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Crítica republicana a la II República
Discurso de Largo Caballero en Octubre de 1937 (III).

Discurso pronunciado por Francisco Largo Caballero
en el teatro-cine Pardiñas de Madrid
el 17 de Octubre de 1937 (III).

 

EL EJEMPLO DEL P.S.U. DE CATALUÑA

¡Si tendremos fundamento para sospechar lo que se quiere hacer con la U.G.T., que se pretende hacer con ella lo que se ha hecho con la organización de Cataluña! Sabéis que en Cataluña existe lo que llaman Partido Socialista Unificado, que no es Partido Socialista Unificado, sino el partido comunista catalán. (Una voz: el P.S.U.C). Eso es; ese es el apodo, pero la realidad es que, desde el primer momento, ingresó en la III Internacional, y los que allí dirigen lo que llaman U.G.T., son comunistas y tienen al servicio de ellos esa organización o procuran tenerla. De lo que se trata es de que, teniendo Cataluña la organización de la U.G.T. al servicio de los comunistas y, de hecho, teniendo también en España a nuestro partido al servicio de los comunistas, como la única organización que podía discrepar es la U.G.T., quieren apoderarse de ella para ponerla al servicio de los mismos elementos. Nosotros no lo podemos permitir; nosotros queremos que la Unión General sea libre y que ella determine cuáles son sus líneas políticas y sociales, pero no ponerla al servicio de nadie. ¡Absolutamente de nadie! En cambio, a nosotros se nos acusa de anarcosindicalistas, porque estamos en relaciones con la Confederación, con la que se quieren poner ellos también en relación (grandes risas), que serán, asimismo, anarcosindicalistas. (Aplausos.)

JUEGO LIMPIO CON LA C.N.T.

Lo gracioso, compañeros, es que esto lo hacen con la intención de ofendernos. ¡Ofendernos a nosotros porque estemos en relaciones con la Confederación! Están completamente equivocados. Lo que hace falta es jugar limpio, y yo tengo que recordar —algo he dicho antes— aquellas campañas que se hicieron, de carácter electoral, en las que dirigíamos llamamientos a los elementos de la Confederación y a los anarquistas, diciéndoles: «las libertades de España están en peligro; venid a ayudarnos y vamos a derrotar al fascismo y a vencer al enemigo». Me vais a permitir un poco de digresión en esto. Desde hace muchos años, cuando vivía Pablo Iglesias, ya hacíamos nosotros campaña contra el apoliticismo de la Confederación. Considerábamos que esa actitud era equivocada. Ellos entendían lo contrario, pero nosotros creíamos que la Confederación debía entrar en la acción política. Esta es la aspiración de todos, absolutamente de todos: que los trabajadores actúen políticamente como clase, en contra de la clase burguesa. Lo hemos dicho siempre. En las elecciones, cuando veíamos en peligro las candidaturas de izquierda, no teníamos ningún escrúpulo en llamar a la Confederación y a los anarquistas, pidiéndoles que votaran con nosotros, pero cuando han votado y ya estamos en el Parlamento y se han constituido los Gobiernos, les decimos: «¡vosotros no podéis ya intervenir en la vida política; habéis cumplido con vuestro deber!» (Muy bien; prolongados aplausos.) ¿No habíamos quedado los socialistas y los elementos de la U.G.T. en que no debía haber ningún sector en España que fuera indiferente a la acción política? Si habíamos quedado en eso, al entrar en la acción política se entra con plenos derechos, íntegramente, no como simples agentes electorales para darnos el triunfo, sino para algo más, porque si fuera para eso sólo, yo tendría que decir a los compañeros de la Confederación que no hicieran caso de esos llamamientos. No, no; eso es de mucha más importancia de lo que creen algunos.

