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Los primeros días de guerra.

España a hierro y fuego (XIII).
Sublevación y represión en Galicia.
Por Alfonso Camín.

 

España a hierro y fuego (XIII).

Los mártires de Ribadeo.

Por Alfonso Camín.
Editorial Norte.
México, 1938.



Vuelvo a la ciudad de Lugo. ¡El mismo desierto! ¡El mismo espanto! Movimientos de tropas con el rostro a la funerala. La radio ganando batallas. El Gobernador, cañoneando las calles con su abominable retórica de púlpito de iglesia aldeana:

—¡Aquí está José Manuel Pedregal! Vamos a verle —me dice Rufino.
Rufino es de Avilés y cree en Pedregal como en Dios. También yo creía en Pedregal, antiguo ministro de Hacienda, miembro del Tribunal de Garantías Constitucionales y una de las figuras menos deshonradas de la República. De mi admiración por el ilustre paisano hablan las páginas de mi revista. Me llama su amigo y lo creo.
—Vamos allá.

Ocupa el hotel más lujoso de Lugo. Su mujer, estampa de Verónica asturiana, lo mismo ahora que en el año 34, se encuentra a su lado. También está allí su hijo, diputado a Cortes y secretario del Ateneo de Madrid.
El viejo Pedregal abre una de mis revistas. La cierra con espanto. Ha visto en ella la nariz de Albornoz.
Yo arguyo:
—Es un número viejo.
—No importa. Es un peligro.
Me doy cuenta. Con esta gente no valen fechas.
—¡Hay un precedente!— me dice el ex ministro de Hacienda.
—Es verdad. El del médico militar del Ferrol.
Y me deshice de la nariz de Albornoz.

Pienso encontrar en Pedregal un calor de horno alto. Me equivoco. Pedregal es otra estampa lamentable de la vieja burguesía española. Un telón de teatro vacío. Levantado el telón no hay nada: la noche del escenario y el desierto en las butacas.

Trae un salvoconducto de Cabanellas. Cheques contra el Banco de Lugo. Pero tiene miedo. Miedo a la vida y miedo a la guerra. Nunca hubiera querido asomarme al alma de estos hombres. Son como un viejo bosque donde no hay más que troncos fofos que se desmoronan solos. Pozos cargados de hojarasca. ¡Contagian más que los muertos! No quiero acobardarme y me voy de su lado con mi soledad sin rumbo.

Antes de emprender el viaje, tomo un vaso de vino frente al edificio donde están los presos de Vegadeo. Miro hacia adentro, de soslayo. Ya no hay rostros conocidos. Desde mi hotel todas las noches siento descargas en las afueras de las murallas y en los recodos que dan al Miño.

Mañana habrá muchos menos. Los de Ribadeo se habrán acabado. Vendrán otros de la otra parte de la ría. Especialmente de los pueblos de la costa asturiana.
¡Ni sé hacia dónde voy! ¡Se me ha caído el árbol de la vida en los brazos! Adonde quiera que vaya, hallaré el mismo desamparo, el peligro, el gesto duro de los hombres, de la tierra y del cielo.

Un doctorcete con boina, a quien conocí en Sama el año 34, haciendo el panegírico de los mineros, me dice que vaya a Luarca, que él viene de allá, y que “las tropas salvadoras de España” ya remontan Trevías camino de Oviedo. Es el dentista Gayoso.

-¡Los “rojos” –me dice- corren como los gamos! Dentro de unos días, Galicia estará en Oviedo.

Yo veo a Oviedo más lejos... Pero quiero ir por Navia y Luarca hasta Pola de Allande. Creo tener allí un amigo. Quiero embarcarme para América. Salir del paraíso “blanco”. Y allá voy, sin saber cómo, ni qué me esperará delante, camino de Asturias por las orillas del Eo, que corre buena parte por la provincia de Lugo.

Ya en los primeros kilómetros, los muertos tumbados por las veredas, me hacen pensar que son asturianos. A todo más, gallegos fronterizos, traídos basta allí en las noches anteriores. Vuelvo a recordar los atropellos, los despojos de bienes, los asesinatos nocturnos, los fusilamientos en masa de los vecinos de Ribadeo.

En Lugo me ha dicho un muchacho de Ribadeo que entra en quintas forzadas:
—Mi pueblo es una mancha de sangre. Una pequeña estampa de los crímenes de Badajoz.

Ribadeo era un pueblo tranquilo, como un nidal de gaviotas sobre la costa, sobresaliendo al mar y a la ría. Un refugio de indianos que contribuyen a aumen-
tar la "vida muerta" del pueblo. Porque el emigrante, tan resuelto y fecundo en América, cuando retorna a su tierra, es como la hoja mustia en el estanque y como el musgo en los tejados: decorativa y pernicioso.

De la otra parte de la ría se miran ya dos pueblos asturianos: Castropol y Figueras.

