Discurso
pronunciado por Francisco Largo Caballero
en el teatro-cine Pardiñas de Madrid
el 17 de Octubre de 1937 (III).
EL
EJEMPLO DEL P.S.U. DE CATALUÑA
¡Si
tendremos fundamento para sospechar lo que se quiere hacer
con la U.G.T., que se pretende hacer con ella lo que se
ha hecho con la organización de Cataluña!
Sabéis que en Cataluña existe lo que llaman
Partido Socialista Unificado, que no es Partido Socialista
Unificado, sino el partido comunista catalán. (Una
voz: el P.S.U.C). Eso es; ese es el apodo, pero la realidad
es que, desde el primer momento, ingresó en la III
Internacional, y los que allí dirigen lo que llaman
U.G.T., son comunistas y tienen al servicio de ellos esa
organización o procuran tenerla. De lo que
se trata es de que, teniendo Cataluña la organización
de la U.G.T. al servicio de los comunistas y, de hecho,
teniendo también en España a nuestro partido
al servicio de los comunistas, como la única organización
que podía discrepar es la U.G.T., quieren apoderarse
de ella para ponerla al servicio de los mismos elementos.
Nosotros no lo podemos permitir; nosotros queremos que la
Unión General sea libre y que ella determine cuáles
son sus líneas políticas y sociales, pero
no ponerla al servicio de nadie. ¡Absolutamente de
nadie! En cambio, a nosotros se nos acusa de anarcosindicalistas,
porque estamos en relaciones con la Confederación,
con la que se quieren poner ellos también en relación
(grandes risas), que serán, asimismo, anarcosindicalistas.
(Aplausos.)
JUEGO
LIMPIO CON LA C.N.T.
Lo
gracioso, compañeros, es que esto lo hacen con la
intención de ofendernos. ¡Ofendernos a nosotros
porque estemos en relaciones con la Confederación!
Están completamente equivocados. Lo que hace falta
es jugar limpio, y yo tengo que recordar —algo he
dicho antes— aquellas campañas que se hicieron,
de carácter electoral, en las que dirigíamos
llamamientos a los elementos de la Confederación
y a los anarquistas, diciéndoles: «las libertades
de España están en peligro; venid a ayudarnos
y vamos a derrotar al fascismo y a vencer al enemigo».
Me vais a permitir un poco de digresión en esto.
Desde hace muchos años, cuando vivía Pablo
Iglesias, ya hacíamos nosotros campaña contra
el apoliticismo de la Confederación. Considerábamos
que esa actitud era equivocada. Ellos entendían lo
contrario, pero nosotros creíamos que la Confederación
debía entrar en la acción política.
Esta es la aspiración de todos, absolutamente de
todos: que los trabajadores actúen políticamente
como clase, en contra de la clase burguesa. Lo hemos dicho
siempre. En las elecciones, cuando veíamos
en peligro las candidaturas de izquierda, no teníamos
ningún escrúpulo en llamar a la Confederación
y a los anarquistas, pidiéndoles que votaran con
nosotros, pero cuando han votado y ya estamos en el Parlamento
y se han constituido los Gobiernos, les decimos: «¡vosotros
no podéis ya intervenir en la vida política;
habéis cumplido con vuestro deber!» (Muy bien;
prolongados aplausos.) ¿No habíamos
quedado los socialistas y los elementos de la U.G.T. en
que no debía haber ningún sector en España
que fuera indiferente a la acción política?
Si habíamos quedado en eso, al entrar en la acción
política se entra con plenos derechos, íntegramente,
no como simples agentes electorales para darnos el triunfo,
sino para algo más, porque si fuera para eso sólo,
yo tendría que decir a los compañeros de la
Confederación que no hicieran caso de esos llamamientos.
No, no; eso es de mucha más importancia de lo que
creen algunos.
