Sama, efectivamente,
unos dos meses después, dejaron caer dos bombas
sobre la iglesia. Como en la iglesia estaban los presos
políticos, mataron a veinticuatro o treinta personas
de derechas, entre ellas, al mantequero Rubio,
establecido en Madrid, "veraneante fascista"
atrapado, con su hijo, por los pajares leoneses.
De León salen a diario tropas de infantería
y elementos artilleros para La Robla. En Pola de Gordón
están los "rojos" combatiendo a los “negros".
Y ni unos ni otros dan un paso. Lo que me extraña
es el número de hombres y de cañones que
amontonan los "negros". ¿Qué habrá
de la otra parte para que éstos no avancen ni una
pulgada? De la otra parte no hay más que pueblo
mal armado, mineros y labradores de León y de Asturias.
Algunas docenas con fusiles desenterrados del movimiento
minero del año 34. Pero, nada más. El Ejército
lo tiene todo. Se quedó con todo. Debieran avanzar,
y no avanzan. Los mineros de Santa Lucía otean
como los lobos, atisban como las águilas, desde
los picos de las cumbres. Aguardan, y el enemigo no llega.
¿Dónde están esos héroes
militares, que sólo avanzan sobre paisanos mal
armados y apenas topan con soldados con equipos de guerra,
necesitan de los "moros" y del Tercio, que vengan
a servirles de carnaza, y de los "falangistas"
enloquecidos, que todavía no saben que la guerra
en los frentes no se reduce a la caza de campesinos y
de ciudadanos en los hogares?
También pasa mucha tropa para el "frente"
del Guadarrama. Pero estas son tropas gallegas.
La tierra de hombres sumisos no solamente se irá
desangrando en Asturias. Comienza a encontrar su tumba
en todos los “frentes negros", desde Madrid
a las tierras vascas de Irún. Pronto veremos a
los "legionarios" gallegos tomar triunfantes
y aniquilados, el Fuerte de Santa Bárbara.
Por lo demás, el Pajares impone.
Las tropas de León, ayudadas por otros hombres
de Galicia y Castilla, no están resueltas a encararse
en las cumbres del Pajares antes de que pase el verano
y les cierre el paso la nieve, además de los hombres
y de los lobos. Es mucho más cómodo ir a
la caza de hombres por los pueblos del llano.