En Ribadeo hay pocos "negros". Nada más que unos cuantos "falangistas" que capitanea un portugués. Por aquellos días los "negros" se reúnen en la iglesia de Vegadeo. Cuando se les llama la atención, se les llenan los ojos de cera y de lágrimas. Son simples congregantes de la Adoración Nocturna. ¡Viva la oración con trabuco!

El 18 de julio, unos "negros" disfrazados de republicanos vienen a explorar el pueblo. Son las avanzadillas. Las tropas vendrán después. El caso es que cuando avancen las tropas estén los pueblos desarmados.

Se trata de ejercer en Galicia la misma táctica que usó Aranda en Asturias: dejar los pueblos indefensos. Y después, ametrallarlos. Más tarde se hablará, con el mayor cinismo, de los gloriosos avances de las "columnas gallegas". . .

Los "negros" pedían fuerzas a Ribadeo con la disculpa de hacer la defensa de Lugo. Se negó a ello el Jefe del Partido Republicano. Pero cayó en la ingenuidad de decirle a la Comisión los hombres con que contaba para la defensa del pueblo.

Después se supo todo. Era una encelada del teniente Aranguren, ya dueño y señor de Lugo. Los esbirros corrieron a decirle a Aranguren:
-En Ribadeo hay tantos hombres y tantas armas.
Sabía también que era necesario batirlos. Tumbar la primera puerta de acceso a las tierras bravas de Asturias.

La suerte estaba echada: Bando popular del Alcalde, como en los viejos tiempos de Móstoles. Huida de los "fascistas" como conejos negros. Defensa de Ribadeo frente a las hienas sueltas de Lugo. Los cuarenta carabineros del puesto de Ribadeo cumplen con su deber. Son carne de la República. Se deben al aire cortante de los acantilados. Sus ojos son los que miran al mar, como vigilantes de la Patria. No como los militares españoles que se sublevan, gente de misa y olla, de casino de ciudad y de casino de pueblo.

Sólo el capitán de las fuerzas carabineras, Aleixandre, traiciona a sus hombres. Está "enfermó". Se encierra en su casa para sumarse a los "negros" apenas se adueñan de Ribadeo. Pero los carabineros escribieron su pagina de gloria. La Guardia Cívil, muestrario de traidores a España y a la República en Galicia y Asturias, también finge un cólico miserere y se mete en el cuartel, haciendo votos monásticos. Asegura por su honor que defenderá la República. Es la que más tarde, secundada por los “negros” “fascistas” que huyeron antes, iniciará todos los crímenes de Ribadeo.

¡Sólo los carabineros! ¡Los carabineros y el pueblo! Eso es lo que encuentran las tropas “negras” cuando el día 24 de Julio vienen sobre la costa cincuenta automóviles de “falangistas” armados. Detrás, todo el Regimiento de Zamora con ametralladoras y morteros, como para batir la plaza más fuerte de una nación enemiga. Seguramente, piensan que están en la frontera francesa y que avanzan sobre París. ¡Pero París es Ribadeo! París es un pueblo hermano con los traidores a la espalda y los traidores en el camino.

Así comienza la epopeya de los setenta carabineros, de los cien, de los doscientos paisanos con rifles y escopetas de caza. Algunos no tienen más que simples pistolas, cartuchos de dinamita, bombas fabricadas a toda prisa con latas de conserva. ¡Pechos desnudos, coraje español contra la deslealtad de dentro y de afuera! Luchan de nuevo contra los Borbones. ¡Contra la consigna de Alemania! ¡Contra el Maquiavelo italiano! ¡Contra el trabuco de San Pedro en Roma!

Hombres y mujeres de Ribadeo alzan parapetos y barricadas como en los tiempos románticos de las invasiones napoleónicas. Como "Los Mamelucos" de Goya en la Puerta del Sol, acuchillando con sus navajas e1 vientre de los caballos franceses.

La lucha es encarnizada. Las fuerzas se detienen. ¡Los "negros" voluntarios y el Regimiento de Zamora cuentan más de setenta muertos. El combate dura seis horas y aun no penetran por los arrabales.

Entonces, cañonean el pueblo de Ribadeo. Los guardias civiles y el capitán de carabineros tiemblan de gozo en sus escondrijos. Si no los vieran, le tirarían al pueblo por la espalda. Pero aún tienen miedo. Primero, suplican para que les perdonen la vida. Después, se convertirán en verdugos de los propios perdonadores. Esa es la táctica. Esa es la honorabilidad de nuestras fuerzas armadas, especialmente en la oficialidad de mar y tierra. La lucha sigue encarnizada. Pero el pueblo pierde su sangre. Son pocas armas. Agota sus cartuchos. Caen también sus hombres. Los "negros" bien armados por el propio Ejército y el Regimiento de Zamora, fortalecido por otras fuerzas de Galicia que se le suman en el trayecto, entran a sangre y fuego por las calles de Ribadeo. ¡Todavía el pueblo está allí! Todavía desde los balcones, azoteas y ventanas, caen sobre las calles tiros y cartuchos de dinamita. Cuando no quedan bombas —¡asombro de una parte de la raza que aún es lo que fue!- les tiran los muebles de sus hogares, las piedras de sus edificios. ¡Calderos de aceite hirviendo, agua escaldada! ¡Gritos de rabia y de impotencia contra las fuerzas de la Inquisición española!