LA POLÍTICA Y LOS SINDICATOS

Esta campaña que se está haciendo contra los sindicatos, porque dicen que los sindicatos quieren sustituir a los partidos políticos, es una de tantas engañifas como están corriendo por ahí. No; aquí lo que hay es una cosa que conviene aclarar. Y es la siguiente: cuando el Partido Socialista Obrero Español luchaba él sólo contra la burguesía, le era muy difícil poder triunfar, y cuando el Partido Socialista comprendió la conveniencia de que toda la clase trabajadora interviniese en la acción política, cambió de criterio y en vez de decir que los sindicatos eran simples sociedades de resistencia para la lucha económica contra el burgués, contra el patrono, se les dijo: «en ésas organizaciones tú debes luchar políticamente». Y cuando venían elecciones de diputados se les pedía dinero, y se les pedía que votasen a los diputados socialistas, y también se les pedían apoyos para las elecciones a concejales, y en los pueblos se eligieron concejales que eran representantes de organizaciones sindicales. ¿Cómo después de que nosotros, al cabo de años y años, hemos educado a la masa obrera en el sentido de que debe actuar políticamente con intensidad, podemos, en un momento dado, decirle a esa clase trabajadora que como está en los sindicatos no tiene derecho a intervenir en la gobernación del Estado? Además, eso está en contra de lo que dicen los Estatutos de la Unión General. No, no; hemos dicho que el poder ha de ser para la clase trabajadora, y si el poder ha de ser para ella naturalmente que los sindicatos tienen su actuación en la política. Porque si volvemos otra vez atrás y les decimos a los sindicatos que no deben intervenir en tal o cual momento, nos exponemos a que cuando las aguas vuelvan a su cauce y les dirijamos llamamientos, nos digan: «¡Ahora, lo hacéis vosotros! ¿No nos habéis dicho que nosotros no tenemos derecho a intervenir en la vida política del Estado?» En esto hay que andar con mucho cuidado, ¡con muchísimo cuidado!

LA LEALTAD DE LA C.N.T.

Naturalmente que ha habido, por parte de algunos compañeros de la Confederación, un error, como los comete todo novicio en la vida política. Se lo digo con toda fraternidad a estos camaradas: son un poco inocentes en política. Todavía creen que todos somos buenas personas. (Risas.) Creen que en política basta el razonamiento, basta tener razón. Ya se irán convenciendo —-¡ya se van convenciendo!— de que la política, por desgracia, tiene muchos recovecos y muchas veces no basta tener buenos propósitos, ni mucho menos. Pero ellos siguen todavía con esa idea, y llegó un momento en que querían nada menos que en el Gobierno hubiera una representación proporcional de fuerzas de cada sector: los partidos políticos como tales partidos, las organizaciones sindicales como tales organizaciones. Claro que si se hace un Gobierno con representación proporcional de las fuerzas de cada uno de los elementos, resultarían en mayoría los sindicatos, pero no quieren excluir ni mucho menos a los partidos políticos. Esta era la teoría de ellos, y por eso los partidos políticos, en general, han dicho: «he aquí un peligro; éstos vienen ahora a desbancarnos del Poder, y, naturalmente, hay que defendernos». Por eso han hecho una cruzada contra ellos. Pero es injusto, compañeros, completamente injusto. Y, sobre todo, yo llamo la atención a todos los trabajadores sobre el peligro que significaría dar de lado a una organización como la Confederación, que ha entrado en el Gobierno y ha trabajado con entera libertad —yo estoy dispuesto a discutirlo con el que quiera, públicamente—, porque estos hombres, en el Gobierno, podrán haber tenido alguna pretensión exagerada, por no tener conocimiento práctico todavía de lo que era la política; pero en cuanto a buena fe, buena voluntad, lealtad, están por encima de muchos elementos que hablaban siempre de ella (muy bien), ¡por encima de muchos! (Grandes aplausos.) Yo recuerdo cuando elementos de la Confederación hicieron una campaña contra el ministro de Marina. Yo procuré hablar con ellos, advertirles los inconvenientes que aquello tenía, y desistieron de la campaña, cosa que no han hecho otros.

Porque habréis observado que hay disposiciones del Gobierno que se boicotean luego y, si no se dice que no se cumplan, se distrae con otras cuestiones, como las que me planteaban a mí. Por ejemplo: sabéis que hay una disposición del ministro de Defensa Nacional prohibiendo el proselitismo en el Ejército y las exhibiciones militares, etc. Pues bien; callan algún tiempo y luego dicen: «¡bueno, la aceptamos!». ¡Como si los ciudadanos tuviésemos que decir eso! Los ciudadanos tenemos que aceptarlas desde el primer momento. No hacemos ningún favor al Gobierno con aceptar sus disposiciones, como otros pretenden hacer ver al decir: «para que veáis que somos buenos chicos, ahora recomendamos que se acepte». (Risas.) No. Pero en seguida comienzan con otra campaña; en seguida dicen: «hay que tener reservas; no bastan las reservas que hay». No atacan por otro lado, pero atacan por el de las reservas. ¡Reservas! Se están pidiendo las quintas que todos sabéis. Y, aun suponiendo que no las hubiese, el deber patriótico de ellos era callarse, porque, hablar así, es decir al enemigo nuestra situación, es una denuncia al enemigo, diciéndole: «¡no hay reservas; podéis hacer lo que queráis!».

