Alambre
de espino francés para encarcelar
a los miembros de las Brigadas Internacionales
A
los que lucharon por la Libertad
se les premia en Francia
con los campos de concentración
Hoy, cuando Francia y Gran Bretaña están
proclamando que son aliados en la guerra por la Democracia
y la Libertad, resulta obvio que cualquier cosa que
ocurra en uno de esos países va a ser visto
con gran interés por los ciudadanos del otro.
El gobierno Francés ha dado un mazazo contra
la libertad en su propio país. Mazazos cuyos
efectos no pueden pasarnos desapercibidos en Gran
Bretaña. ¿Qué se puede pensar
de la causa por la que se supone que estamos luchando?
Desde el estallido de la guerra, los gobiernos de
Daladier y Reynaud en París han demostrado
cuál es su actitud con su propio pueblo.
Proclaman
que están luchando contra todo lo que Hitler
representa. ¿Pero cuál puede ser nuestra
respuesta si descubrimos que en Francia se mantiene
el mismo tipo de terror contra los trabajadores que
en Alemania? ¿Qué sinceridad puede ser
la suya cuando los mejores luchadores anti-fascistas
de Francia están en campos de concentración?
Durante
más de un año hubo en Francia un grupo
de hombres que había luchado contra el fascismo
arriesgando sus vidas y que estaban listos para volver
a hacerlo; hombres que vieron lo que era el fascismo
en sus propios países y cuyos conocimientos
y experiencias les convierte en sus enemigos más
peligrosos; hombres de casi todos las naciones fascistas,
perseguidos en su propia patria, endurecidos por la
reciente derrota, pero resueltos y capaces. Esos
eran los hombres de las Brigadas Internacionales que,
en 1936 y 1937, escaparon de los campos de concentración
de sus propios países o que llevaban muchos
meses como refugiados políticos, listos para
aceptar una oportunidad de luchar contra su enemigo.
Hemos
tratado de mostrar, por párrafos de las cartas
que nos enviaron y por las descripciones de sus condiciones
de vida que conocemos, cuál es el trato “democrático”
que Francia dio a algunos de los mejores luchadores
por la libertad.
Hospitalidad
en Francia
Las
Brigadas Internacionales fueron retiradas del servicio
en el Ejército Republicano español en
Septiembre de 1938 por un acuerdo con la Liga de las
Naciones. En Enero del año siguiente, la mayor
parte de estos hombres que podían regresar
a sus países, volvieron a sus casas; pero
aquéllos de países fascistas o semi
fascistas, cuyo regreso podía significar la
cárcel o la muerte, permanecieron en España,
en bases en los Pirineos. Eran alemanes, austríacos,
checos, italianos, polacos y finlandeses.
En
Febrero de 1938, cuando cayó Barcelona, muchos
de estos hombres volvieron otra vez a la acción
como voluntarios para formar una unidad que cubriera
las retirada de las tropas de Cataluña. Esta
es la historia contada por uno de esos hombres:
“Esperamos
durante tres largas y pesadas semanas, mientras cada
día nos llegaban noticias de nuevas victorias
fascistas. Cayó Tarragona y las hordas de Mussolini
avanzaron hacia Barcelona. Nos estábamos empezando
a volver locos permaneciendo impotentes y obligados
a presenciar todo aquello, nosotros que, con nuestros
bravos camaradas españoles, habíamos
luchado tan duro para que no ocurriera. Entonces llegó
André Marty, ese heroico luchador de la clase
obrera, y pidió voluntarios para cubrir la
retirada de las gentes de Cataluña. Precipitadamente,
formamos en batallones, y con nuestros corazones llenos
de alegría, enseguida entramos en lucha con
los fascistas. Pero nuestras fuerzas eran
demasiado pequeñas, nuestra retaguardia una
multitud de gente, huyendo, creían, hacia la
seguridad y la libertad. Nosotros también compartíamos
esa creencia, incluso después de nuestra previa
experiencia, y lentamente éramos obligados
a retroceder, cerca ya de la frontera francesa, por
fuerzas mecanizadas que una y otra vez eran lanzadas
contra nosotros.
