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Los primeros días de guerra.

España a hierro y fuego (X).
Sublevación y represión en Galicia.
Por Alfonso Camín.

 

España a hierro y fuego (X).

Galicia.

Por Alfonso Camín.
Editorial Norte.
México, 1938.


En Vigo, principal puerto de Galicia, ciudad industrial y moderna, fue horrible la matanza de hombres de la República. Lamentan los negros no haber apresado el acorazado “Jaime I”, cuya oficialidad estaba toda comprometida.

—iPero la tripulación fué traidora!
¿Traidora, a quién? ¿Traidora a los traidores? La tripulación, fiel al Gobierno y a España, degolló a la oficialidad. Se adelantó a los que más tarde habían de degollar a una gran parte de la ciudad de Vigo, desde el trabajador del puerto y de la fábrica, a las autoridades civiles y a varios diputados del término.

El “Jaime I” levó anclas. Y cuando el barco ya estaba lejos, la tropa, emboscándose con vivas a la República, sacó a la calle su artillería. El pueblo salió de sus casas y cuando se agrupaba en las calles aplaudiendo la lealtad de las tropas, éstas abrieron fuego de cañón y de ametralladoras contra el pueblo. Cayeron las primeras filas de hombres y mujeres indefensos, y así se adueñaron de Vigo.

Las gentes trabajadoras y los hombres civiles más arriscados, pero con pocas armas y ningún militar que los guiara, porque todos se han sublevado, combatieron en las afueras. Pero sólo a la defensiva. Después de unas horas de lucha fueron copados y fusilados en grupo. Los que se entregaron buenamente, ante la imposibilidad de defensa, también fueron pasados por las armas. Los republicanos restantes, lo mismo trabajadores que hombres de carrera, fueron cazados de casa en casa. La tierra bebió sus últimas bocanadas de sangre.

Los que, buscando la frontera, se refugiaron en Tuy se hallaron entre dos fuegos. Portugal no los amparaba. Tuvieron que defenderse y morir. No tenían armas no siendo unos cuantos carabineros que se batieron heroicamente haciendo, antes de morir, verdaderos estragos entre los "negros". Los capturados sin armas, también fueron muertos en el mismo día.

De los mineros gallegos, engañados como los de Asturias, entre Santiago y La Coruña, poco se puede contar que no aumente la sangre y las víctimas. La Guardia Civil, cuerpo que se ha distinguido por su infidelidad a la República y su crueldad manifiesta, los fué ametrallando por los caminos, especialmente en él pueblo de Ordenes, provincia de La Coruña. Los guardias les tiraban a mansalva, parapetados en las paredes.

En Pontevedra y Santiago sucedió como en Orense. Dueñas las fuerzas del campo y de las armas, no hubo más que cortar cabezas arrancadas de los hogares.

La que resistió con más brío fué La Coruña. Si el pueblo tiene armas, La Coruña— donde se combatió dos días— pudo hacer fracasar la sublevación en las otras provincias gallegas. Pero el pueblo no tenía armas y quedó a merced de los capitalistas con trabuco, del Ejército y de los "negros" "falangistas", bien armados en los propios cuarteles.

Sabemos, por encima, que la tropa, adicta, como la de casi todas las guarniciones de España, a la nación republicana, fué sorprendida, engañada por la osadía de un grupo de comandantes y de coroneles. Que estos oficiales, hijos de ricachos y protegidos del capital rencoroso y fósil, le cerraron el paso al viejo general Caridad Pita, cuando, con su bastón de mando, quiso hacerse cargo personalmente de la tropa.
—I Aquí mando yo!— rugía el viejo general, trémulo de ira.
-¡Aquí no manda nadie, más que nosotros!

El general quiso salir de nuevo. Los oficiales le cerraron el paso. Eran veinte pistolas contra un pecho.

Mientras tanto, otros oficiales “negros”, al mando de un coronel, se hacían cargo de las fuerzas de los cuarteles. El general estaba preso. Se le arrebató el
mando. Se le fusiló después.

Asimismo fué también fusilado el general Salcedo, que no se encontraba de servicio. Le sorprendieron en la calle y corrió la misma suerte de su compañero.

