Editorial
sobre el discurso de Largo Caballero
publicada en el periódico CNT, en Asturias.
Ayer,
en Madrid, pronunció Largo Caballero su anunciado
discurso. De la referencia que damos en otro lugar
de este número se deducen una verdad y una lección
clarísimas. Una lección y una verdad, por
otro lado, que no precisaban del aval de una gestión
política en el ministerio de la Guerra. En el Norte,
por no citar más zonas, sabemos hasta qué
punto confirma la experiencia la doctrina sentada por el
ex presidente del Consejo.
Para
Largo Caballero no puede haber más que un ejército.
Un ejército de la República al servicio de
todos los españoles y a cubierto de toda ingerencia
y coacción políticas. El único ejército
posible en un régimen de convivencia y relación
que ha de surgir como producto de múltiples colaboraciones.
Si
la tendencia de los grupos antifascistas se hubiese ajustado
a este principio, nuestra situación sería
muy distinta. Transcurridos los primeros seis meses de guerra,
hubiésemos contado con el instrumento militar a propósito
para aplastar al enemigo. Pero ambiciones inconfesables
nos echaron en el camino el estorbo y la obra no maduró.
Y nos tememos que no sazone. Los descalabros, las enseñanzas
de los descalabros, siguen siendo letra muerta entre nosotros.
Más
que un ejército que acabase con el fascismo, se pensó
en una fuerza que se plegase dócilmente a los fines
de partido. Pensando en lo particular más que en
lo común, se tiró aquí por la calle
de en medio. Y las consecuencias, naturales consecuencias,
tienen que pagarlas en estos momentos los que hicieron y
los que dejaron hacer. Ahora mismo, se habla de la escasez
de mandos. ¿A quién es atribuible la responsabilidad
de que no los haya? Al exclusivismo con que se miró
a la guerra. No se tuvieron en cuenta las facultades
del que ascendía. Bastaba que cualquier botarate
doblase a tiempo el espinazo para hacerle oficial.
Como los dados del cubilete, o del embudo las morcillas,
salían capitanes de las academias. Por cada teniente
venido del monte que preparaba el ascenso haciendo méritos
en el monte, de las oficinas surgían diez.
La
misma razón mantuvo, contra viento y marea, a probados
ineptos, cuya incapacidad anduvo de boca en boca. Y la misma
falta de seriedad llevó a la desesperación
a muchos que fueron militares de la República y no
borregos con cédula política.
Esa
es la lección que Caballero nos brinda en su discurso.
Esa es la lección que nosotros observamos. Y ojalá
llegue todo el mundo a la misma conclusión. Aún
estamos a tiempo de componer lo que la ambición descompuso.