No
fuimos bienvenidos por el estado tan “amante
de la libertad” de Francia, y en esta tierra,
con su tradición histórica de libertad,
fuimos recibidos como los peores criminales del mundo.
Fuimos desposeídos de nuestras armas por los
Gardes Mobiles, que no limitaron su actuación
a esto, sino que se quedaron con todo lo que les apeteció,
tanto de nosotros como de la población civil.
Y, luego, a los agujeros infernales de los campos
de concentración, de los que los nazis tienen
mucho que aprender.”
Los
internacionales y los refugiados españoles
fueron arreados juntos a esos campos de concentración.
Y allí fueron abandonados sin más cosas
que la ropa que vestían en el ejército.
La inmensa mayoría no había recibido
un uniforme nuevo desde el verano de 1938, dado lo
limitado de los recursos del gobierno español.
Muchos estaban heridos y todos tenían piojos,
y, como consecuencia, erupciones e infecciones de
la piel. Meses de pobre e insuficiente alimentación
les había provocado una baja resistencia a
las enfermedades. Su estado, cuando entraron en Francia,
era tal que la mayoría deberían haber
sido ingresados en un hospital para estar un mes,
por lo menos.
Los
campos a los que les condujeron estaban en la orilla
del mar, entre dunas, terriblemente abiertos y expuestos
a las inclemencias meteorológicas. Sus
guardianes eran de las mal pagadas fuerzas coloniales
francesas, que solamente estaban listos para confiscar
cualquier propiedad, incluyendo unas botas, mantas
y uniformes que parecían no tener ningún
valor. Era el mes de Marzo y hacía mucho frío.
Desde
el principio, no se dio ningún material para
que pudieran construir cabañas. El único
refugio posible era cavar agujeros en la arena. No
puede sorprender que muchos murieran y que muchos
más enfermaran. Los heridos cogieron
infecciones. La atención médica era
escasa e incluso muchos servicios médicos voluntarios
que deseaban ayudar vieron a menudo rechazada su entrada
en los campos.
En
varios países se hicieron esfuerzos para ayudar
a esos hombres. Comités que habían estado
ayudando al pueblo español continuaron su trabajo
ayudando a los refugiados. Una parte de los internacionales
encontraron refugio en otros países y algunos
están en Gran Bretaña ahora.
¡Cómo
vivieron y murieron!
Pero,
por lo menos, cuatro mil quinientos están todavía
en Francia. Durante el verano, fueron trasladados
de Argelés sur Mer, su primer campo, a Gurs,
en los Pirineos, donde las condiciones mejoraron ligeramente.
Se construyeron barracones para los hombres y hay
tratamiento hospitalario para los casos más
graves.
Cuando
estalló la guerra, en Septiembre de 1939, las
condiciones volvieron a empeorar. A los que
se les había permitido un poco más de
libertad, fueron conducidos de nuevo a los campos.
La comida empeoró y también las posibilidades
de contacto con el mundo exterior.
Esto
es lo que nos cuenta en una carta un camarada de Gurs:
“Queremos, una vez más, describiros cuales
son nuestras condiciones de vida. Humedad,
frío e imposibilidad de calentarse. La comida
es absolutamente insuficiente. Sopas aguadas, la carne
más dura cada día, una pequeña
cantidad de patatas o lentejas o guisantes, una rebanada
de pan. Con la comida, un poco de vinagre con agua,
a lo que llaman vino, imbebible para la mayoría
de nosotros; para la cena, té en vez de vino.
Para el desayuno, pan seco y una taza de café.
La carne es cada vez más a menudo incomible,
bien sea porque está muy dura o porque apesta.
En cualquier caso, nunca hay suficiente para comer.
Sin comida adicional, todos nosotros podríamos
morir, en particular si se consideran las miserables
condiciones de vida.”
Esta
carta fue escrita inmediatamente después del
estallido de la guerra. Hace unas pocas semanas, en
Marzo, una persona que visitó los campos relató
cuál es ahora el menú diario: una rebanada
de pan al día para cuatro hombres; por la mañana,
un vaso de café (hecho de cebada tostada);
al mediodía, una sopa de fréjoles o
lentejas; por la noche, un vaso de chocolate.