El Gobierno Civil resiste. Las tropas sacaron unos cañones y dispararon contra el edificio, desde la explanada del puerto. El Gobernador hace lo que puede. Se defiende con algunos guardias de Asalto, algunos gendarmes y correligionarios civiles. Es hombre entero, pero no es hombre de armas. Hay unos momentos en los que ya flaquea. En cambio, la mujer es una leona rubia, una joven francesa con la que contrajo matrimonio hace pocos meses. Es valiente y es fina como un álamo al viento. Su cabeza parece una hoguera. Se le impone al marido:

—¡Nada de rendición! No se pacta con los bandidos. ¡Eres la Ley! ¡Eres la República! ¡Eres España! La actitud de la gobernadora prolongó la capitulación. Esto no es cosa que perdonen los "negros". Ni a ella ni a él. El ya está fusilado. Ella está presa, bien custodiada, en las afueras de La Coruña.

En La Coruña también han fusilado a Mazariegos, Presidente del Sindicato de Banca. Al diputado Miñones. A las Autoridades Civiles. A muchos paisanos, cuyos nombres se irán vertiendo en nuestros oídos, como si fueran gotas de agua de nieve.

Betanzos quiso defenderse. Voló el puente de piedra de la entrada del pueblo, que hace arco frente a la ría. Eran fuerzas de la Guardia Civil las que venían, como una masa negra y brillante, sobre Betanzos. Cayeron varios guardias muertos y heridos. Rugían como chacales.
—¡Ya nos las pagarán!
Y recularon a La Coruña.
La Guardia Civil “negra” tiene el concepto, ya de muy antiguo, que cada uno de ellos vale por cincuenta ciudadanos de España. Aquellas muertes costarán cien muertos.

Más tarde, cuando entran a Betanzos, reforzados por más "negros" de La Coruña, cumplen su palabra.
No dejan cabeza libre en Betanzos.
—¿Ya no hay más?
—Parece que no.
—Bueno. Ahora, a los pueblos.
Entran en las casas campesinas, sacan a rastras a los labriegos, los fusilan allí mismo, delante de las familias. Y si alguno se escapa, lo cazan por las tierras labradas.

Los fusilamientos en El Ferrol.

Vienen noticias de El Ferrol. Los "negros" de Lugo sienten una alegría siniestra por la tragedia del Apostadero gallego. Pero, al mismo tiempo, se sienten rebajados en sus categorías de asesinos con uniforme:
—Primero, nos ganan en Orense. Ahora, en El Ferrol. Aquí, en Lugo, somos unos idiotas. Nos entretienen todos los días con unos cuantos "rojos" de Asturías, unos "panchos" de Vegadeo, unas "anchoas" de Vivero y unos "grelos" de la provincia. Ayer nos trajeron unos "fanecas" de Luarca.
—¿Y qué?
—Ya están descabechadas. ¡Pero todo esto es nada! El Ferrol se porta mejor que nosotros. Aquí seguimos, ¡tan frescos!, dándole rancho a Vega de la Barrera.
Se referían a que aun estaba el pobre hombre vivo. Porque los espectros no comen. El día anterior nos contaba un carcelero:
—Vega de la Barrera da lástima. Parece no tener sangre. No prueba un bocado. Se extingue en el calabozo como un fantasma de cal: blanco, silencioso, con la razón al garete.

¿Qué es lo que sucedió en El Ferrol? ¡Un encanto para los "negros" de España! Peor que la tragedia de Badajoz, donde fueron dos mil y pico de ciudadanos apartados en un rincón y ametrallados en masa por los Tabores de Regularos y Banderas del Tercio. Se encienden los primeros cigarrillos en la hoguera de los cadáveres. ¡Cómo se venga el moro! ¡Cómo rebrinca el Tercio en España sobre la sangre extremeña! ¡Viva el general Franco! ¡Viva la cabra mascota!

En El Ferrol no andan con paliativos ni con pudores nocturnos. Se fusila “decentemente”. Con sol y con lluvia. Sin fijarse en la hora ni en los ojos acusadores. No se les sale del tuétano las palabras terribles que oí en Palencia:
-¡En España no hay quien se mueva en cien años!