LA
POLÍTICA Y LOS SINDICATOS
Esta
campaña que se está haciendo contra los sindicatos,
porque dicen que los sindicatos quieren sustituir a los
partidos políticos, es una de tantas engañifas
como están corriendo por ahí. No;
aquí lo que hay es una cosa que conviene aclarar.
Y es la siguiente: cuando el Partido Socialista Obrero Español
luchaba él sólo contra la burguesía,
le era muy difícil poder triunfar, y cuando el Partido
Socialista comprendió la conveniencia de que toda
la clase trabajadora interviniese en la acción política,
cambió de criterio y en vez de decir que los sindicatos
eran simples sociedades de resistencia para la lucha económica
contra el burgués, contra el patrono, se les dijo:
«en ésas organizaciones tú debes luchar
políticamente». Y cuando venían elecciones
de diputados se les pedía dinero, y se les pedía
que votasen a los diputados socialistas, y también
se les pedían apoyos para las elecciones a concejales,
y en los pueblos se eligieron concejales que eran representantes
de organizaciones sindicales. ¿Cómo después
de que nosotros, al cabo de años y años, hemos
educado a la masa obrera en el sentido de que debe actuar
políticamente con intensidad, podemos, en un momento
dado, decirle a esa clase trabajadora que como está
en los sindicatos no tiene derecho a intervenir en la gobernación
del Estado? Además, eso está en contra de
lo que dicen los Estatutos de la Unión General. No,
no; hemos dicho que el poder ha de ser para la clase trabajadora,
y si el poder ha de ser para ella naturalmente que los sindicatos
tienen su actuación en la política. Porque
si volvemos otra vez atrás y les decimos a los sindicatos
que no deben intervenir en tal o cual momento, nos exponemos
a que cuando las aguas vuelvan a su cauce y les dirijamos
llamamientos, nos digan: «¡Ahora, lo hacéis
vosotros! ¿No nos habéis dicho que nosotros
no tenemos derecho a intervenir en la vida política
del Estado?» En esto hay que andar con mucho cuidado,
¡con muchísimo cuidado!
LA
LEALTAD DE LA C.N.T.
Naturalmente
que ha habido, por parte de algunos compañeros de
la Confederación, un error, como los comete todo
novicio en la vida política. Se lo digo con toda
fraternidad a estos camaradas: son un poco inocentes en
política. Todavía creen que todos somos buenas
personas. (Risas.) Creen que en política
basta el razonamiento, basta tener razón. Ya se irán
convenciendo —-¡ya se van convenciendo!—
de que la política, por desgracia, tiene muchos recovecos
y muchas veces no basta tener buenos propósitos,
ni mucho menos. Pero ellos siguen todavía con esa
idea, y llegó un momento en que querían nada
menos que en el Gobierno hubiera una representación
proporcional de fuerzas de cada sector: los partidos políticos
como tales partidos, las organizaciones sindicales como
tales organizaciones. Claro que si se hace un Gobierno con
representación proporcional de las fuerzas de cada
uno de los elementos, resultarían en mayoría
los sindicatos, pero no quieren excluir ni mucho menos a
los partidos políticos. Esta era la teoría
de ellos, y por eso los partidos políticos, en general,
han dicho: «he aquí un peligro; éstos
vienen ahora a desbancarnos del Poder, y, naturalmente,
hay que defendernos». Por eso han hecho una cruzada
contra ellos. Pero es injusto, compañeros, completamente
injusto. Y, sobre todo, yo llamo la atención
a todos los trabajadores sobre el peligro que significaría
dar de lado a una organización como la Confederación,
que ha entrado en el Gobierno y ha trabajado con entera
libertad —yo estoy dispuesto a discutirlo con el que
quiera, públicamente—, porque estos hombres,
en el Gobierno, podrán haber tenido alguna pretensión
exagerada, por no tener conocimiento práctico todavía
de lo que era la política; pero en cuanto a buena
fe, buena voluntad, lealtad, están por encima de
muchos elementos que hablaban siempre de ella (muy bien),
¡por encima de muchos! (Grandes aplausos.)
