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Oficina de Defensa del Anciano         Asturias Republicana
   
   


Son las administraciones públicas, por acción y omisión, las que más contribuyen al deterioro del clima y al calentamiento global
Los semáforos son los que
más contaminan


Por Marcelino Laruelo.
(8-02-2020)

 


Cuando los mayores destructores del aire y del agua, de la fauna y de la flora, del territorio y del paisaje, se ponen a la cabeza del ecologismo, malo, muy malo. ¡Por algo será! ¡Lagarto, lagarto! Es lo que pasa ahora con el manido cambio climático, que los del establishment se han gretizado. Grandes negocios a la vista a costa de los paganos. Como siempre.

Según datos de la agencia Selojuro News, en Gijón, en febrero de 1960, un día hubo 28,8 grados de máxima y otro 25; en otro febrero, pero de 1967, se alcanzaron los 24,5 grados… Cuando entonces, en todas las casas había cocinas de carbón que llenaban el aire de hollines y nadie imaginaba lo del cambio climático. La Aemet de Oviedo, con absoluta falta de rigor, ignora los registros del observatorio meteorológico de Gijón (1923-1979).
Así que si no llueve y hay sequía, ¡culpa del cambio climático! Nieva y hace un frío siberiano en las regiones mediterráneas, ¡culpa del cambio climático! La mar se cabrea y destruye paseos y construcciones levantadas sobre la playa y la orilla de la mar, ¡culpa del cambio climático! No levanta cabeza el Sporting, ¡culpa del cambio climático! La Ley de Costas, uno de esos destellos socialdemócratas que tiene el PSOE cada diez años, dice o decía, que nunca se sabe en este país de leguleyos, que “el dominio público marítimo-terrestre estatal es el comprendido entre la línea de bajamar escorada o máxima viva equinoccial, y el límite hasta donde alcancen las olas en los mayores temporales conocidos”. ¡Los mayores temporales conocidos! Tela marinera. Media España edificada sobre terreno público… Uno de los grandes okupas costeros de Asturias es el conocido como Ayuntamiento de Mar de Gijón, que se apropió de la playa de Aboño, de la zona costera de Jove, de las aguas de la bahía, del fondo marino y de… Todo con la pasividad y colaboración necesaria del Ayuntamiento de Tierra. No vivirá ya nadie que recuerde los rellenos que se hicieron para construir el dique seco del Natahoyo, que luego fue de Duro Felguera. Olvidada está la autorización a la Fábrica de Moreda para verter al mar como relleno las escorias de los hornos altos. Pero quedan los planos históricos. Apropiarse de lo público y echar toda la carga sobre la espalda de los paganos son tradiciones que permanecen.

Son las administraciones públicas, por acción y omisión, las que más contribuyen al deterioro del clima y al calentamiento global. Si quisieran, podrían crear decenas de miles de puestos de trabajo para plantar millones de árboles, cuidar y proteger los bosques, ríos y montes, impedir los incendios forestales. ¡Y eso sí que daría vida a la España despoblada!

¿Qué hacen en Gijón los ayuntamientos de mar y de tierra para impedir el cambio climático? Nada, excepto complicarles la vida a los paganos. Porque, ¿qué problemas de tráfico hay en Gijón aparte del día de los fuegos y el de carnaval? ¡Pero si no hay gente que camine más que los gijoneses! ¿Cómo se puede hablar de problemas de movilidad, de tráfico e incluso de contaminación si a menudo en las principales arterias del centro de la ciudad no se ve un coche en cien metros a la redonda? ¿Qué culpa del cambio climático tiene el que saca una vez a la semana el coche del garaje o se mete al centro una vez al año para recoger un edredón o llevar a la madre a la pelu? ¿Por qué los vecinos del centro van a tener derecho a un aire más puro y un ambiente más silencioso que los de La Calzada? ¿Por qué no peatonalizar Cuatro Caminos, o Manuel Llaneza, o Anselmo Solar, o Munuza? ¿Por qué tienen cerrado el túnel de Aboño? ¿Por qué un utilitario de gasoil va a ser más contaminante que esos tanques de los ricachos? Para promocionar el transporte público podrían poner más autobuses a las horas punta y no cobrar el billete cuando no haya dónde sentarse. Mucho hablar de ciudades inteligentes, pero tenemos los semáforos más tontos del mundo: en verde cuando no pasa nadie, en rojo cuando llegan (coches o peatones). A ochenta por hora, en verde; a cuarenta, en rojo. El obligar a frenar y arrancar sin necesidad aumenta las emisiones (humos, asbestos) y el desgaste del vehículo. Los semáforos tontos (sobran la mitad) son los mayores agentes contaminantes de la ciudad. Y ahí siguen.

PD.- Sablazu en la villa condal: 13 euros media ración de callos (y corrientucos).