Muchos
de estos hombres están vistiendo los uniformes
de verano de hace dieciocho meses, con los que cruzaron
el Ebro. Pocos tienen botas o calcetines. Se envuelven
los pies con trapos o sacos.
En
otra carta se dice: “El camarada Weber acaba
de morir. Tenía solamente 26 años. El
camarada Walter ha perdido el oído derecho
por la helada. No hay ventanas en los barracones
y es imposible calentarlos. La vida de los hombres
en el campo ha regresado a las más primitivas
formas. La comida, el calentarse y el vestirse les
ocupa totalmente.”
Las
restricciones que se les han impuesto en los campos
rivalizan con las de cualquier cárcel.
Desde el principio, se permitió la entrada
a muy pocos visitantes. La mayoría de los voluntarios
de entidades de ayuda y socorro no pudieron conseguir
un permiso para entrar en los campos. Solamente los
de las organizaciones de ayuda más respetables,
como la Comisión Internacional para los Refugiados
y la Internacional YMCA de Ginebra pudieron obtener
autorización para visitar a los prisioneros
y, así y todo, muy rara vez. Todo ello significa
que ninguno de estos hombres ha visto a nadie que
conozca, en el exterior, desde hace muchos meses,
y las visitas de cualquier clase han sido muy escasas.
¡Criminales!
Hay
una doble alambrada de espino alrededor de los campos,
vigilada por centinelas armados. Últimamente,
no se ha permitido a nadie salir de los barracones
después de la puesta del sol. El
comandante francés al mando de los campos es
un reconocido fascista. Se refiere invariablemente
a estos hombres como una clase inferior de criminales.
Siempre fue partidario de Franco y violento opositor
de la República española. Ha declarado
que todo el mundo conoce que el ejército republicano
no se ocupaba de cuidar a sus heridos. Se refiere
a los republicanos como los “rojos” y
es agriamente anti comunista.
¿Qué
esperanza pueden tener estos hombres de ser puestos
en libertad? En la guerra de 1914-1918, el
gobierno francés enroló a todos los
peores criminales de Francia, presidiarios y condenados,
en los Regimientos de Marcha. Se trataba de tropas
desarmadas que se utilizaban para cavar trincheras
en la tierra de nadie y para tareas similares a las
que acompañaba la inevitabilidad de la muerte.
Esa era la idea. Eran hombres a los que el gobierno
prefería muertos que vivos. En esta guerra,
se hicieron ofertas a algunas de las secciones de
las Brigadas Internacionales para formar nuevos Regimientos
de Marcha. Pasarían a ser escuadrones de condenados.
El gobierno francés podría querer verlos
mejor muertos que vivos. Este sería el final
de la legión de luchadores por la democracia.
Algunos
prisioneros polacos y checoeslovacos, desesperados
por poder escapar de tan viles condiciones, se unieron
a los batallones de extranjeros de su respectiva nacionalidad.
Pero cuando algunos polacos se presentaron para servir
en la legión Polaca, se les dijo: “Ustedes
son judíos. No queremos judíos aquí.”
Otros fueron chantajeados para que se enrolaran en
la Legión Extranjera francesa. A nadie se le
ofreció trabajo como ciudadanos corrientes.
Hay un grupo de hombres, la mayoría de ellos
con las mejores hojas de servicios en España
–oficiales y comisarios del Ejército
republicano español- que han mostrado un espíritu
indomable a lo largo del tiempo. Ha quedado claro
para ellos que nunca se les dejará salir libres
de los campos de concentración. ¿Está
el gobierno francés preocupado por estos hombres?
Es el gobierno el que nombró al comandante
de los campos; el gobierno el que inspiró la
actitud oficial de odio y desprecio. ¿Son todos
los hombres de fuertes simpatías democráticas
sospechosos criminales, ahora, en Francia? De las
medidas que el gobierno francés tomó
contra sus propios ciudadanos viene la confirmación
de lo que cada uno que haya leído hasta aquí
debe sospechar. En Francia, la misma democracia ha
sido declarada un crimen.
Continuará