Otra campaña: material de guerra, industrias de guerra, hay que hacer esto o lo otro. Teniendo como tienen ministros en el Gobierno, eso no se puede decir fuera. Eso lo pueden hacer los que no tienen representación en el Gobierno. Los que tienen representación en él lo hacen dentro. Pero decirlo en los periódicos es decir a Franco: «no tenemos municiones, no tenemos industrias de guerra». (Clamorosa ovación.)

Por eso os digo que son más leales los compañeros de la Confederación que los otros. No tienen más que e] defecto apuntado: que son un poco inocentes; no saben todavía; no conocen la política como la conocen los otros. Yo recuerdo un caso que me ocurrió a mí —y lo digo ahora incidentalmente, porque ya lo explicaré en otra ocasión—, a propósito de las campañas que se hacían. Unas veces pedían reservas; otras decían que teníamos muchos hombres. Aseguraban: «tenemos hombres; tenemos armas, tenemos municiones, tenemos aviones, tenemos tanques; lo que hay que hacer es aplicarlos bien; hay que dárselos a los combatientes, porque si no se los damos a los combatientes, los combatientes sufrirán las consecuencias». Tuve yo que llamar a algunos de esos elementos y enseñarles los datos que tenía (porque yo llevaba al día la estadística de todas las municiones, de todos los fusiles, de todas las ametralladoras, con una cuenta corriente de salidas y entradas). Cuando estos hombres, en los periódicos, aseguraban que teníamos esto, pero que no se aplicaba bien porque el ministro de la Guerra no lo daba, tenía yo entonces a disposición mía ¡veintisiete fusiles en toda España! Lo digo porque ya pasó: yo llamé a uno de los agentes que teníamos dentro del Gobierno, y le dije: «Mire usted: ¿qué hago yo? ¿Salgo públicamente a decir que esto es una falsedad y que no tengo más que estos fusiles? Con eso, lo que hago es enterar al enemigo de nuestra situación. ¿Me callo? Si me callo, la opinión pública dirá: si los combatientes no vencen es porque el ministro de la Guerra no les da el material que tiene.» (Muy bien; grandes aplausos).

Ésa es la política que se hace. Y, naturalmente, hay que agradecer en esa situación el que ciertos elementos sean leales y cumplan con su deber, y hay poner en evidencia a los otros, también.

SOLUCIÓN: EL CONGRESO DE LA U. G. T.

Volviendo a la cuestión de la Unión General, nosotros afirmamos que esta Comisión Ejecutiva que se ha organizado no es legal, no tiene autoridad, porque incluso nuestros estatutos dicen claramente, en uno de sus artículos, que, para destituir al Comité Nacional, debe irse al referéndum. Claro que a ellos no les interesa. En el artículo 55 se dice: «Cuando se tomen acuerdos de importancia por escasa mayoría, el Congreso podrá someter el asunto a un referéndum entre todos los confederados. También podrá el Comité Nacional someter a referéndum todos aquellos asuntos graves e imprevistos que afecten a la totalidad de la organización, como decidir una acción general que en determinado momento debe desarrollar la Unión General, para aumentar o reducir las cuotas y para resolver las propuestas que pudieran presentarse de destitución del Comité Nacional.»

Es decir, que si estos individuos creen que la Ejecutiva debe ser discutida, podían haber pedido un referéndum entre todas las organizaciones, pero, en vez de eso, se reúnen unas cuantas veces y dicen que son autónomas, que no tienen que contar con sus organizaciones para proceder, y otras veces dicen que representan a sus Federaciones. ¿En qué quedamos? La interpretación que damos nosotros es que los vocales del Comité Nacional no pueden hacer nada por cuenta propia, porque representaban o deben representar a las Federaciones. Si nosotros permitimos que se haga esto de una manera personal e individual, entonces lo que hacemos es consolidar el caciquismo
dentro de nuestras organizaciones, y eso no puede ser. Y ya que no se ha ido al referéndum, nosotros decimos: «¿quieren un Congreso nacional?». Nosotros lo celebramos, y que las organizaciones obreras, de una manera libre, digan quién tiene razón, y que aquél que haya faltado que se le expulse o se le suspenda, pero erigirse ellos —o nosotros— en dueños de la organización y hacer lo que nos parezca bien, no; eso no es correcto, ni nos parece reglamentario.

