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Memoria histórica del escándalo urbanístico de Renfe y
los 1.400 millones de pts. que gastó el Ayuntamiento
de Gijón en las estaciones de ferrocarril para que la
piqueta las echase abajo 25 años después

No pintamos nada

Por Marcelino Laruelo.

 

Al primer alcalde del PSOE en Gijón, José Manuel Palacio, le costó un triunfo conseguir que los trenes de cercanías siguieran llegando hasta el centro de la ciudad. Eran ya tiempos en que el primer alcalde electo tras la muerte de “El Caudillo” empezaba a molestar con su desacoplada actuación frente a la engrasada maquinaria de las Filesa, Malesa y Time Export. Treinta años después, los autobuses particulares siguen donde estaban, y a los trenes los han llevado al quinto pino.

Detrás de la primera línea, ocupada por los políticos, está el mayor peligro. Es la línea de bunkers y trincheras fortificadas desde donde corbatas de grueso calibre hacen un fuego mortífero con sus informes, estudios y proyectos de conveniencia. Forman la legión de chaquetas acomodaticias, que igual lucen en la solapa un cangrejo, un capullo, la gaviota o la hoz y el martillo si preciso fuera.

De ahí salió el trágala de construir dos estaciones de ferrocarril en menos de quinientos metros (¡será por perres!) y todo lo demás: ¿Qué puede un alcalde de pueblo frente a la línea Maginot de los ministerios de los Grandes Negocios? Nada, y menos aún si le tienen ya enfilado.




“Memoria histórica”, sí. Yo también me acuerdo, sí: de cuando cerraron el paso a nivel de Sanz Crespo incomunicando al barrio de El Parrochu; de la “breve” estación de “largo recorrido” convertida en hogar de homeless; de pasos subterráneos “inundables” sustituidos por viaductos (¡será por perres!), de pasarelas sin uso... Y todo ese lío para cuatro trenes a la hora que van a diez por ídem.

Un día, hace ya mucho tiempo, se juntaron cuatro corbatas, da igual la insignia que llevaran en la solapa, y cayeron en la cuenta del “negocio” que se les ofrecía en toda España quitando raíles para edificar rascacielos. En el diccionario de la manipulación y la propaganda encontraron lo de “barreras ferroviarias”, “campaniles” y “skylines”. Me acuerdo, sí, de cuando sus “abuelos” hablaban de “Miamis” para encubrir la aberración urbanística de esa “barrera solar” que convirtió al paseo del Muro de San Lorenzo y muchas calles de la ciudad en un túneles a cielo abierto.

Un “negocio” redondo, sin poner un duro suyo, claro, el de los terrenos de Renfe en el centro de las ciudades. Es la misma mentalidad que la de aquel “chatarrero” de los años cuarenta en una terraza de la calle Corrida: “lo compro a cinco, lo vendo a diez y con ese cinco por ciento vamos tirando”. Pero no hay “negocio” sin riesgo, y un ministro, de cuyo nombre no me voy a acordar, estuvo a punto de acabar en chirona. Y a los “listos” de “Gijón al Norte”, por no espabilarse, les ha pasado el expreso de la crisis por encima. ¡Mala suerte, corbatas!

No pintamos nada. Edifican estaciones por duplicado y las tiran a los pocos años. A la docena de comerciantes que se ganaban la vida en la estación de Pedro Duro les echaron manu militari para luego dejarla cuatro años más cerrada. Cortaron la autopista Gijón-Oviedo porque sí y cortaron la carretera de La Vizcaína en el cruce con Carlos Marx por el mismo capricho: “Gijón, paraíso de la conducción en curva”. Levantaron dos nuevos “palacios de justicia” (¡será por perres!) que, en realidad, servían de “gancho”, de “edificio piloto” de estas operaciones de especulación urbanística.

Se llenan la boca cantando al “transporte público”, ellos, los del coche oficial, y alejaron la estación casi un kilómetro del centro y del núcleo de paradas de autobús de El Humedal. Y cuando más apretaba la crisis y no hay un euro para nada, en lugar de rectificar y adaptarse a la nueva realidad, levantaron los raíles y tiraron la estación para que no hubiera marcha atrás. Abren y cierran pasos, y con la nueva verja dejaron una angosta senda peatonal entre la plaza y la iglesia de San José. No pintamos nada. Y en el ayuntamiento, “silbando a les barbades”.

Decía Azaña, quejándose de los desaguisados urbanísticos capitalinos, que la mayor desgracia de Madrid era el haber estado gobernado por foriatos. En Gijón, aparte de lo ya dicho, la ciudad debe de estar gafada, porque no es normal tanto despropósito. Claro que tal vez también tuviera razón Adeflor cuando afirmaba hace un siglo que “perjudica a los pueblos estar gobernados por personas inteligentes” (y desinteresadas).