Primera República|Entre Repúblicas|Segunda República|Crítica Republicana a la II República |Contacta
|Dictadura franquista|
Los primeros días de guerra.

España a hierro y fuego (XIV).
Sublevación y represión en Galicia.
Por Alfonso Camín.

 

España a hierro y fuego (XIV).

Los mártires de Ribadeo (II).

Por Alfonso Camín.
Editorial Norte.
México, 1938.



El hombre más sosegado, el español más apolítico, si no se ha pasado la vida moviendo campanas y apagando cirios, sentirá que los puños se le crispan. Que el paisaje le ahoga. Que el corazón quiere saltar por las calles, rojo, completamente rojo, gritándoles: ¡Farsantes!.

Me dan algunos nombres de las gentes de Ribadeo fusiladas en Lugo: Luciano Tolete, Francisco Bayón... Pero, no sigo. Si escribiera todos los nombres de las gentes asesinadas, las listas escuetas llenarían esta obra.

También me dan los nombres de los verdugos: los allegados del cura. Todos los que se nutren del Cepo de las Animas. Todos los “sin trabajo” que vivían de las rentas en Ribadeo.

Recogiendo, con un regocijo trágico, la frase de Indalecio Prieto, que llama “mariscos” a los “negros” gallegos desde los altavoces de la República, los automóviles de la muerte, que recorren por las noches estos pueblos fronterizos en busca de carne humana, llevan un centollo rojinegro en el parabrisas. El que va y viene a Vegadeo se llama “El Centollo”. Anda lento en la sombra, dobla aquel vericueto y se para frente a los hogares cerrados.

Los pistoleros “negros” conocen a las víctimas.

-¡Que salga fulano!

Fulano sale, y ya no vuelve. Por la mañana aparecerá muerto a unos diez o veinte kilómetros.

Los pistoleros de “El Centollo”, cuando terminan en Ribadeo, marchan a Vegadeo, Castropol y Figueras. Asimismo a otros pueblos de la retaguardia en la costa gallega. Hay una lista de hombres que sacan de la cárcel y matan, una noche, junto al muelle. Son personas destacadas. Presidentes de Partido, escribientes, concejales, obreros del puerto, carabineros que agonizan y ellos rematan. Otra mujer: Juana Pulpeiro. Veinticinco años laboriosos y honestos. ¿Delito? Facilitar la fuga a varios hombres de mar acusados de pertenecer al socialismo.

Viendo cómo también goza de jurisdicción en Vivero, supongo que “El Centollo” haya llevado a cabo esta proeza: en Vivero hay un socialista con cinco hijos. Se le detiene, se le acusa. ¿De qué? De eso: de ser socialista. Es un padre de familia, incapaz de matar una mosca. No se ha movido de su casa durante los sucesos. Se le somete a Consejo de Guerra en Lugo. Como es inocente, el Consejo de Guerra adopta una táctica:

-Hay que cubrir la forma. Hasta ahora no hubo ningún hombre absuelto. Soltemos uno.

Alguien agrega:

-Justifiquemos la existencia del Tribunal, variando alguna condena. Hay que disimular la peluca.

Fue absuelto el socialista de Vivero. Pero, como el que suelta una liebre para cazarla en el campo.

Estaba el hombre contento en su casa, rodeado de los hijos, en el momento de la cena. Seguramente les contaba sus peripecias, como un cuento de niños, cuando llegaron los “negros”. Las voces que daban eran de pocos amigos: “¡Hay que matarlo como a un perro!” El hombre dejó la mesa y se escondió tras de un ropero. Los “negros” registraron la casa, arrinconando a la familia. Pesaba el silencio trágico. Pesaban como el plomo los minutos de aquella noche. Los “negros” ya salían desencantados, sin encontrarle, cuando una niña –una de las hijas que apenas contaba tres años- dijo a los “negros”: “¡Buscan a papá y no lo ven! ¡Qué tontos! Papá está ahí escondido”. Los “negros” dieron la vuelta sobre la presa. Sacaron el hombre a rastras. En la puerta, a la vista de los otros hijos, le dispararon por la espalda y le dejaron muerto sobre el camino. La mujer, los hijos, quedaron allí horrorizados, abrazándose al hombre muerto.

Remate de estos cuadros de Vegadeo; persecución y muerte del diputado Villamil. Conociendo las “ideas redentoras” de las tropas “negras”, le dijeron los amigos que se escondiera en el monte:

-¿Por qué? ¡Si yo no he hecho daño a nadie!
(Se trata de José María Díaz y Díaz Villaamil, maestro y abogado, cofundador del Partido Republicano Gallego, gobernador civil de varias provincias, fue elegido diputado por Lugo en la candidatura del Frente Popular en Febrero de 1936.)