Yo recuerdo cuando elementos de la Confederación
hicieron una campaña contra el ministro de Marina.
Yo procuré hablar con ellos, advertirles los inconvenientes
que aquello tenía, y desistieron de la campaña,
cosa que no han hecho otros.
Porque
habréis observado que hay disposiciones del Gobierno
que se boicotean luego y, si no se dice que no se cumplan,
se distrae con otras cuestiones, como las que me planteaban
a mí. Por ejemplo: sabéis que hay una disposición
del ministro de Defensa Nacional prohibiendo el proselitismo
en el Ejército y las exhibiciones militares, etc.
Pues bien; callan algún tiempo y luego dicen: «¡bueno,
la aceptamos!». ¡Como si los ciudadanos tuviésemos
que decir eso! Los ciudadanos tenemos que aceptarlas desde
el primer momento. No hacemos ningún favor al Gobierno
con aceptar sus disposiciones, como otros pretenden hacer
ver al decir: «para que veáis que somos buenos
chicos, ahora recomendamos que se acepte». (Risas.)
No. Pero en seguida comienzan con otra campaña; en
seguida dicen: «hay que tener reservas; no bastan
las reservas que hay». No atacan por otro lado, pero
atacan por el de las reservas. ¡Reservas! Se están
pidiendo las quintas que todos sabéis. Y, aun suponiendo
que no las hubiese, el deber patriótico de ellos
era callarse, porque, hablar así, es decir al enemigo
nuestra situación, es una denuncia al enemigo, diciéndole:
«¡no hay reservas; podéis hacer lo que
queráis!».
Otra campaña: material de guerra, industrias
de guerra, hay que hacer esto o lo otro. Teniendo como tienen
ministros en el Gobierno, eso no se puede decir fuera. Eso
lo pueden hacer los que no tienen representación
en el Gobierno. Los que tienen representación en
él lo hacen dentro. Pero decirlo en los periódicos
es decir a Franco: «no tenemos municiones, no tenemos
industrias de guerra». (Clamorosa ovación.)
Por
eso os digo que son más leales los compañeros
de la Confederación que los otros. No tienen más
que e] defecto apuntado: que son un poco inocentes; no saben
todavía; no conocen la política como la conocen
los otros. Yo recuerdo un caso que me ocurrió a mí
—y lo digo ahora incidentalmente, porque ya lo explicaré
en otra ocasión—, a propósito de las
campañas que se hacían. Unas veces pedían
reservas; otras decían que teníamos muchos
hombres. Aseguraban: «tenemos hombres; tenemos armas,
tenemos municiones, tenemos aviones, tenemos tanques; lo
que hay que hacer es aplicarlos bien; hay que dárselos
a los combatientes, porque si no se los damos a los combatientes,
los combatientes sufrirán las consecuencias».
Tuve yo que llamar a algunos de esos elementos y enseñarles
los datos que tenía (porque yo llevaba al día
la estadística de todas las municiones, de todos
los fusiles, de todas las ametralladoras, con una cuenta
corriente de salidas y entradas). Cuando estos hombres,
en los periódicos, aseguraban que teníamos
esto, pero que no se aplicaba bien porque el ministro de
la Guerra no lo daba, tenía yo entonces a disposición
mía ¡veintisiete fusiles en toda España!
Lo digo porque ya pasó: yo llamé
a uno de los agentes que teníamos dentro del Gobierno,
y le dije: «Mire usted: ¿qué hago yo?
¿Salgo públicamente a decir que esto es una
falsedad y que no tengo más que estos fusiles? Con
eso, lo que hago es enterar al enemigo de nuestra situación.
¿Me callo? Si me callo, la opinión pública
dirá: si los combatientes no vencen es porque el
ministro de la Guerra no les da el material que tiene.»
(Muy bien; grandes aplausos).
Ésa
es la política que se hace. Y, naturalmente, hay
que agradecer en esa situación el que ciertos elementos
sean leales y cumplan con su deber, y hay poner en evidencia
a los otros, también.