LA UNIFICACIÓN DEL PROLETARIADO

Finalmente, voy a hablar de un tema que he tenido el propósito de reservar hasta última hora. Muchos se habrán hecho la siguiente pregunta: y ¿qué piensa Largo Caballero de la unificación del proletariado? Se ha especulado mucho con esto. El silencio por mí guardado, se ha interpretado, incluso, como si yo fuese enemigo de la unificación del proletariado. Pues voy a decir aquí lo que pienso sobre el particular: Largo Caballero no ha retrocedido ni un ápice del pensamiento que tenía en cuanto a la conveniencia de la unificación del proletariado español. Mantiene exactamente el mismo criterio. Lo que pasa es que otros no lo mantienen. Es decir, hay unos que, en este tiempo de guerra, no hemos hablado de la unificación, pero que creemos que es una conveniencia y una necesidad; y otros que hablan de unificación, y después, «sotto voce», dicen que la unificación no es posible. Y no se hace.

LA UNIFICACIÓN JUVENIL

Yo hablé algún tiempo de la unificación, por ejemplo, en las Juventudes Socialistas. Cuando yo hablaba de la unificación de las Juventudes Socialistas, o marxistas, mejor dicho, yo me refería a las Juventudes Socialistas, a las Juventudes Comunistas y hasta a las Juventudes Libertarias, a toda la juventud revolucionaria. Convenía fusionarse orgánicamente; pero lealmente. ¡Ah! Pero de entonces acá, no yo, sino otros que hablaban entonces también de unificación de las juventudes, la han interpretado en el sentido de que la verdadera unificación de la juventud se hace por edades, no por ideologías; es decir, que ya no van a atraer solamente a los socialistas, los comunistas y los libertarios, sino hasta a los católicos, a los enemigos del régimen que nosotros queremos implantar. ¡Ah! Eso, no, y no. (Aplausos).

La unificación de la juventud española ha de realizarse con el propósito de preparar el terreno para hacer la revolución que nosotros deseamos, y eso no lo pueden realizar más que los que piensen y tengan ideologías iguales o parecidas, los que por lo menos sean enemigos del régimen capitalista, pero aliarse —no aliarse, fusionarse— con los católicos, que son enemigos del régimen que nosotros queremos implantar y quieren mantener el régimen de privilegio que hoy existe y que. nos ha provocado esta guerra... ¡con esos Largo Caballero no puede estar! (Muy bien: aplausos).

LA DESVIACIÓN DE LA JUVENTUD

Se dice: es fundamental para las juventudes la alegría, divertirse. Yo no digo que no. Seríamos unos imbéciles si dijésemos a la juventud: «no te diviertas, no tengas alegría». Naturalmente—alguien lo ha dicho de una manera muy sencilla, pero muy exacta—, para divertirse y tener alegría, hacen falta muchas cosas, y en la situación de guerra en que nos hallamos no es fácil que haya alegría ni que se puedan divertir como quisieran. Aquí lo trágico es que se quiere entretener a una juventud con bailes, con deportes, cosas que están bien cuando hay tiempo para todo eso. Pero ahora que estamos en guerra, no se puede hablar de esas cosas. Además, una juventud revolucionaria podrá divertirse. Eso será lo supletorio. Pero que una organización considere que lo principal es bailar y es la juerga... ¡eso no! (Risas.) ¡Eso de ninguna manera! Lo primero son los ideales, y después de los ideales, como jóvenes, ellos harán lo que tengan que hacer, pero que las organizaciones revolucionarias, con dos erres, como ellos dicen... (Aplausos), que las organizaciones revolucionarias, con diez o doce erres, ocupen su tiempo en organizar actos de diversión, en vez de educar a la masa obrera juvenil en las ideas redentoras de la Humanidad, a mí me parece un verdadero crimen, háyalo aconsejado quien lo haya aconsejado. (Una vos: ¡Alerta estamos!)

