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Oficina de Defensa del Anciano | Asturias Republicana |
La señora Aurelia Doina, de 64 años y natural de Rumanía, vivía en una residencia de ancianos de Quesada (Jaén). Enferma, la llevaron a Urgencias del Hospital de Úbeda. Un celador la encontró muerta en una camilla doce horas después de su ingreso y sin que nadie la hubiera atendido. Como suele decirse, “su muerte no ha sido en vano”. Claro que no. Porque si la señora Doina no llega a morir, ni los papeles ni los telediarios ni sus señorías se hubieran ocupado de lo que ocurre en las urgencias hospitalarias con las personas mayores y discapacitadas. En Úbeda y en todas partes. Soy testigo. Una persona mayor es conducida de un hospital clandestino llamado residencia de ancianos a las urgencias de un hospital sin una identificación clara y visible de sus circunstancias. Se dificulta o impide el acompañamiento basándose en que el enfermo parece “normal”, uno más, sin saber si es sordo o es mudo, si nada más que entiende el esperanto o está peor que las maracas de Machín. Las personas que ingresan en urgencias, ¿son enfermos del hospital o están, como dice la burocracia, “en el limbo”? ¿Por qué no se les ofrece agua, ni comida cuando llega la hora ni se les informa de nada, ni siquiera de dónde están los retretes? En las urgencias hospitalarias no se ve falta de medios ni de personal, sino exceso de incompetencia gerencial: ¿qué hacen personas próximas a su jubilación y después de 40 años currando todavía en ‘primera línea de fuego’ y haciendo turnos? Hay, o había, países en los que estaban prohibidos los turnos de noche a partir de los 45 años de edad. En la época de Franco, el médico especialista te atendía a la semana, ahora, meses y meses. Morir en urgencias, resucitar en la ‘morgue’: Se nota que el nivel de incompetencia va mejorando. Plan de vías,
Gijón al Norte, anchos de vía (¿algún país
del mundo fue invadido alguna vez por ferrocarril?), dobles y triples
hilos, rampas, tensión de la catenaria, ancho de los túneles,
potencia de las locomotoras… Como el poeta, “digo tan solo
lo que he visto”: De Gijón a Madrid, en el expreso, con
billete de segunda y de pie hasta Valladolid. En el Pájaro Blanco
a Laviana o hasta Arriondas, con transbordo en El Berrón, para
coger el Mento hasta Cangas. El Vasco hasta Collanzo y, luego, el Lobo
hasta Felechosa. A Ferrol, a Llanes… Así conocí
las Asturias montañera, agropecuaria y ferroviaria. Medio siglo
después, al vender un billete de cercanías tendrían
que decir: “¡Que la suerte te acompañe!”. Nunca
oí hablar de la “barrera ferroviaria” de París
ni de Roma. Tampoco de la de Gijón, hasta que llegaron los ‘listos’
del ladrillo. Vi cerrar pasos a nivel (Sanz Crespo, Natahoyo) y levantar
estaciones para tirarlas a los veinte años. Y a uno de Gijón,
ministro e ingeniero, patrocinar, y el ayuntamiento aceptar, no se sabe
si con burundanga o sin ella, un túnel de ningún sitio
a ninguna parte y sin nada dentro. Aves, alvias, variantes, rampas,
hilos… ¡Qué desastre! ¿Cómo se arreglarían
los que en el siglo XIX hicieron los túneles de los Alpes? ¿O
el que va por debajo del canal de la Mancha? ¿Cómo se
arreglarían los de Oviedo, mismamente, para tener ya solucionado
desde hace años el problema de sus ‘barreras ferroviarias’?
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