SOLUCIÓN:
EL CONGRESO DE LA U. G. T.
Volviendo
a la cuestión de la Unión General, nosotros
afirmamos que esta Comisión Ejecutiva que se ha organizado
no es legal, no tiene autoridad, porque incluso nuestros
estatutos dicen claramente, en uno de sus artículos,
que, para destituir al Comité Nacional, debe
irse al referéndum. Claro que a ellos no
les interesa. En el artículo 55 se dice: «Cuando
se tomen acuerdos de importancia por escasa mayoría,
el Congreso podrá someter el asunto a un referéndum
entre todos los confederados. También podrá
el Comité Nacional someter a referéndum todos
aquellos asuntos graves e imprevistos que afecten a la totalidad
de la organización, como decidir una acción
general que en determinado momento debe desarrollar la Unión
General, para aumentar o reducir las cuotas y para resolver
las propuestas que pudieran presentarse de destitución
del Comité Nacional.»
Es
decir, que si estos individuos creen que la Ejecutiva debe
ser discutida, podían haber pedido un referéndum
entre todas las organizaciones, pero, en vez de eso, se
reúnen unas cuantas veces y dicen que son autónomas,
que no tienen que contar con sus organizaciones para proceder,
y otras veces dicen que representan a sus Federaciones.
¿En qué quedamos? La interpretación
que damos nosotros es que los vocales del Comité
Nacional no pueden hacer nada por cuenta propia, porque
representaban o deben representar a las Federaciones. Si
nosotros permitimos que se haga esto de una manera personal
e individual, entonces lo que hacemos es consolidar el caciquismo
dentro de nuestras organizaciones, y eso no puede ser. Y
ya que no se ha ido al referéndum, nosotros decimos:
«¿quieren un Congreso nacional?». Nosotros
lo celebramos, y que las organizaciones obreras, de una
manera libre, digan quién tiene razón, y que
aquél que haya faltado que se le expulse o se le
suspenda, pero erigirse ellos —o nosotros— en
dueños de la organización y hacer lo que nos
parezca bien, no; eso no es correcto, ni nos parece reglamentario.
LA
UNIFICACIÓN DEL PROLETARIADO
Finalmente,
voy a hablar de un tema que he tenido el propósito
de reservar hasta última hora. Muchos se habrán
hecho la siguiente pregunta: y ¿qué piensa
Largo Caballero de la unificación del proletariado?
Se ha especulado mucho con esto. El silencio por mí
guardado, se ha interpretado, incluso, como si yo fuese
enemigo de la unificación del proletariado. Pues
voy a decir aquí lo que pienso sobre el particular:
Largo Caballero no ha retrocedido ni un ápice del
pensamiento que tenía en cuanto a la conveniencia
de la unificación del proletariado español.
Mantiene exactamente el mismo criterio. Lo que pasa es que
otros no lo mantienen. Es decir, hay unos que, en este tiempo
de guerra, no hemos hablado de la unificación, pero
que creemos que es una conveniencia y una necesidad; y otros
que hablan de unificación, y después, «sotto
voce», dicen que la unificación no es posible.
Y no se hace.
LA
UNIFICACIÓN JUVENIL
Yo
hablé algún tiempo de la unificación,
por ejemplo, en las Juventudes Socialistas. Cuando yo hablaba
de la unificación de las Juventudes Socialistas,
o marxistas, mejor dicho, yo me refería a las Juventudes
Socialistas, a las Juventudes Comunistas y hasta a las Juventudes
Libertarias, a toda la juventud revolucionaria. Convenía
fusionarse orgánicamente; pero lealmente. ¡Ah!
Pero de entonces acá, no yo, sino otros que
hablaban entonces también de unificación de
las juventudes, la han interpretado en el sentido de que
la verdadera unificación de la juventud se hace por
edades, no por ideologías; es decir, que ya no van
a atraer solamente a los socialistas, los comunistas y los
libertarios, sino hasta a los católicos, a los enemigos
del régimen que nosotros queremos implantar. ¡Ah!