LA UNIFICACIÓN DE LOS PARTIDOS MARXISTAS

Eso por lo que se refiere a la juventud. En lo que afecta a la unificación del Partido Socialista y el Partido Comunista, yo no he retrocedido nada. Únicamente lo que pido es que aquéllos que en algún tiempo querían hacer esta fusión, se mantengan en el mismo terreno que antes nos manteníamos, que era el de hacer una fusión de los dos partidos con un programa revolucionario. Yo recuerdo bien que, cuando hablábamos de esto, el partido comunista nos ponía como condición, porque así se había acordado en Moscú, que rompiéramos relaciones con todos los partidos burgueses. ¿Lo mantienen ahora? (Voces: No, no.) ¿Mantienen ahora que rompamos con todos los partidos burgueses, como querían antes? No; al contrario. La consigna de ahora es que volvamos otra vez a antes del 18 de julio. (Aplausos.) Y si la unificación ha de ser con la condición de que toda la sangre vertida sirva para que germine otra vez en nuestro país la clase que ha sido responsable principal de la guerra que padecemos, ¡Largo Caballero no está por ese sistema! (Voces: Ni nosotros.) No podemos ser unos locos que queramos implantar un régimen nuevo de la noche a la mañana; pero sí decimos que no es justo ni es lógico que, después de la tragedia de España, se esté ahora reponiendo a todos los caciques, a todos los propietarios, a todos los elementos que son los principales culpables de esta guerra. (Muy bien; aplausos.)
De modo es que, si esos elementos quieren la unificación como entonces hablábamos y para lo que entonces hablábamos, Largo Caballero no ha retrocedida nada.

LA INTELIGENCIA CON LA C. N. T.

Con la Confederación es más difícil la fusión. No debemos engañar. a los compañeros hablándoles de fusión de la Confederación y la Unión General. Quien sabe si con el tiempo... Pero, por ahora, no. ¡Ah! Pero yo os digo que con la Confederación que ha entrado en la vida política (perdonadme un rasgo de cierta vanidad: una de las cosas que en mi historia política consideraré como un galardón es el haber contribuido a que estos compañeros entren de lleno en la vida política de nuestro país; históricamente, me hago responsable de todo lo que pueda haber en eso). (Muy bien; grandes aplausos). Con estos compañeros que han reconocido nuestra honradez, nuestro buen propósito, nuestras ansias por traer un nuevo régimen mejor que el en que vivimos, en aquello que podamos estar de acuerdo, debemos ir juntos, debemos colaborar juntos, porque yo tengo la confianza de que, con el tiempo, estos compañeros reconocerán que los ideales que tienen, un poco a juicio mío, no diré fantásticos, pero sí algo inocentes, de crear una sociedad en donde todos seamos buenos y honrados —como decía la Constitución del 12—, no son posibles porque la Humanidad no es así, y para conseguir que a eso llegara la Humanidad, hay que recorrer muchas etapas, de socialismo, de comunismo y, luego, se irá incluso al anarquismo, porque el anarquismo —en contra de lo que afirman y propagan nuestros enemigos, que creen que anarquismo es el caos, que nadie se entiende— es un ideal que pretende implantar un régimen que, a juicio mío, es utópico hoy, porque quiere la perfección de la Humanidad y eso es imposible. Pero no por eso hemos de estar nosotros en frente de ellos, y cuando ellos se convenzan de las imperfecciones de esta Humanidad, habrán de reconocer que tenemos que ir todos de común acuerdo para ir salvando todos esos obstáculos y llegar a lo que desean. ¿Quién se va a oponer a eso? Nadie. Por eso me parece que si con la Confederación no podemos hacer la fusión, lo que sí podemos es tener unos lazos de unión, de comprensión, de relaciones, que no nos ataquemos unos a otros, que nos respetemos nuestras organizaciones, que vayamos convenciéndonos todos de que debemos ser después todos unos. Yo entiendo que ahora esto no se puede hacer.