El joven diputado estaba en la higuera. No sabían que los delincuentes eran ahora los sentenciadores. El no era un delincuente y no podía formar parte ni del tribunal ni de las cuadrillas de matarifes. El iba a ser juzgado. ¡Pero en cinco minutos! El tiempo que lleva agarrar un hombre, atarlo a un árbol y acribillarlo a tiros.

Villamil se escondió.

Entonces se dio cuenta del buen consejo. Hasta su refugio llegaban, todos los días, los nombres de los paisanos de Ribadeo que iban matando como si fueran reses.

Pasan las semanas, y llegan a su conocimiento el número de vidas que van cayendo en el contorno. Piensa en huir. Embarcar para América. Su mujer es cubana. Trata de arrebatarlo a las hienas. La ponen centinelas. No puede dar un paso, cuyo rastro no sigan los podencos. Y llega la traición. La traición que está en todas partes. En el aire, en la tierra. En los que hemos creído nuestros mejores amigos. Un día le dicen a Villamil: “Todo está listo para cruzar la frontera. Hay que ir por los montes. El guía está en aquellos sembrados”. Y apunta hacia la niebla.

El diputado parte por senderos de atajo. Exactamente, el guía está allí. “Hoy no se puede. Pudieran vernos. Aquí mismo le espero mañana”. El diputado da la vuelta. Pero, apenas anda unos pasos, surgen de los matorrales treinta, cuarenta, cincuenta “negros” armados que le disparan sus fusiles. El hombre, herido y acorralado como una fiera, trata de esconderse en un pajar. Lo rodean, lo acosan, lo rematan a tiros. El “guía” ha desaparecido.

-Dejadlo ahí, que lo coman los lobos- gritan los verdugos “negros”.

Y se alejan dando saltos de júbilo, como las tribus salvajes.

En el pajar queda el cadáver del diputado.

Cuando les preguntan el motivo de la muerte de Villamil, responden:

-Se había elevado mucho.

En Lugo, al mismo tiempo, desvalijan su casa y su despacho de abogado. Su mujer, la dama cubana, al saber la noticia, se presenta en la Comandancia. Quiere rescatar el cuerpo a los cuervos y a los perros de las aldeas. A duras penas logra el permiso. Pero no ha de ir ella por el cadáver. No responden de su suerte. Lo traen unos soldados y se entierra en Lugo. La dama cubana, sin esposo y sin bienes, sin poder guardar luto, porque implica delito, meses después parte desde Lisboa a La Habana.

La familia de Villamil fue toda despedazada. Los lobos “negros” mataron a dos hermanos y a un cuñado del propio diputado de la República.

-Diezmar es crear- gritan los “salvadores de España”.

Y así están acabando con los maestros por todos los pueblos, abogados, médicos y escritores. Todo lo que sea un esfuerzo. Todo lo que signifique una luz de cultura para el mañana.

Me aparto de estos recuerdos, que van sangrando en mi memoria, y paro el automóvil en un recodo del camino. Es un mediodía de sol luminoso. Descanso media hora frente a las aguas limpias del Eo. Aguas lozanas de corrientes finas que van cantando entre espumas alegres. Se ve el fondo claro en todo el curso del río. El Eo me recuerda el Sella, limpio y truchero, gala del salmón, como este hermoso río gallego cuyo paisaje es también de los más hermosos de España. Contrastan la pureza de este paisaje, la paz de estas veredas, la naturaleza gallarda de estos contornos con el oscuro drama de cada pueblo cercano. Quisiera yo mismo tener el alma como las aguas de este río, como el paisaje horaciano que le engalana. Pero la llevo nublada y rota. Tupida de niebla espesa como el Pajares.

Hace unas semanas también yo llevaba el alma como las aguas limpias del Eo. Pero hoy viene turbia y cargada con la sombra de los muertos, lo mismo que las aguas del Eo, a medida que avancemos hacia la ría abierta. Allí están las aguas turbias y anchas, unos kilómetros antes de llegar al puente que separa ambas provincias. Aquellas aguas ya se parecen a los ojos que no han dormido y han llorado mucho. Son aguas espantadas y escaldadas de llanto. Por entre sus juncales, todos los días aparecen cadáveres. Hasta ayer mismo en este silencioso recodo, antes de que divisemos el puente, estuvieron abandonados los cuerpos de tres mujeres. Dos, ya de edad madura. Una, joven y hermosa. Hay quien asegura que son las tres mujeres de Luarca.

Ribadeo está a la espalda. Vegadeo se ve ahí, a un paso. Tan cerca, que cuando hacemos estas conjeturas, el automóvil salta al otro camino de la costa, da media vuelta, cruza el puente y entra en la villa de Vegadeo.

Ya estamos en Asturias. Termina la retaguardia. Empieza el frente de guerra.



MUERTES PARALELAS
El destino trágico de los prohombres de la República.



.