Eso, no, y no. (Aplausos).
La
unificación de la juventud española ha de
realizarse con el propósito de preparar el terreno
para hacer la revolución que nosotros deseamos,
y eso no lo pueden realizar más que los que piensen
y tengan ideologías iguales o parecidas, los que
por lo menos sean enemigos del régimen capitalista,
pero aliarse —no aliarse, fusionarse— con los
católicos, que son enemigos del régimen que
nosotros queremos implantar y quieren mantener el régimen
de privilegio que hoy existe y que. nos ha provocado esta
guerra... ¡con esos Largo Caballero no puede estar!
(Muy bien: aplausos).
LA
DESVIACIÓN DE LA JUVENTUD
Se
dice: es fundamental para las juventudes la alegría,
divertirse. Yo no digo que no. Seríamos unos imbéciles
si dijésemos a la juventud: «no te diviertas,
no tengas alegría». Naturalmente—alguien
lo ha dicho de una manera muy sencilla, pero muy exacta—,
para divertirse y tener alegría, hacen falta muchas
cosas, y en la situación de guerra en que nos hallamos
no es fácil que haya alegría ni que se puedan
divertir como quisieran. Aquí lo trágico
es que se quiere entretener a una juventud con bailes, con
deportes, cosas que están bien cuando hay tiempo
para todo eso. Pero ahora que estamos en guerra, no se puede
hablar de esas cosas. Además, una juventud
revolucionaria podrá divertirse. Eso será
lo supletorio. Pero que una organización considere
que lo principal es bailar y es la juerga... ¡eso
no! (Risas.) ¡Eso de ninguna manera! Lo primero son
los ideales, y después de los ideales, como jóvenes,
ellos harán lo que tengan que hacer, pero que las
organizaciones revolucionarias, con dos erres, como ellos
dicen... (Aplausos), que las organizaciones revolucionarias,
con diez o doce erres, ocupen su tiempo en organizar actos
de diversión, en vez de educar a la masa obrera juvenil
en las ideas redentoras de la Humanidad, a mí me
parece un verdadero crimen, háyalo aconsejado quien
lo haya aconsejado. (Una vos: ¡Alerta estamos!)
LA
UNIFICACIÓN DE LOS PARTIDOS MARXISTAS
Eso
por lo que se refiere a la juventud. En lo que afecta a
la unificación del Partido Socialista y el Partido
Comunista, yo no he retrocedido nada. Únicamente
lo que pido es que aquéllos que en algún tiempo
querían hacer esta fusión, se mantengan en
el mismo terreno que antes nos manteníamos, que era
el de hacer una fusión de los dos partidos con un
programa revolucionario. Yo recuerdo bien que, cuando
hablábamos de esto, el partido comunista nos ponía
como condición, porque así se había
acordado en Moscú, que rompiéramos relaciones
con todos los partidos burgueses. ¿Lo mantienen ahora?
(Voces: No, no.) ¿Mantienen ahora que rompamos con
todos los partidos burgueses, como querían antes?
No; al contrario. La consigna de ahora es que volvamos otra
vez a antes del 18 de julio. (Aplausos.) Y si la unificación
ha de ser con la condición de que toda la sangre
vertida sirva para que germine otra vez en nuestro país
la clase que ha sido responsable principal de la guerra
que padecemos, ¡Largo Caballero no está por
ese sistema! (Voces: Ni nosotros.) No podemos ser
unos locos que queramos implantar un régimen nuevo
de la noche a la mañana; pero sí decimos que
no es justo ni es lógico que, después de la
tragedia de España, se esté ahora reponiendo
a todos los caciques, a todos los propietarios, a todos
los elementos que son los principales culpables de esta
guerra. (Muy bien; aplausos.)
De modo es que, si esos elementos quieren la unificación
como entonces hablábamos y para lo que entonces hablábamos,
Largo Caballero no ha retrocedida nada.