El Ferrol era un pueblo de trabajadores del Astillero y trabajadores de la mar.
Un pueblo, donde la sociedad, el ciudadano de cultura, no ha vivido quieto en su concha, como la mayor parte de Galicia. Las ideas llegaban libres como los pájaros marineros. En el vestir y en el pensar, en las maneras finas, seguras y abiertas. El Ferrol más que un pueblo a la sordina, receloso y pausado, tiene un empaque europeo; inglés por la elegancia; español, por la lengua; gallego, por el acento nostálgico de su espíritu nómada. Los ferrolanos que han sobresalido, allí están en estatuas, animadas y sobrias. Franco, el aviador, tiene allí sus alas de gloria. Unas alas que no son las alas siniestras que más tarde desplegara en las Baleares para ametrallar la tierra española. Su hermano, el general Franco, también ferrolano, puede decir con un sarcasmo inaudito:
—La justicia empieza por casa.
Pero El Ferrol siempre podrá replicarle, ¡con justicia!, que no hay peor cuña que la del mismo palo.

Porque Franco se ha ensañado en su cuna. El Ferrol, de seguir así -que ha de continuar con el mismo afán trágico de las sentencias implacables y de los fusilamientos sin esperas- ¡será una fosa junto al mar!

Ya es ahora un desierto. Por las calles no se ven más que tropas, fiscales y víctimas. Víctimas de mar y tierra. Porque los hombres de mar todos son “juzgados” y muertos en el Apostadero gallego.

En El Ferrol sí hubo oposición sangrienta al triunfo de los «negros».
La clase culta y las masas trabajadoras -las que producen, con la inteligencia y con el brazo en las industrias y en el Astillero son todas gentes liberales—. Solamente la oficialidad —parte de la oficialidad— del Astillero y de los barcos de guerra son de la vieja casta borbónica. Podredumbre dorada. La República les da a estos hombres lo suyo. ¡No importa! ¡No les basta! Necesitan de la jerarquía, ¡La jerarquía, como la llaman ellos: trabajar cien para uno. El palo y "tente tieso". El pensamiento a la medida de sus vaciedades. De lo contrario, ya se sabe. Primero, la mordaza y el hambre. Después, anulación del hombre y del pensamiento. La pluma es un estorbo, si no se pone al servicio de las miserias "jerárquicas".

Confieso que yo, en toda mi vida, no he oído nunca hablar tanto de "jerarquías" como en estas semanas de guerra. O sea: que el hombre presume siempre de lo que carece. Estoy asfixiado de tanta sangre y tantas "jerarquías". Regularmente el que me habla de "jerarquías" es un mocito petulante que no acabó sus estudios porque su padre es rico y tiene un criadero de puercos.

En El Ferrol hubo fuertes combates entre la oficialidad y las tripulaciones. A ratos la lucha estuvo indecisa. Pero las armas y el mando se encontraban en manos de los traidores. Se acorraló a la tripulación con ametralladoras. Parte de las dotaciones de los barcos fueron barridas de las cubiertas. Obreros y marinos quedaron reducidos a la impotencia. Los sublevados se apoderaron de dos barcos de guerra magníficos, uno, terminado y otro, incompleto: el “Baleares” y el “Canarias”. Asimismo del “Almirante Cervera” que, desde los primeros días, campeó libre por el mar Cantábrico y fue a bombardear Gijón, Navia y otros pueblecillos indefensos de la costa asturiana.

El “Canarias» quedó listo en unos días. Prometieron, para ganar tiempo, perdonarles la vida a los obreros que trabajan en él. Terminado el trabajo, los fusilaron. No sé si los verdugos se habrán arrepentido a estas horas. Porque les hace falta echar a la mar el “Baleares”. Como no tienen obreros, tardarán más tiempo. Tendrán que venir técnicos alemanes. Pero como les faltan los hombres de la mano de obra, lo arreglarán como quiera. Mal montados los cañones, incompletas las baterías, lo veremos más tarde en el puerto de La Coruña, metiendo miedo a los habitantes más que al enemigo de mar afuera. Cuando se va de “aventuras”, lo hará a la vista de los cruceros alemanes. O guarnecido por los bous gallegos, que están armados en corso.

MUERTES PARALELAS.
El destino trágico de los prohombres de la República.


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