A las ocho de la noche, cuando los "negros" se apoderan del pueblo, se ve que la defensa de Ribadeo ha costado unos cien muertos civiles, en las calles, en las trincheras, frente al camino por donde llega la noche de España. ¡Entonces es cuando la Guardia Civil se lanza a la calle y se suma a las fuerzas "negras", en compañía del capitán de carabineros! ¡Entonces es cuando comienza el momento culminante del martirologio de Ribadeo. La Guardia Civil señala a los patriotas. La Guardia Civil hace más de trescientas detenciones de hombres y mujeres. Unos trescientos vecinos salen, atados, por la carretera entre vejaciones y culatazos. La sangre de los mártires va goteando sobre el camino. Marchan como ganado hacia Lugo. Los llevan aquellos mismos guardias civiles que había respetado el pueblo. Los golpean aquellos mismos hombres que han estado tranquilos en sus cuarteles. Reciben los golpes de aquellos “negros” “falangistas” que, con la anuencia de algunos vecinos que allí van presos, se escaparon de Ribadeo hace dos o tres noches para unirse a los “negros” de Lugo. Muchos de estos hombres de Ribadeo son los que vimos enjaulados en aquel nuevo edificio de la vieja ciudad amurallada por nueve siglos de sombra.

Sesenta defensores logran pasar la ría –quizás dos kilómetros de agua- y salir a Figueras y Castropol.

En una de estas noches, sucede una escena trágica con una moza del pueblo. Los “negros” quieren que diga una anciano dónde se escondió su hijo. Cae al suelo. Se levanta. Vuelve a caer bajo los culatazos. La moza grita desde la huerta:
-¡Asesinos!
El anciano pedía clemencia. La moza los insultó de nuevo. Entonces alguien gritó, entre los que apaleaban al viejo:
—Está muy guapa. Hay que cogerla viva.
La moza dio un salto atrás como un galgo. Sacó de entre el corpiño una pistola y mató al galán "negro" ¡Era el jefe!

La mujer, que tenía el nombre simbólico de Dolores, fue maniatada. Arrastrada hasta la plaza del pueblo, la arrimaron a una de las paredes y dispararon todos a un tiempo. La moza cayó risueña, bajo aquel homenaje de las cincuenta balas, que le abrieron en el cuerpo otras cincuenta amapolas.

Pero aquella moza no podía ir sola al cadalso, sino entre un rojo cortejo de sangre republicana. Sacaron a los prisioneros que había que matar en caliente: el teniente de los carabineros, herido durante el combate, cuatro carabineros, que habían seguido la misma suerte de su teniente. Y otra muchacha: veintiséis años en flor que se negaron a aplaudir el paso de las tropas "negras" y a levantar el brazo a la romana. Cuentan que ésta escupió a los verdugos.

Los cadáveres formaban un cuadro macabro en la plaza. Treinta horas estuvieron abandonados al perro y al cuervo:
—¡Para que el pueblo los vea!
Después cogieron la lista de otras gentes pacíficas.
—¡A ver! ¿Quiénes votaron a las izquierdas?

Detuvieron a las muchachas más lindas del pueblo, hijas de republicanos. Rubias como el maíz. Las de voz de mar y corazón alegre como los pájaros. Las amigas del viento y de las gaviotas. Porque las beatas eran feas y repulsivas. Fueron contra las mozas como se va contra la luz. ¡Respetemos la sombra! Lo que hicieron con las muchachas será una modalidad corriente, en adelante, en todos los pueblos. Les cortan el pelo al rape. ¡El pelo, que es una onda rubia. El pelo rizado como una cascada de agua negra, limpia y jubilosa! ¡El pelo, que es el airón de la alegría y de la juventud¡ ¡La más alta corona de las vírgenes! Las pasean por el pueblo, como un escarnio, con las cabezas mondas. Mediante la amenaza de las pistolas, puestas sobre los pechos temblorosos, les dan a beber fuertes dosis de aceite de ricino. Estos iscariotes son descendientes de los mismos que daban a Cristo el vinagre y la hiel. Se han refinado. Son más crueles.

Después, lo que hacen en todos los caseríos; saqueos de los hogares adversarios a su política. Y escandalizarán en la prensa:
-¡Los “rojos” lo saquean todo! ¡Nuestros palacios, nuestras iglesias, nuestras casas, nuestras reliquias históricas!
Y ellos, en cambio, se llevan hasta el ganado. Son los cuatreros de Dios.



MUERTES PARALELAS
El destino trágico de los prohombres de la República.



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