LA
INTELIGENCIA CON LA C. N. T.
Con
la Confederación es más difícil la
fusión. No debemos engañar. a los compañeros
hablándoles de fusión de la Confederación
y la Unión General. Quien sabe si con el tiempo...
Pero, por ahora, no. ¡Ah! Pero yo os digo que con
la Confederación que ha entrado en la vida política
(perdonadme un rasgo de cierta vanidad: una de las cosas
que en mi historia política consideraré como
un galardón es el haber contribuido a que estos compañeros
entren de lleno en la vida política de nuestro país;
históricamente, me hago responsable de todo lo que
pueda haber en eso). (Muy bien; grandes aplausos). Con
estos compañeros que han reconocido nuestra honradez,
nuestro buen propósito, nuestras ansias por traer
un nuevo régimen mejor que el en que vivimos, en
aquello que podamos estar de acuerdo, debemos ir juntos,
debemos colaborar juntos, porque yo tengo la confianza de
que, con el tiempo, estos compañeros reconocerán
que los ideales que tienen, un poco a juicio mío,
no diré fantásticos, pero sí algo inocentes,
de crear una sociedad en donde todos seamos buenos y honrados
—como decía la Constitución del 12—,
no son posibles porque la Humanidad no es así, y
para conseguir que a eso llegara la Humanidad, hay que recorrer
muchas etapas, de socialismo, de comunismo y, luego, se
irá incluso al anarquismo, porque el anarquismo —en
contra de lo que afirman y propagan nuestros enemigos, que
creen que anarquismo es el caos, que nadie se entiende—
es un ideal que pretende implantar un régimen que,
a juicio mío, es utópico hoy, porque quiere
la perfección de la Humanidad y eso es imposible.
Pero no por eso hemos de estar nosotros en frente de ellos,
y cuando ellos se convenzan de las imperfecciones de esta
Humanidad, habrán de reconocer que tenemos que ir
todos de común acuerdo para ir salvando todos esos
obstáculos y llegar a lo que desean. ¿Quién
se va a oponer a eso? Nadie. Por eso me parece que si
con la Confederación no podemos hacer la fusión,
lo que sí podemos es tener unos lazos de unión,
de comprensión, de relaciones, que no nos ataquemos
unos a otros, que nos respetemos nuestras organizaciones,
que vayamos convenciéndonos todos de que debemos
ser después todos unos. Yo entiendo que ahora esto
no se puede hacer.
QUÉ
SERIA DESHONROSO
¿Es
que esto no es conveniente para la clase obrera? ¿Es
que por eso yo soy anarquista, como dicen algunos elementos?
Además, que a mí eso no me deshonraría;
a mí lo que me deshonraría es que, habiendo
sido socialista marxista, me hiciese católico (Grandes
y prolongados aplausos.) A mí lo que me deshonraría
es que, habiendo estado en este partido y teniendo una vida
pública modesta, pero consecuente, un día
se supiese, por ejemplo, que había ingresado en-un
partido republicano burgués por coger unos cuantos
puestos o unos cuantos privilegios que me puedan conceder
desde un Ministerio. (Asentimiento.) ¡Eso sí
que me deshonraría! Pero si yo, un día me
convenciese, teóricamente, de que el anarquismo era
posible, y por el estudio o por la evolución de las
ideas lo comprendiese, lo diría públicamente
y no me deshonraría por eso. jEstaría bueno
que se pueda considerar como una deshonra para nadie llamarle
anarquista! Eso son residuos de las teorías burguesas,
porque como ha habido en España, y en todas partes,
lo que llamaban «anarquistas de acción»
—que se les asimilaba a los criminales—, ahora
creen que todos los anarquistas hacen lo mismo. Son cosas
que pasaron y que, por desgracia, no sé si tendrán
que volver ahora, porque esas cosas no se producen en los
cerebros de una manera espontánea, sino como consecuencia
de una tiranía, de una dictadura, embozada o franca,
que pueda haber en el régimen social en que vivimos.