QUÉ SERIA DESHONROSO

¿Es que esto no es conveniente para la clase obrera? ¿Es que por eso yo soy anarquista, como dicen algunos elementos? Además, que a mí eso no me deshonraría; a mí lo que me deshonraría es que, habiendo sido socialista marxista, me hiciese católico (Grandes y prolongados aplausos.) A mí lo que me deshonraría es que, habiendo estado en este partido y teniendo una vida pública modesta, pero consecuente, un día se supiese, por ejemplo, que había ingresado en-un partido republicano burgués por coger unos cuantos puestos o unos cuantos privilegios que me puedan conceder desde un Ministerio. (Asentimiento.) ¡Eso sí que me deshonraría! Pero si yo, un día me convenciese, teóricamente, de que el anarquismo era posible, y por el estudio o por la evolución de las ideas lo comprendiese, lo diría públicamente y no me deshonraría por eso. jEstaría bueno que se pueda considerar como una deshonra para nadie llamarle anarquista! Eso son residuos de las teorías burguesas, porque como ha habido en España, y en todas partes, lo que llamaban «anarquistas de acción» —que se les asimilaba a los criminales—, ahora creen que todos los anarquistas hacen lo mismo. Son cosas que pasaron y que, por desgracia, no sé si tendrán que volver ahora, porque esas cosas no se producen en los cerebros de una manera espontánea, sino como consecuencia de una tiranía, de una dictadura, embozada o franca, que pueda haber en el régimen social en que vivimos. Si las cosas se ponen de manera que no se pueda vivir, política ni socialmente, ni de ninguna otra manera, al fin y al cabo el hombre tiene dentro lo que tienen todos los animales: el instinto de defensa, y se defiende como puede. Lo que hay que procurar es no dar motivo para que lo hagan, y no confundir la dictadura del proletariado con la dictadura de un grupo de personas privilegiadas. (Aplausos.) Cuando Marx habló de la dictadura del proletariado, ya dijo del proletariado, no de Fulano, no de Mengano, de tal partido, de tal organización, sino de la clase trabajadora organizada, que será la que se imponga y no deje levantar la cabeza a nuestro enemigo común.

ANÁLISIS SERENO DE LAS CUESTIONES

Comprenderéis que para empezar es bastante. Después de tanto tiempo, ha perdido uno hasta la costumbre... (Risas.) No os voy a pedir más que una cosa: que todo lo que oigáis sobre este pleito de la Unión General lo analicéis, lo estudiéis; que no os fiéis de lo que diga una Prensa, que, como ya habéis visto, está toda contra nosotros. De cuanto se publique, pensad si puede ser verdad o no. Yo no quiero sacar aquí el cristo para nada; pero cuando a los cuarenta y siete años de organización obrera oigo decir que Largo Caballero quiere imponer una política personal, me río. Parece mentira que algunos amigos no se hayan dado cuenta, en cuarenta y siete o cuarenta y ocho años, de que yo era un tirano, de que yo era un hombre que trataba de imponerme a todo el mundo. Una de dos: o estos amigos y los trabajadores que le oyen a una son tontos, o es uno demasiado pillo. (Risas.) Yo no me lo puedo explicar. No, no. Por ejemplo, se dice que yo quiero imponer mi voluntad en la Unión, como se ha dicho que la he querido imponer en el Partido Socialista, como se dice que la he querido imponer en el Gobierno. De eso ya hablaré en su momento. Pero, camaradas, ¿es que no me conocéis?

Al cabo de los años —ya he entrado en los 69—, a los 69 años, han corrido por ahí la especie de que yo, físicamente, estaba mal. En Francia, cuando he estado, la primera pregunta que me dirigían era: «¿está usted mejor de salud?» (Risas.) Y yo les decía: «Pero si yo no he estado enfermo; si yo estoy sano». Clara que hay algunos que se empeñan en que yo no esté bien. (Más risas.) Pero yo les advierto que para rato tienen, porque, mientras Largo Caballero viva y vivan otros compañeros que tenemos noción de nuestra responsabilidad, como tenemos noción del cumplimiento de nuestro deber, no permitiremos que nuestro Partido y nuestra U. G. T. caigan en manos de sus naturales enemigos.

Cuando se nos elige para defender o representar una organización, no debe extrañar que nosotros tengamos tesón y continuemos defendiendo la U. G. T. y que digamos a todos los trabajadores: iViva la Unión General de Trabajadores de España! (Los concurrentes prorrumpen en vítores.) iNo hay más Unión General de Trabajadores de España que la representada por esta Ejecutiva, digan lo que quieran otros elementos! iNo hay otra ni puede haber otra!

¿TRANSIGEN? TRANSIGIMOS

Se ha dicho en un mitin que estaban dispuestos a todas las transacciones. Nosotros, también. No nos negamos a ninguna transacción, si hace falta, para llegar a una solución. Pero ¿por qué no aceptan el armisticio? ¿Por qué no aceptan que, mientras tanto, no se produzcan las campañas que están haciendo de calumnia y de injuria? ¡Ah! ¿No quieren? ¿Quieren tomar posiciones? ¡Pues nosotros nos defenderemos! ¡Camaradas: a luchar hasta vencer, en la guerra y en la revolución!

He terminado.