Si las cosas se ponen de manera que no se pueda vivir, política
ni socialmente, ni de ninguna otra manera, al fin y al cabo
el hombre tiene dentro lo que tienen todos los animales:
el instinto de defensa, y se defiende como puede. Lo que
hay que procurar es no dar motivo para que lo hagan, y no
confundir la dictadura del proletariado con la dictadura
de un grupo de personas privilegiadas. (Aplausos.) Cuando
Marx habló de la dictadura del proletariado, ya dijo
del proletariado, no de Fulano, no de Mengano, de tal partido,
de tal organización, sino de la clase trabajadora
organizada, que será la que se imponga y no deje
levantar la cabeza a nuestro enemigo común.
ANÁLISIS
SERENO DE LAS CUESTIONES
Comprenderéis
que para empezar es bastante. Después de tanto tiempo,
ha perdido uno hasta la costumbre... (Risas.) No os voy
a pedir más que una cosa: que todo lo que oigáis
sobre este pleito de la Unión General lo analicéis,
lo estudiéis; que no os fiéis de lo que diga
una Prensa, que, como ya habéis visto, está
toda contra nosotros. De cuanto se publique, pensad si puede
ser verdad o no. Yo no quiero sacar aquí el cristo
para nada; pero cuando a los cuarenta y siete años
de organización obrera oigo decir que Largo Caballero
quiere imponer una política personal, me río.
Parece mentira que algunos amigos no se hayan dado cuenta,
en cuarenta y siete o cuarenta y ocho años, de que
yo era un tirano, de que yo era un hombre que trataba de
imponerme a todo el mundo. Una de dos: o estos amigos y
los trabajadores que le oyen a una son tontos, o es uno
demasiado pillo. (Risas.) Yo no me lo puedo explicar. No,
no. Por ejemplo, se dice que yo quiero imponer mi voluntad
en la Unión, como se ha dicho que la he querido imponer
en el Partido Socialista, como se dice que la he querido
imponer en el Gobierno. De eso ya hablaré en su momento.
Pero, camaradas, ¿es que no me conocéis?
Al
cabo de los años —ya he entrado en los 69—,
a los 69 años, han corrido por ahí la especie
de que yo, físicamente, estaba mal. En Francia, cuando
he estado, la primera pregunta que me dirigían era:
«¿está usted mejor de salud?»
(Risas.) Y yo les decía: «Pero si yo no he
estado enfermo; si yo estoy sano». Clara que hay algunos
que se empeñan en que yo no esté bien. (Más
risas.) Pero yo les advierto que para rato tienen, porque,
mientras Largo Caballero viva y vivan otros compañeros
que tenemos noción de nuestra responsabilidad, como
tenemos noción del cumplimiento de nuestro deber,
no permitiremos que nuestro Partido y nuestra U. G. T. caigan
en manos de sus naturales enemigos.
Cuando
se nos elige para defender o representar una organización,
no debe extrañar que nosotros tengamos tesón
y continuemos defendiendo la U. G. T. y que digamos a todos
los trabajadores: iViva la Unión General de Trabajadores
de España! (Los concurrentes prorrumpen en vítores.)
iNo hay más Unión General de Trabajadores
de España que la representada por esta Ejecutiva,
digan lo que quieran otros elementos! iNo hay otra ni puede
haber otra!
¿TRANSIGEN?
TRANSIGIMOS
Se
ha dicho en un mitin que estaban dispuestos a todas las
transacciones. Nosotros, también. No nos negamos
a ninguna transacción, si hace falta, para llegar
a una solución. Pero ¿por qué no aceptan
el armisticio? ¿Por qué no aceptan que, mientras
tanto, no se produzcan las campañas que están
haciendo de calumnia y de injuria? ¡Ah! ¿No
quieren? ¿Quieren tomar posiciones? ¡Pues nosotros
nos defenderemos! ¡Camaradas: a luchar hasta
vencer, en la guerra y en la revolución!
He terminado.